Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

General Motors y toros

S

i la autorregulada General Motors quebró como estanquillo de rancho, no obstante su experiencia, directivos, consejeros, asesores, técnicos, tecnología y demás elementos que planeaban la salud financiera de la empresa, ¿qué se puede esperar de la autorregulación aplicada a un espectáculo como la fiesta de los toros?

Los empresarios taurinos de México sostienen que su espectáculo es el más regulado en comparación con el resto, y que ello los mantiene en desventaja competitiva, ya que mientras otros tienen la oportunidad de presentar actuantes extranjeros sin obligación de incluir nacionales, su espectáculo no tiene esa posibilidad, y ello se traduce en perjuicio del negocio y del publico, obstaculizando el desarrollo de los festejos y su posicionamiento.

Esta apreciación es falsa, ya que salvo el protagónico reglamento taurino emitido en 1997 por el entonces presidente Ernesto Zedillo, el ex jefe del Departamento del Distrito Federal Oscar Espinoza Villarreal –¡vaya dupla!– y la Comisión Taurina que presidía Guillermo H. Cantú, las posteriores comisiones taurinas y una aplicación seria del reglamento han sido, hasta hoy, convidados de piedra para sucesivos gobiernos, sin la menor sensibilidad con respecto a esta tradición cultural del país y de la ciudad de México, no se diga su valor económico, cultural, turístico y político.

¿Dónde está entonces esa sobrerregulación por parte de las despistadas autoridades, deliberadamente desentendidas, cuando no en franca cooperación con las empresas? En España, la estricta regulación taurina que prevalece nunca ha impedido el desarrollo de una fiesta de toros al alza que en 2008 celebró 810 corridas y 453 novilladas con picadores.

La centenaria armadora tronó, entre otros factores, porque a la autorregulación desbocada que el gobierno estadunidense permitía a las empresas, se sumó la complicidad de las autoridades para vigilar esa autorregulación en términos de interés nacional, gremial y laboral, postura que en infinidad de casos, como se ha comprobado, significó corrupción en diversos sectores del siniestro gobierno de Bush hijo, ese pequeño miura moral, como lo calificó Fidel Castro en insólita alusión taurina.

Invocar la autorregulación como correctivo a la persistente falta de imaginación empresarial de nuestros taurinos es una falacia, por decir lo menos. Aquí, ni carteles exclusivamente con diestros importados han llenado las plazas.