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Verónica Murguía
Si hubiera sabido
Un contundente dicho popular afirma que el hubiera no existe, a pesar de lo que diga el índice de los libros de gramática y los manuales de lengua española. ¡Es el subjuntivo! Yo detesto ese dicho, porque es una especie de regaño proferido siempre por aquellos que presumen de no arrepentirse de nada y ésos, en mi experiencia, son unos pesados.
El hubiera bien que existe y, si algo demuestra, es nuestra aptitud para meter la pata. Es una conjugación muy útil para aquellos que no reflexionan –si me hubiera fijado, si hubiera ido al doctor, si no hubiera salido como rayo, y sobre todo, si me hubiera callado– y para los que reflexionan demasiado. Creo que muchos descubrimientos científicos tienen como semilla un hubiera, vacilante y temerario, así como algunas conclusiones filosóficas. El hubiera suele estar impregnado de arrepentimiento, de nostalgia o de anhelo. Es utilísimo.
La empatía, esa admirable y poco frecuente facultad, tiene un hubiera en la médula: si yo hubiera nacido en Darfur, me iría de la patada, independientemente de mis aptitudes para la mecanografía y la escritura. Esta modesta porción de verdad, compacta y auténtica, me permite darme cuenta de que 1) muchas cosas dependen del azar y, 2) la gente que sufre en Darfur o Hermosillo se merece nuestra solidaridad, pues no es debido a la astucia, el buen comportamiento o la sagacidad que uno se libra de las calamidades más terribles. En el caso de los gobiernos atroces o las catástrofes naturales, es la suerte, en su forma más pura, lo que nos preserva.

Nora Ephron |
El hubiera, además, nos permite analizar nuestra vida con la intención de cambiar. Nora Ephron, la popular escritora estadunidense, escribió un libro de ensayos que en español podría titularse Me choca mi cuello y otras reflexiones acerca de ser mujer en el que aborda las dificultades que supone el envejecer. Acaba de cumplir sesenta años y, a pesar de la fama y la fortuna, su salud se comienza a deteriorar, tiene el pelo casi blanco y, según ella, una lonja pequeña pero bien visible que no se quita aunque esté flaca y haga miles de abdominales. Le choca su cuello porque tiene arrugas horizontales y verticales, de ésas que hacen que la gente parezca un pollo que se trata de asomar por encima de las tablas del corral. En uno de sus ensayos encontré un hubiera que me hizo reír como loca: si hubiera sabido como me iba a ver a esta edad, habría usado bikini todos los días cuando tenía veintidós años. A los veintidós años, yo ni muerta hubiera usado bikini fuera de la playa. Me temo que por razones distintas a las de hoy, la visión de mis rodillas, y sobre todo de lo que hay un poco más arriba, hubiera sido igualmente desalentadora en los lejanos años ochenta que esta misma semana.
Pero en el libro de Ephron hay un tema que recorre, a veces casi oculto, todos los ensayos, desde el aparentemente más frívolo hasta el más auténticamente reflexivo. Este tema es como un centro denso en medio del suave y engañoso merengue de su prosa autodeprecativa y socarrona. Es el de la confianza en nosotros mismos. No hablo del aplomo de los fanfarrones, sino de la voz casi inaudible que nos repite “esto es lo que está bien, al menos para mí”, “no tengo nada que hacer aquí”, o “es hora de irme”. Dice de muchas formas que no hay que preocuparse demasiado por la opinión ajena, y menos cuando esta opinión no es la de las personas que amamos, sino que viene de la entelequia que denominamos “la gente”. En cambio, dice, hay que aprender a distinguir nuestros criterios del barullo en el que estamos sumergidos. Me hubiera hecho caso yo sola, pues.
Cuando era joven compró ropa que en el fondo le chocaba porque estaba de moda y salió a la calle con un aspecto de dodo daltónico que no convenció ni a quienes le vendieron las prendas. Decoró su sofá con unos cojines que le parecían bonitos, pero que desechó porque un decorador al que admiraba le dijo que estaban feos. Aguantó más de lo debido en un matrimonio fallido porque todos metieron la cuchara, etcétera. En mi caso, soy rea de todas esas culpas y de otras semejantes.
Esos son hubiera sin importancia y este no es el lugar para hablar de aquellos que me atormentan en las noches de insomnio. Hubiera, hubiera… hay un verso de Arthur Rimbaud que en español dice más o menos, ah, juventud, por delicadeza perdí mi vida. Lo hubiera leído entonces. Me lo hubiera tatuado en el dorso de la mano.
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