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Juan Domingo Argüelles
El poeta como un pequeño Dios
Culturalmente, por tradición milenaria, los poetas gozan de una
especie de inmunidad sagrada. Son los brujos y los visionarios de la
tribu, los iluminados, los oráculos. Los seres superiores que se apartan
y se elevan por encima de la manada. La popularización de la
poesía, más que refutar esta idea, la remachó: los poetas más populares
se convirtieron en estrellas del firmamento pseudolaico.
El libro los vulgarizó pero no les quitó el halo sagrado; antes por el
contrario los canonizó.
Los más sensatos lo tomaron con modesta vanidad, pero los
más vanidosos y arrogantes se lo creyeron y trasladaron la sacralidad
de la figura poética a la deificación individual del que escribe
y publica poesía. Así, concluyeron: puesto que somos poetas, esencialmente,
somos buenos, justos, impolutos y nobles. Y esto se extendió
como ideología. Hoy, si pensamos que un poeta, por el noble
hecho de serlo, no puede cometer malas acciones, es porque creemos,
religiosamente, que la poesía es una suerte de escapulario que
nos salva, en todo momento, de cometer acciones antipoéticas.
Quizá, como una generosa utopía, debiera ser así. Pero nada más
lejos de ello. Los poetas también pueden ser antipoéticos. Y, de hecho,
lo son. Todos los días.
En su panfleto Contra los poetas, Witold Gombrowicz se lanza
contra ellos: “Sería más delicado por mi parte no turbar uno de los
pocos rituales que aún nos quedan. Aunque hemos llegado a dudar
de casi todo, seguimos practicando el culto a la Poesía y a los Poetas,
y es probablemente la única Deidad que no nos avergonzamos de
adorar con gran pompa, con profundas reverencias y con voz altisonante...
¡Ah, la palabra del Poeta, la misión del Poeta y el alma del
Poeta! Y sin embargo, me veo obligado a abalanzarme sobre estas
oraciones y, en la medida de mis posibilidades, estropear este ritual
en nombre de una rabia elemental que
despierta en nosotros cualquier error de
estilo, cualquier falsedad, cualquier huida
de la realidad.”
Gombrowicz |
Si leemos atentamente su alegato,
veremos que lo que irritaba a Gombrowicz
no era la poesía, sino sus poses
y su vanilocuencia concentradas en
el siguiente sofisma: los poetas somos
excelentes seres humanos, puesto que
somos poetas.
La verdad es que los poetas vivimos
asaeteados por las mismas tentaciones
que cualquiera y, muchas veces, como
creía Wilde, la única forma que tenemos
de vencer esas tentaciones es cayendo
en ellas. Y todos caemos con demasiada
frecuencia, aun cuando algunos se piensen
siempre en un cielo perfecto.
Estos últimos son los más susceptibles,
y son los que se irritan ante las palabras
de Gombrowicz. Lo ideal sería
que esa susceptibilidad fuese siempre
más pequeña que su ética. Insignificante.
Ser poeta no nos releva de responsabilidades
ciudadanas. El poeta no es un
ángel ni un santo, es una persona
que escribe poesía y que,
cuando no escribe, puede hacer
muchas cosas honorables
y también no pocas canalladas.
Que los poetas sigan creyendo
que son santos o ángeles
no nos debería impresionar
demasiado. Que sus libros hablen
por ellos, si de poesía se
trata, y –si hablamos de ciudadanos–
que sus acciones los definan.
Y hay que agradecerle a
Gombrowicz la muy saludable
desacralización. Si no fuéramos
tan susceptibles, los poetas
exclamaríamos: ¡Que viva
Gombrowicz!
Huidobro dijo que “el poeta es un
pequeño Dios”, y muchos tomaron esta
licencia como algo literal. El poeta chileno
se refería al proceso de creación.
Si Dios es el Creador por excelencia, el
poeta, que es también un creador, es
como un pequeño Dios. Esta es la explicación
simple, sin grandilocuencia, y tal
símil podría aplicarse, como es lógico,
no sólo al poeta lírico o épico, sino también
a muchos artistas: al narrador lo
mismo que al pintor, al escultor lo mismo
que al músico, en tanto que son inventores
de universos.
Para evitar ruidosas vanidades y tontas
arrogancias, nunca estará de más recordar
todo el tiempo la refutación de
Neruda a Huidobro en su discurso de recepción
del Premio Nobel de Literatura:
“El poeta no es un ‘pequeño dios.’ No, no
es un ‘pequeño dios’. No está signado por
un destino cabalístico superior al de quienes
ejercen otros menesteres y ofi cios. [...]
El mejor poeta es el hombre que nos entrega
el pan de cada día: el panadero más
próximo, que no se cree dios”
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