Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de mayo de 2009 Num: 742

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tres cuentos
TOMÁS URIARTE

A mitad de siglo
ARISTÓTELES NOKOLAÍDIS

Epicteto: hacia una espiritualidad alternativa
AUGUSTO ISLA

Efraín Huerta, poeta feroz
RICARDO VENEGAS

El tiempo suspendido de Rulfo
MARÍA ELENA RIVERA entrevista con ROBERTO GARCÍA BONILLA

La voz entera de Benedetti
RICARDO BADA

Mucho más que un verso
LUIS TOVAR

El mismo Benedetti
CARLOS FAZIO

Oaxaca, ¿tierra de linces?
YENDI RAMOS

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Ana García Bergua

La destrucción de todas las corbatas

Ahora que, a raíz de la perniciosa influenza, las corbatas han quedado tan desprestigiadas, reducidas a peligrosas resbaladillas para virus, muchas personas se alegran de su inminente desaparición. ¡Cómo!, ¿así de rápido, como estornudada llovizna, irá desapareciendo esta peculiar prenda, parte constitutiva del alma de todo señorón que se respete y tenga la intención de subir al cielo de su predilección escalando su mágica tira de rayas o bolitas, como Juanito por la planta de frijol? A mí me daría mucha tristeza ver desaparecer las corbatas, especialmente ésas tan brillantes que aman lucir los funcionarios, los empresarios, los burócratas, en fin, todos los que la tienen completamente incorporada a su personalidad. Es como si fuera, digamos, una extremidad, un órgano: ¿cuántos de ellos no han estado a punto de llegar con el médico y decirle: “mi dolor y mi molestia (o bien esta comezón intolerable) comienza en el píloro y termina en la corbata, especialmente en la azul que es la que me pongo los jueves”? Ahora que aparecen en las fotos todos con cuello sport , da la impresión de que les falta algo, de que están disfrazados, sueltos. Mal que bien, la corbata es la manifestación de que, si no hay convicciones que sostengan a un hombre, por lo menos sigue amarrado a algo. Por eso no hay que terminar con ella. Además la corbata, como todos sabemos, tiene una multitud de usos útiles, a saber:

–Nos indica qué sopas hemos cocinado en la semana, para no repetir. En efecto, hay corbatas que son verdaderos catálogos de sopa de pasta, de frijoles, etcétera, e incluso las hay que abarcan el guisado, la gelatina y el flan.

–Son indispensables para la gestualidad. ¿Cómo haría el ingeniero Peláez, por poner un caso, gerente general de la Compañía Hulera de Champotón y Anexas, si no pudiera aflojarse el nudo de la corbata con el rostro perlado de sudor para manifestar su nerviosismo? Se podría jalar el pelo, pero ¿y si no tiene? Estaríamos obligados a presenciar un coro lamentable de administradores y funcionarios entrechocando las rodillas, comiéndose las uñas o corriendo al dobleú ce. Un desastre. Otro ejemplo inmortal, obra de Abel Quezada, del lenguaje corporal ligado a la corbata, es el del mexicano que la detiene con la mano izquierda mientras toma el taco delicadamente con la derecha y se inclina, el meñique levantado, para dejar que la salsa escurra como cascada hacia el arroyo: pura danza contemporánea.

–Las corbatas poseen un poderosísimo efecto hipnotizador, especialmente las psicodélicas o aquellas con efecto de televisión descompuesta, y mantienen al contrincante con la guardia baja. Para el caso funcionan mejor que el gas pimienta y la patada de taekwondo. Como Supermán, no hay más que abrirse el saco, mostrar la corbata roja del martes y a correr se ha dicho.

–Proporcionan un modo de suicidarse rápido y barato, muy apropiado para estos tiempos de crisis económica. El único material que se necesita, además de una buena corbata de rayas, es una viga resistente y una sillita. Las razones, por otra parte, las regalan. Eso sí: hay que practicar con los nudos, sobre todo para no hacer el ridículo o romperse las costillas al caer de la sillita.

–Siempre ha sido un misterio para mí la exigencia de la corbata en los restaurantes elegantes; he llegado a pensar que: a) Los meseros clasifican a los hombres por los colores de la corbata y b) Los meseros necesitan de dónde pescar a los hombres en caso de tener que expulsarlos. En todo caso, estoy segura de que es un asunto de los meseros (a las mujeres las pescarían del chongo).

–Sin corbatas no sabremos de qué partido son nuestros políticos; a últimas fechas, la verdad, lo único que los distingue es el color de la corbata, al igual que, según el simpático artículo de la Wikipedia titulado “corbata”, los revolucionarios franceses se distinguieron por la corbata negra y los contrarrevolucionarios por la blanca (supongo que para adivinar a quién le iban a guillotinar el cuello después). Este compendio de sabiduría virtual –que nunca deja de darme cierto temor, pues corre el riesgo de convertir el saber humano en el monumento al teléfono descompuesto– expone la función inapreciable de la corbata: La corbata, dice, “realza el uso de la camisa y destaca la verticalidad del cuerpo, añade estilo, elegancia, color y textura a la camisa”. Lo que más me gusta es lo segundo; cuando me quiera echar un sueñecillo en algún lugar inapropiado, me pondré una corbata para que destaque la verticalidad de mi cuerpo, a ver si así nadie se da cuenta.