Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Despido, no despedida

P

arafraseando a Alí Chumacero: antes que ocupar un puesto o ejercer una profesión, ya era yo. Perder el trabajo no es perder la vida, aunque la primera pérdida demande también elaboración de duelo, habida cuenta del sentido de seguridad que otorgamos al empleo, satisfactorio o no. Despido, pues, con toda la carga de imprevistos que se quiera, no es despedida definitiva, sino desafío de imaginación para acompañar con otros criterios esa pérdida.

Porque despedirse es saber soltarse, desprenderse con entereza de aquello que suponíamos nuestro, exclusivo, inalterable y, en el colmo de la ingenuidad, por tiempo indefinido. Tal vez quienes en su vida sólo han tenido una pareja logran tener un solo empleo a lo largo de su existencia. El resto suele mudar, por voluntad u obligado, en cierre de capítulos sucesivos.

Además de dejar de percibir un sueldo que pensábamos seguro, o interrumpir determinadas rutinas, o tener que alejarnos de compañeros y colegas que contribuían a amenizar nuestro tiempo laboral, o incluso resentir la supuesta falta de solidaridad de quienes aún conservan su chamba, se trata, sobre todo, de reconocer que el ego es alcahueteado por nuestra mente ante una situación que suponíamos improbable o remota.

Hemos sido mal educados en absolutos, exclusividades e ingenuas identificaciones definitivas. Tener o no tener, mío o tuyo, bueno o malo, por lo que si el trabajo es una bendición, la falta de éste debe ser una maldición. Pero en la vida estamos para aprender y enseñar, con amor, más que con dolor; para procurar un bienestar con nosotros mismos y con nuestro entorno, a muy prudente distancia del consumismo chapucero que el sistema nos ha inculcado.

Las dificultades que plantea la existencia no son condenas inevitables en este supuesto valle de lágrimas, sino ocasiones de crecer interiormente, desarrollar otras capacidades, crear nuevas alternativas, revisar valores, comprobar certezas, modificar conductas, intentar vías diferentes. Nada que ver con la resignación recomendada por las jerarquías, sino con una revisión madura, responsable y creativa de mi vida, mis valores y necesidades reales.

Un chino de otra época dejó dicho: No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita. Tiempos vienen de oportunidad para enriquecernos con algo más sólido que comportamientos imitativos, estatus artificiales y prestigios de barrio. Si no los necesitamos, claro.