Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de junio de 2009 Num: 747

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Las piedras preciosas de Juan Marsé
CRISTIAN JARA

Onetti cuentista: el cuerpo como espejo
ROSALÍA CHAVELAS

La Santa María de Onetti
ADRIANA DEL MORAL

La última invención de Onetti
ANTONIO VALLE

Onetti y su estirpe de narradores
GUSTAVO OGARRIO

Adolfo Mexiac: la consigna del arte
RICARDO VENEGAS

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Luis Tovar
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Sobreviviendo (II Y ÚLTIMA)

Conviene tener presente que la acción del Tony Manero del cinerrealizador chileno Pablo Larraín se desarrolla precisamente un año después de la fecha de estreno de la dirigida por John Badham. En otras palabras –lo cual conviene tener todavía más presente--, tiene lugar en una ciudad de Santiago que, en ese presente diegético, está cumpliendo el primer lóbrego lustro de la dictadura pinochetista.

Basta ese primer par de consideraciones para hacer un cálculo certero de la infinita distancia que separa al travoltiano Manero original del encarnado por el magnífico actor chileno Alfredo Castro. Más allá del muy dispar desempeño histriónico –un Travolta sempiternamente preso de sus limitaciones contra un Castro de profundidad y matices sorprendentes--, dicha distancia comienza por todo aquello que rodea al personaje y remata con lo que el propio personaje es y significa en tanto parte constitutiva de tal entorno: mientras Manero-Travolta es un joven veinteañero que vive en el Manhattan de los años setenta, es decir una ciudad en aquel entonces tan alejada como sea posible imaginar de cualquier asomo tanto de rebeldía como de represión; mientras Manero-Travolta, como ya se dijo, está más pendiente del ancho de sus solapas que del alcance de sus ideas, Manero-Castro es un hombre no maduro sino más bien avejentado, que vive en la capital de un país que lleva cinco años sufriendo de un más que virtual estado de excepción producto del asesinato de su –entonces-- último primer mandatario legal y democráticamente elegido, con toda clase de garantías individuales suspendidas, cuyos habitantes viven en la zozobra permanente de ser legaloidemente reprimidos ante el más tímido atisbo de protesta contra la situación sociopolítica imperante.


Amparo Noguera

ASÍ EN EL DF COMO EN SANTIAGO

Aquellos años setenta, sucintamente reseñados en la primera parte de este texto, no debieron ser muy diferentes en buena parte de Latinoamérica, para no irse más lejos geográficamente. Si se juzga a la luz de la fidelísima recreación que de dicha época se hace en Tony Manero, fueron bastante parecidos: como acá, allá hubo también al menos un programa de televisión que si bien no surtía la escasez de su contenido exclusivamente del minimundo implícito en Fiebre de sábado..., sí convocaba al público a que se apersonara en los estudios disfrazado de esto o lo otro para que, concurso de por medio, se ganara premios tan atractivos como los mismos electrodomésticos que se regalaban de este lado del continente. Como acá, allá también comenzaba a enseñorearse aquello que nombramos antes como retroceso de carácter ético , consistente, entre muchas otras taras, en una perversa sustitución de prioridades según la cual, y muy significativamente, eso que algunos llaman realización o éxito bien podía consistir en ser el ganador del más anodino e insulso concurso de televisión (cualquier parecido con bazofias tipo Todo el mundo cree que sabe, ese producto del amasiato entre Televisa y el gordillesco sindicato magisterial, no es mera coincidencia sino triste, lamentable prolongación).

EVASIÓN ES LA PALABRA

Parafraseando a Ian Anderson, que desde su Jethro Tull confesaba en aquellos mismos tiempos, y con la ironía del caso, sentirse muy viejo para el rocanrol pero muy joven para morir, el Tony Manero de Tony Manero está muy viejo para cualquier cosa: para el entusiasmo, porque nada de lo que hace –entre lo cual se incluyen robo, agresiones físicas que tal vez llegan al homicidio y otras lindezas--, nada consigue arrancarle del rostro la mueca involuntaria o inconsciente de lo que pareciera un profundo hartazgo de sí mismo; para el amor, porque ni lo tiene ni lo busca, ni aparenta tener la menor idea de para qué podría servirle; para el sexo, porque a pesar de que cuenta con la anuencia más bien deslavada de una compañera de afanes dancísticos, queda claro que la libido no es una de sus aliadas. Desde luego, este Tony Manero es clara y decididamente viejo también para ejecutar los pasos de baile puestos de moda por su estadunidense alter ego , lo mismo que para participar de la protesta clandestina llevada a cabo por el resto de sus compañeros de baile en un restaurante de tristísima estampa.

Para lo único que este Manero no es viejo es aquello para lo cual efectivamente pareciera no haber edad: la evasión. En este personaje contrahecho, insufrible de tan retorcido, encarna mucho del espíritu tránsfuga de la realidad que tanto y tan bien bailó, en aquellos –y todavía en estos-- tiempos, algo que se llamaba “sobreviviendo”, como si sobrevivir de verdad consistiera en la agonía de la conciencia.