Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de abril de 2009 Num: 738

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Afganistán: una balada de Theodor Fontane
RICARDO BADA

Dos poemas
NIKIS KARIDIS

Italo Svevo y La conciencia de Zeno
ANNUNZIATA ROSSI

Martin Buber: ética y política
SILVANA RABINOVICH

Israel-Palestina: una tierra para dos pueblos (fragmento)
MARTIN BUBER

Un poco de color y buenas actuaciones
RAÚL OLVERA MIJARES

La Iglesia y el muralismo en Cuautla: cincuenta y siete años de censura
YENDI RAMOS

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA MASA DE
CONSUMIDORES DE INFORMACIÓN (IV DE VIII)

Ahora bien, por una parte es indiscutible que la noción iluminista de la opinión pública no corresponde a la realidad del medio social contemporáneo y, por la otra, es imprescindible buscar las características propias de un público consumidor de noticias y de productos de la industria cultural, partiendo de la idea de que los poderes políticos y económicos, desde hace mucho tiempo, buscan masificarlo y lograr que la respuesta sea dócil y uniforme ante los estímulos creados por los medios de comunicación colectiva.

La opinión pública contemporánea da a los estímulos una respuesta variable. Sus manifestaciones son, cada día, más difíciles de captar, ya que su voz es, generalmente, casi inaudible. Los mecanismos adormecedores puestos en juego por los poderos político-ideológicos, funcionan con una eficacia creciente y el 1984, de Orwell, ya no es, en nuestro tiempo, una historia de ciencia ficción.

Podemos ahondar en una de las hipótesis objeto de esta columna, que consiste en aceptar que los aparatos político-ideológicos son las fuerzas determinantes en el sistema de control social. La manipulación informativa y los productos de los medios de comunicación de masas son las fuerzas determinantes en el sistema de control social y los productos de los medios constituyen una fuerza administrada por la clase dominante. Su poder, capaz de reforzar pautas de conducta, de modificar criterios ya existentes y de crear nuevas convicciones, los convierte en aparatos ideológicos indispensables para asegurar la perdurabilidad del sistema.

Cuando hablo de los mensajes ideológicos que los medios transmiten, no me refiero exclusivamente a las informaciones y comentarios que refuerzan el sistema cuando convencen al público de que el mundo en que se vive es la imagen misma de la normalidad, y de que, por otra parte, nada se puede hacer para cambiarlo. Tienen ya, en nuestro medio, mayor impacto los “objetivos” anuncios comerciales que crean necesidades artificiales para servir a la sociedad de consumo, y refuerzan los instintos antisolidarios del hombre para fomentar el individualismo e impedir la movilización de las masas populares. Los anuncios producen efectos perturbadores de la sexualidad, refuerzan los peores aspectos del “machismo” tradicional, exacerban las tendencias chovinistas, fortalecen los prejuicios sociales, fomentan el desarrollo de un pensamiento estereotípico, convierten en virtudes la avaricia, la voracidad y la violencia; rinden culto al dinero, dios principal de la sociedad capitalista; entonan loas al sistema de la libre empresa y defienden un proyecto vital que gira en torno al gran pivote de la propiedad privada.

En reforzar estos “valores”, impedir el desarrollo de la libre crítica y evitar el crecimiento de las “ideas exóticas”, se empeñan los medios servidores del sistema. Con escasa frecuencia logran manifestarse a través de sus cerrados mecanismos las ideas perturbadoras. A veces el mismo sistema les da entrada. Calificándolas de “pintorescas”, “excéntricas”, “simpáticas, pero impracticables”, las mediatiza, asignándoles el papel de catarsis esporádicas, útiles para desfogar la presión de una olla que, herméticamente cerrada, corre el peligro de estallar.

(Continuará)

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