Opinión
Ver día anteriorMartes 21 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Exposición italiana en el museo Cuevas
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o hay suficiente  advertencia sobre la muestra Ital Idea que se prolonga en el Palacio del ex Arzobispado. La parte medular que ofrece atinado montaje, digno de observar en sí mismo, fue realizado por los propios italianos. Se encuentra en la planta superior del museo Cuevas, el de La Giganta, y empieza a verse desde el despunte de la escalera, donde unas pequeñas piezas etruscas reciben al espectador.

Nadie entre los interesados en estas cuestiones debería perdérsela, pues además de entregar la incontestable notoriedad itálica para el diseño (y en este caso para el diseño de exposiciones) contiene ejemplares obras que raramente podemos observar en nuestro país.

Los cambios y políticas culturales de los inicios de este siglo impidieron la presencia de Giorgio Morandi, ya concertada y financiada. Morandi no comparece en esta muestra, pero eso es lo de menos, está armada con mucha visión y apela a gustos de muy diferente índole.

La selección procede de varias instancias (fundación Roberto Longhi, Reggio Emilia, Prato, la Casa Ferragamo, el Museo Arqueológico de Florencia, con préstamos excepcionales). Se adhieren además un par de espléndidas pinturas de los Ufizzi: Concierto, del calabrés Matia Pretti (1613-1699), inspirado en Caravaggio, y una Sibila, del Guercino (1591-1666), además de un diminuto y muy curioso Rapto de Europa, del boloñés Francesco Albani (1578-1660), en la tradición del paisaje mitológico que propiciaron los Carracci.

Estas deleitables pinturas se  entreveran con otras obras: entre ellas aparatos y réplicas de instrumentos de tortura. Así, una buena técnica mixta de tema clásico del transvanguardista Sandro Chia, una horrorosa escultura de Mimmo Paladino, van configurando lectura apoyada con proyecciones que combinan obras de varios tiempos, sin faltar por supuesto Leonardo da Vinci con sus aparatos e innovaciones tecnológicas.

Nosotros los mexicanos, admiradores de la escultórica en madera policromada del virreinato, nos detenemos en una pieza volumétrica destacable entre todas: la escultura en madera de un feto a término en útero, del siglo XVIII, que proviene de La Speccola, el museo médico florentino, en el que existen también ejemplares antiguos de taxidermia y otras curiosidades.

Entre las obras pictóricas contemporáneas destaca una técnica mixta de Mario Merz  (quien murió hace cuatro años)    y el Fichero, 1990, parecido a las barajas de Marsella, del napolitano Lucio del Pezzo (1933), artista influido por Dada y por la corriente metafísica que se ha caracterizado por sus creaciones en arte-objeto.

De Giusepe Uncini (1929-2008) se exhibe otra obra de reciente creación: Espacio de Hierro, que es en realidad una buena escultura contemporánea, sólo que se eligió porque rememora –sin que el autor se lo haya propuesto– algunos de los instrumentos de tortura que se exhiben o se proyectan. El más interesante de todos es una loza helenística con armas en relieve, que ostenta una rueda vista en escorzo, semejante a las que acompañan los atributos de Santa Catalina de Siena.

Esa sección termina con obras que recrean diseños de Antonio Saint’ Elia , el arquitecto futurista que proyectó en el siglo pasado una más de las urbes ideales, la ciudad nueva.

En las salas frente a la fachada se exhiben ejemplares de vestuario de varias épocas, desde jubones del siglo XVIII hasta diminutos y delicadísimos tocados femeninos comunes en los años 30, cuyo uso actualmente provocaría sensación. Por supuesto no podían faltar muestras de calzado, que es la sección en la que interviene la casa Ferragamo, misma que ocupa en Florencia un palacio del siglo XVII, concebido como museo (recinto en el que se venden los productos). Esta sección se aboca más al diseño que la anterior, pero se incluyeron cráteras etruscas en cerámica roja y negra, con figuras que ilustran la antigüedad itálica en el diseño de sandalias, de las que hay también ejemplares acompañados con botines y zapatillas de lujo.

Algunas de las proyecciones  son de animación, dado lo cual un personaje, digamos de finales del medievo, se transmuta en un retrato de Botticelli, merced a la reiteración de un solo elemento que es común a ambas efigies, en este caso el bonete negro en forma cilíndrica.

La exposición terminará el 4 de mayo, tanto en el museo Cuevas como en el Palacio del ex Arzobispado, que no pude visitar.