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El rechazo y el miedo, ejes de obras como Decamerón y El amor en los tiempos del cólera

Desde Bocaccio hasta García Márquez, la literatura está plagada de epidemias

Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa: Susan Sontag en El sida y sus metáforas

 
Periódico La Jornada
Domingo 10 de mayo de 2009, p. 4

Escribió Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas: La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.

La escritora estadunidense elaboró esta reflexión a partir de su experiencia personal con el cáncer, al establecer una analogía con las fantasías inspiradas por la tuberculosis. Ambas enfermedades –señaló– conllevan por igual, y con la misma aparatosidad, el peso agobiante de la metáfora.

Sin pretender alterar el sentido original y el propósito explícito de La enfermedad y sus metáforas (aclarar estas metáforas y liberarnos de ellas), podemos extraer de ese libro una pregunta que se antoja de lo más pertinente: ¿Cuál es la metáfora siniestra que pesa sobre los mexicanos como consecuencia de la epidemia de influenza A?

Metáforas siniestras

En estos días, viajar con pasaporte mexicano es equivalente a viajar con pasaporte de enfermo, independientemente de nuestro estado de salud. Más allá de toda razón médica o científica, hemos visto desatarse en países como China, Argentina, Francia, Chile, Ecuador e incluso Cuba, lo que Sontag denominó las fantasías punitivas o sentimentales que se maquinan sobre ese estado (real o imaginario).

Apuntó también la autora de El sida y sus metáforas: Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa (...) El contacto con quien sufre una enfermedad supuestamente misteriosa tiene inevitablemente algo de infracción; o peor, algo de violación de un tabú.

A lo largo de la historia, la constante que se deriva de dichas fantasías es la segregación, el rechazo tácito o forzado, el linchamiento físico o social.

La literatura ha sido prolífica sobre el tema de las epidemias y la mortandad que causan. Y en las obras que lo abordan o aluden, un aspecto central o subyacente es precisamente –por miedo fundado o infundado– el de la marginación de los enfermos y el enaltecimiento y salvación de los sanos.

Esto es patente en el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, conformado por 100 relatos contados en 10 jornadas por 10 jóvenes –siete mujeres y tres hombres, sanos– pertenecientes a la alta burguesía de Florencia.

Corre el año de 1348 “cuando a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las otras ciudades de Italia, llegó la mortífera peste que, o por obra de los cuerpos superiores (los astros) o por la justa ira de Dios, para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes, y, continuándose sin descanso de un lugar a otro, se había extendido miserablemente a Occidente.

(...) tanta y tal fue la crueldad del cielo, y tal vez en parte la de los hombres, que entre la fuerza de la pestilente enfermedad y por ser muchos enfermos mal servidos o abandonados en su necesidad por el miedo que tenían los sanos, a más de 100 mil criaturas humanas, entre marzo y el julio siguiente, se tiene por cierto que dentro de los muros de Florencia les fue arrebatada la vida (...)

Dado que para curar la enfermedad no hay consejo médico o virtud de medicina alguna que sirva, sea por la naturaleza del mal o por la ignorancia de quienes lo medicaban, las siete mujeres y los tres hombres optan por huir y se refugian en una casa de campo a las afueras de la ciudad enferma.

Una de las mujeres, Pampinea, autora de la idea, argumenta: Natural derecho es de todos los que nacen ayudar a conservar y defender su propia vida tanto cuanto pueden, y concededme esto puesto que alguna vez ya ha sucedido que, por conservarla, se hayan matado hombres sin ninguna culpa. Y si esto conceden las leyes, a cuya solicitud está el buen vivir de todos los mortales, ¡cuán mayormente es honesto que, sin ofender a nadie, nosotras y cualquiera otro, tomemos los remedios que podamos para la conservación de nuestra vida.

Se encierran entonces en sus villas campestres, y allí aquella fiesta, aquella alegría y aquel placer que pudiésemos sin traspasar en ningún punto el límite de los razonable, lo tomásemos.

Y es allí el aire asaz más fresco, y de las cosas que son necesarias a la vida en estos tiempos hay allí más abundancia, y es menor el número de las enojosas: por allí, aunque también mueran los labradores como aquí los ciudadanos, el disgusto es tanto menor cuanto más raras son las casas y los habitantes que en la ciudad.

Además de comer, beber y bailar, para entretenerse durante su encierro los jóvenes cuentan las 100 historias que integran una de las obras mayores de la literatura universal, que no tienen que ver con la enfermedad.

Poe y un final desquiciante

Siglos después, en La máscara de la Muerte Roja, Edgar Allan Poe aborda el tema de una población azotada por una epidemia. A diferencia del Decamerón, el cuento de Poe no tiene un referente histórico concreto e identificable. No obstante, recurre al mismo esquema que Boccaccio: un grupo de nobles y pudientes huye de la peste y se encierra a cal y canto, rodeado de cuantas provisiones, comodidades y placeres se pueden tener. Busca en la automarginación la propia salvación.

Mil robustos y desaprensivos amigos del príncipe de un país devastado por la peste, se encierran en una abadía fortificada. Relata Poe: Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto, era una locura afligirse o meditar. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Habpia bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.

El grupo se mantiene a buen resguardo de la enfermedad y del miedo hasta el quinto o sexto mes de su reclusión. Para celebrar la sobrevivencia del grupo, el príncipe ofrece a sus mil amigos una baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

El desenlace del relato, cargado de un suspenso desquiciante, ocurre durante el baile, donde el miedo adquiere una densidad casi tangible.

Daniel Defoe, reportaje de largo aliento

Otra obra literaria que tiene como tema la expansión masiva y letal de una enfermedad, sus consecuencias económicas y el impacto múltiple en el ánimo de la población, es Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. El autor recrea en este libro la epidemia de peste bubónica padecida en Londres en 1665.

Empieza con el rumor inicial sobre la enfermedad, la decisión del gobierno de mantener el asunto en secreto y el desvanecimiento del asunto, que la gente empezó a olvidar como se olvida una cosa que nos incumbe muy poco, y cuya falsedad esperamos.

Con el estilo narrativo de lo que hoy sería un reportaje de largo aliento, rico en información y llevado a su más acabada expresión literaria, Defoe detalla la aparición y el desarrollo de la enfermedad. Igual que los escritores mencionados antes, el autor de Robinson Crusoe registra las respuestas básicas que se suceden en una situación así: incredulidad, enojo, desconfianza, solidaridad y miedo, siempre el miedo; otra vez: fundado e infundado, el miedo salvador y el miedo desbordado y destructivo.

Hay un pasaje en el que se encuentran dos grupos que huyen de la ciudad tratando de ponerse a salvo: “Y se detuvieron sorprendidos. Eran más o menos 13, contando algunas mujeres. Se consultaron sin saber qué hacer; por sus palabras, pronto nuestros viajeros se dieron cuenta de que era gente tan pobre como ellos que buscaba un refugio seguro. Además, no tenían que temer que se les acercaran, pues al oír el ‘¿Quién va?’ las mujeres despavoridas habían exclamado: ‘No se les acerquen! ¡No sabemos si tiene la peste!’ Y cuando uno de los hombres dijo: ‘Al menos déjennos que les hablemos’, las mujeres contestaron : ‘¡No, bajo ningún pretexto! Hasta ahora hemos escapado gracias a la bondad de Dios. No nos hagan correr otros peligros, se los suplicamos’”.

Y es precisamente un admirador de Diario del año de la peste, Gabriel García Márquez, el autor de una de las novelas contemporáneas que tienen como tema una epidemia: El amor en los tiempos del cólera.

Inevitablemente trágica, la novela de García Márquez tiene un tono menos pesimista e incluso más esperanzador que otras obras sobre el asunto. Y aquí sí hay héroes: Florentino Ariza y Fermina Daza, cuya historia de amor transcurre con la enfermedad –causas y efectos– como telón de fondo. No falta, como en toda situación parecida, el miedo, la desconfianza y la consecuente división entre los sanos y los enfermos.