Opinión
Ver día anteriorViernes 3 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Asociación libre
E

instein tenía razón al afirmar que la cosa más incomprensible de este mundo es el hecho de que éste sea tan poco comprensible. Por esa misma razón, el sujeto se sitúa como algo que se abre a aquello que lo supera; suspendido en una realidad con la que mantiene relaciones complejas. Todo se cristaliza en el enigma del pasado y no hay más futuro que la muerte, siendo el presente un abismo suspendido entre dos mundos.

Por no hacer más que algunas referencias entre las muchas que se podrían plantear, hago alusión al poeta que tiene en sus horas cumbre la intuición de esta necesidad absoluta de aceptar el descubrimiento del tiempo. Parece invitado a realizar esta conversión que hace ver el tiempo desdibujado.

La poesía mira hacia el pasado. Tal vez esta nostalgia es la forma correcta de nuestro sentido del pretérito.

En una época como la nuestra en que reinan el terror y la soledad, pareciera que la poesía, efectivamente, debe arraigarse en este extremo recuerdo humano. Esto quizá se debe al hambre de algo que no sabemos, a ciencia cierta, qué es. Algo que nos está faltando en un presente tan caótico que nos impide apropiarnos del futuro por vislumbrarse como algo prohibido. Gesto fundamental del poeta moderno: el abrir el futuro a los reconciliados de la tierra.

La poesía es el caminar unívoco; es, a su vez, un rechazo de los develamientos y engendramientos de la historia. Es el reino de una incurable inquietud, ya que el odio y la rivalidad envidiosa están a nivel de los viejos complejos edípicos que devoran la historia. La inquietud funda el reposo de una presencia, al menos de una historia habitada por el hombre.

La poesía nos dota de una fórmula muy sencilla. Sitúa al hombre más allá de la naturaleza, en un pacto que lo asocia a la historia. Un pacto que lo vincula cada mañana a su voluntad de vivir y de transmitir. El descubrimiento de nos asocia al otro, en una inspiración fiel a este mito vital, cuando alrededor de esta cuerda floja, que atraviesa la historia, se estrellan las civilizaciones que privilegiaron la muerte. O sea, cómo llegar más allá de lo que se puede.

Estas reflexiones a modo de asociaciones libres escritas el fin de semana pasado, me surgieron leyendo a José Emilio Pacheco, y no sé si tengan que ver con su espléndida poesía o son divagaciones de quien esto escribe.