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Realizaron jornada en la UNAM sobre la cuentística contemporánea de ese país

Temas de niños e indígenas, filón poco explorado por los narradores bolivianos

Los pueblos autóctonos, por siempre ignorados, son un universo por describir: Jorge Mansilla

 
Periódico La Jornada
Viernes 3 de julio de 2009, p. 8

Los temas de los niños y de los indígenas han estado casi ausentes de la literatura de Bolivia, y su presencia ha sido más bien como personajes referenciales, antes que protagonistas de las historias, lo que hace ver la existencia de un filón poco explorado por los narradores de ese país.

En ello coincidieron los escritores bolivianos Jorge Mansilla Torres y Renato Prada Oropeza, y el quechua peruano Carlos Huamán, así como una decena de investigadores mexicanos de distintos centros de educación superior, entre ellos Brenda Ríos, Jesús Eduardo García, Carlos Pineda, Alfredo Membrillo y Gabriel Hernández.

Todos participaron en la jornada Infancia, testimonio y movimientos sociales: la ficción de la memoria en la cuentística contemporánea boliviana, organizada por el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y realizado en el auditorio Leopoldo Zea de la Torre II de Humanidades, en Ciudad Universitaria.

Entre los varios narradores bolivianos los participantes mencionaron a Víctor Montoya, René Bascopé, Alfonso Gumucio Dagrón y el propio Prada Oropeza, muchos con relatos sobre la difícil vida de los mineros. También mencionaron libros como El niño en el cuento boliviano, recopilación de 36 autores de todos los tiempos coordinada por Montoya, quien reside como exiliado político en Suecia.

El primer ponente y quien de algún modo sintetizó los principales planteamientos de la mesa fue Mansilla Torres (1940), periodista, escritor y embajador de Bolivia en México, conocido con el seudónimo Coco Manto, exiliado en dos ocasiones en nuestro país, quien destacó: Los niños de mi tiempo fuimos testigos y víctimas de matanzas militares cíclicas, de diarios fallecimientos de mineros por silicosis, el mal de la mina, por tuberculosis, por hambre. Así como víctimas de incesantes golpes militares, atentados contra la dignidad e inocencia en los estados de sitio y los toques de queda, sufrimientos por los allanamientos domiciliarios, detenciones arbitrarias e injustas de familiares, amigos o vecinos, vida clandestina, de zozobra, junto a nuestros padres perseguidos.

El diplomático recordó que la vida en las minas era y es más que difícil. El minero no vivía más de 35 o 36 años. Entraba a trabajar a los 17 o 18 años y a los 30 ya era un hombre acabado, porque se moría escupiendo sus pulmones.

Y preguntó: ¿Dónde están esos niños, cuándo, cómo y por qué se disolvieron, en qué olvido, en qué miedo? ¿Cómo dejaron pasar esas terribles emociones y experiencias traumáticas, qué pasó con todo eso? Por ejemplo, la dictadura de siete años del coronel Hugo Banzer, de 1971 a 1978, dio muerte pública en las calles a 358 personas, el 21 de agosto de 1971, un sábado; encarceló a más de 2 mil 100 revolucionarios y desterró a 18 mil personas. Ese lapso indudablemente ha tenido que dejar marcados de por vida a millares de niños.

Estado plurinacional

Esos hechos y otros, continuó Mansilla, tuvieron que cimbrar a la infancia de entonces. Éramos pocos en Bolivia, no más de 6 millones de habitantes, y nos sabíamos las historias de todos en las esquinas. Pero, ¿qué pasó, dónde quedó el testimonio, el relato, la confidencia de ese tiempo? ¿Cuántos de aquellos niños, actualmente cincuentones, pudieron reflotar, salvar, recobrar su memoria histórica en un relato confidencial, en un cuento, una canción, una poesía?

A partir de ahí Mansilla Torres concluyó que, en Bolivia, no hay gran cosa al respecto. Abundó: “Los escritores de historias o los creadores de ficción no hacen trabajo de recopilación social, no asumen el ser colectivo. Si escriben algo del niño, narran de su infancia”. Y dijo que esa autocrítica lo incluye a él mismo.

Tras recordar que en Bolivia se asoma otra realidad con la reciente aprobación este año de una nueva Constitución, que habla de un Estado plurinacional en el que la República se acopla a las 36 naciones originarias y sus culturas, consideró que estos pueblos indígenas, por siempre ignorados, también constituyen una novedosa veta para creadores e investigadores sociales. Es un universo por escribir y por describir, dijo.

Entre muchos temas, Prada Oropeza reflexionó sobre la relación entre la literatura y la realidad, y dijo que la naturaleza fundamental de la primera no es convertirse en un documento, sino que sus valores principales radican en las cualidades estéticas que el escritor puede lograr.

Huamán, investigador de la UNAM y uno de los organizadores de la jornada, junto con Adalberto Santana y Axel Ramírez, dijo que con todos los ensayos se editará una antología que será publicada en breve por la universidad.