Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de mayo de 2009 Num: 742

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tres cuentos
TOMÁS URIARTE

A mitad de siglo
ARISTÓTELES NOKOLAÍDIS

Epicteto: hacia una espiritualidad alternativa
AUGUSTO ISLA

Efraín Huerta, poeta feroz
RICARDO VENEGAS

El tiempo suspendido de Rulfo
MARÍA ELENA RIVERA entrevista con ROBERTO GARCÍA BONILLA

La voz entera de Benedetti
RICARDO BADA

Mucho más que un verso
LUIS TOVAR

El mismo Benedetti
CARLOS FAZIO

Oaxaca, ¿tierra de linces?
YENDI RAMOS

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Mucho más que un verso

Luis Tovar

Si se tuvieron poco menos de veinte años de edad a principios de la década de los años ochenta del siglo pasado, si por azar se cursó el bachillerato en una preparatoria o un ce ce hache de la UNAM en Ciudad de México, y se a eso se añadió una voracidad precoz de leer, como clásicamente suele decirse, todo lo que a uno le cayera en las manos, imposible no haber tenido un libresco encuentro temprano con Mario Benedetti.

En aquellos primeros ochenta en México, Benedetti aún no era, como pronto llegó a ser, uno de esos pocos autores que acaban por trascender las fronteras más bien estrechas del universo, asaz magro, de los lectores cuya asiduidad los convierte, al pasar los años, en algo muy distinto –no mejor ni más autorizado ni nada por el estilo, sólo distinto-- de lo que suele conocerse bajo el nombre de gran público . Dicho de otra manera, y conviene aclarar que aquí no se usará la palabra con ninguna intención peyorativa, la vulgarización de Benedetti no había sucedido aún; al menos, pues, en el tiempo y los espacios arriba mencionados.

Es verdad, como recuerda Ricardo Bada en estas mismas páginas, que ya constaban las beneditteanas fama y popularización –tan próximas que suelen confundirse–, sobre todo en virtud de la arribo a librerías, bastante previo a la época referida, de La tregua, novela cumbre del uruguayo, así como una para entonces relativamente reciente adaptación al cine, que compitiera sin éxito por un Oscar. (Se habla de la primera adaptación, pues hace poco en México se perpetró una segunda versión cinematográfica grosera de tan mala y tan divorciada del espíritu que el autor, evidentemente, puso en ella, alejado tanto como sea posible del catálogo iconográfico de lubricidades a las que el señor Rosas Priego –que firmó como director-- sometió a un Gonzalo Vega incomodísimo en uno de los más rotundos miscast de los que este juntapalabras tenga memoria.)

Es verdad, pues, que Benedetti ya era Benedetti, pero de ello sólo se hacían cargo, en estas latitudes, quienes habían cumplido la tarea de leer, entre otros, Primavera con una esquina rota, Con y sin nostalgia y El recurso del supremo patriarca, por citar ejemplos que no reiteren demasiado los referidos en estas mismas páginas.

No mucho, pero aún faltaba para que Eliseo Subiela le diese al Benedetti poeta el levantón definitivo de nutrir los diálogos de su muy consumido lado oscuro del corazón con versos escritos por el autor de Inventario, amén de la presencia a cuadro del propio Benedetti. Por más que, con anterioridad manifiesta, varios intérpretes latinoamericanos habían musicalizado al autor de Gracias por el fuego –Nacha Guevara, Tania Libertad, Eugenia León, Pablo Milanés, entre otros–, aún faltaba tiempo para que Joan Manuel Serrat grabara El sur también existe, álbum discográfico cuyas letras pertenecen por completo al autor de El cumpleaños de Juan Ángel.

No se sabe si a consecuencia de todo lo anterior o de manera independiente a dicha diversificación mediática, lo que pronto comenzó a ocurrir fue, por decirlo de algún modo, el siempre paradójico fenómeno simultáneo de apropiación y olvido que sufre un autor cuando el gran público lo hace suyo o, para ser más preciso, se hace con una porción, irremediablemente mínima, de lo que dicho autor produjo, y que en el caso de Benedetti es muchísimo.

Puede verse así: enterado el mundo de que el autor de Montevideanos había muerto, el noticiero en horario triple A de la televisora más poderosa y menos interesada en temas culturales y literarios en México, incluye una mención del hecho luctuoso; el locutor en turno –un disléxico que, a juzgar por sus palmarias carencias léxicas, uno juraría que jamás ha leído completo un libro, de Benedetti o de cualquier otro autor--, dice lo obvio en estos casos, y le hacen añadir que el uruguayo “escribió más de ochenta libros”, mismos que por supuesto ni él ni el noventa y siete punto cinco de su audiencia conoce ni por las tapas, y mientras esta poca información es descerrajada a todo trapo, la pantalla ofrece un medium shot del locutor, así como el rostro de Benedetti en un recuadro, junto al cual se lee: “somos mucho más que dos”.

Consumatum est: muchos ochenta libros, mucho exilio, mucho cine, muchas rolas, pero ese gran público recibe lo que ya tenía: una voz que se multiplicó a lo largo de varias décadas y centenares de páginas, sometida a la empobrecida y minimizante reducción de una frase, un verso si se desea, que ni siquiera es el mejor de Benedetti. Es verdad que, como dijo Borges, un autor, un poeta se puede dar por bien servido si a lo largo de toda su carrera logra pergeñar un solo verso incontestablemente bueno, pero ¿así? ¿Será este el caso? Dada su infatigable bondad, quizá el autor de La víspera indeleble pudo haber mirado la cosa con simpatía, aunque tal vez lamentara que buena parte del resto de lo suyo esté perdiéndose en el caño de la desmemoria o del desconocimiento.

Quienes tuvimos la fortuna de asistir a Benedetti antes de que el poema de marras fuese pasto de esos cartelitos que se venden en la calle bajo la denominación imposiblemente cursi de “pensamientos”; quienes no rendimos el paladar a la miel subielesca ni encontramos mucho más que corrección lírica –si tal cosa existe– en los Poemas de oficina, conservamos, o mejor dicho mantenemos vigente, La tregua como una obra redonda, madura e insustituible tanto en lo que significó de cara al proceso jubiloso de volverse lector de-a-deveras, como en lo que la novela ofrece a cualquiera que se dé el gusto, sea el tipo de lector que sea: ahí, en esa historia de un hombre maduro y solo, a punto del retiro laboral, que contra todas las convenciones y hasta en contra de lo que espera de sí mismo, es capaz de reinventarse gracias a su capacidad de amar; ahí están completas la excelente prosa y la poesía de Benedetti, su habilidad notable como constructor de historias, su visión lacónica, en el borde del desencanto, de la realidad agrisada del que él mismo llamara su “paisito”. Están los miedos y la osadía, la muerte y el deseo de vida, la fatalidad y la mirada que, a pesar de todo, se sabe necesaria en calidad de testigo del propio, mínimo pero no por eso menos terrible cataclismo que es la vida de cada quien.

Junto a La tregua persisten también, iluminados con luz propia, no pocos cuentos del volumen La muerte y otras sorpresas: el que da título al libro; la violencia cíclica de “Miss Amnesia” –plausiblemente llevado al cine en formato de cortometraje–; la alienación contemporánea de “Musak”; el salto de un plano de la realidad a otro de “Cinco años de vida”, y sobre todo la hondura y el amor tremendos de “La noche de los feos”, cuento magnífico en virtud del cual Benedetti estuvo tan cerca como le fue posible de sus connacionales y duramente alcanzables Horacio, Felisberto y Juan Carlos.

Todo lo cual es, y de lejos, mucho más que un verso.