Opinión
Ver día anteriorViernes 10 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Catarata de alaridos
L

as palabras, como los pájaros, cuando pasan junto a nosotros en bandada bulliciosa no excitan nuestra sensibilidad. Nos envuelven la cabeza y hasta parece que nos dan golpes en las mejillas, pero no nos entran por los oídos ni rebullen en nuestra conciencia. Suelen sobrecogernos y seducirnos las palabras lentas y graves, las que vienen solas entre el silencio. Éstas son las qué, unas veces, nos encienden e iluminan y otras proyectan sombras apacibles sobre nuestros desiertos interiores.

Las fotografías nos hablan, nos llaman, son lenguaje que incendia nuestras pupilas. A veces proceden de mundos desconocidos, que sin embargo están al alcance de nuestra voz. Esas fotos de la violencia en el mundo, esas imágenes de personas que vemos desfilar como grupos de gente extraña o como rumor de tráfago callejero. Cada persona es apenas una sílaba y todas juntas una frase sin sentido. Pero también las hay como palabras en cinta. Absorbentes y ávidos nuestros ojos se ponen a resonar hasta soliviantar sonoridades que resultan tumultuosas a nuestra conciencia.

Así, de un discurso espumoso de voces, no se puede esperar una revolución, sino, a lo más, una catarata de alaridos. La revolución en su tenor más noble, esa generosa revolución que todos queremos hacer dentro de nosotros mismos, puede esperarse de un grito solo, de una sola voz, como ruido de muchas aguas...

Al que escribe, le impresionan las elecciones llenas de alaridos, en que todos hablan, en el mismo día, a la misma hora y a final de cuentas nada se entiende. Mientras tanto, se suceden esas escenas campiranas que se resumen en la palabra quietud, pero quietud nuestra, que no es inercia ni reposo ni sosiego, sino un marasmo final. Espectrales aparecen las imágenes de campesinos abatidos, tronchados sobre una piedra, hombres y mujeres transidos de estupor que han recibido ya el soplo álgido de la muerte. Y así, la vida pasa como deletérea sombra de un recuerdo. Hambre sentirían si el hambre no fuese tan piadosa que anestesia a sus víctimas.

La agonía de un pueblo es algo terrible. De sus resoplidos se forma el trueno social. Un día estos hálitos estertorosos llenarán e incendiarán la atmósfera que todos respiramos. Campesinos rencorosos a los que les valen madre las elecciones, permanecen, gravitan sobre nosotros y forman esas nubes tempestuosas que no saben perdonar. Gobernantes van y vienen mientras el campesino en el campo o en la ciudad sigue muriendo de hambre.