Opinión
Ver día anteriorJueves 2 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Terceto encadenado
L

as campañas electorales obligan a los partidos a concentrarse en sí mismos, al tiempo que ponen al descubierto la mecánica de sus relaciones. Entre nosotros la naturaleza de un sistema de partidos trino impone el ritmo y el tono de sus intercambios cuando compiten por el voto, al igual que los tercetos en serie que forman un poema en el que las rimas se alternan cada tercer verso. Así, cuando los panistas acusan de oportunistas a los perredistas, los priístas responden que el desprestigio de los políticos es inevitable; entonces los perredistas denuncian las campañas negras, y los panistas insidiosos preguntan si alguien estaría dispuesto a meter la mano al fuego por tal o cual priísta bajo sospecha de vínculos con el narcotráfico. Los perredistas llaman mentirosos a los panistas, y los priístas les reprochan a unos y otros la desconfianza que generan en la ciudadanía. Esta danza encadena a los partidos entre sí, porque toda acción provoca una reacción, pero también les permite evadir la presentación de alternativas para el gobierno del país; sus escarceos divierten a la galería, pero no la informan, y tampoco la inducen a reflexionar. Sus relaciones están dominadas por actitudes; en cambio, se cuidan de exponer ideas, si las tienen.

Los líderes nacionales de los tres grandes partidos, Germán Martínez, Beatriz Paredes y Jesús Ortega, se reunieron a debatir en el foro de discusión Espacio 2009, organizado año con año por Televisa, en beneficio de estudiantes universitarios de todo el país. De este episodio el fotógrafo José Carlo González captó tres imágenes publicadas por La Jornada el día de ayer (1º de abril de 2009), más elocuentes que 100 discursos de campaña. En la primera de ellas aparece Ortega arengando a la masa, con un gesto que merecía un pódium, pero que la crueldad de la silla baja en la que estaba acomodado reduce al pequeño ademán de quien se hunde indefenso en un pantano. Paredes, sometida a la misma silla cruel, levanta las cejas, resignada y descreída, pero sin maldad, mientras Martínez se burla sin recato. En la segunda imagen, una Paredes de plano aburrida ladea la cabeza enmelenada como quien oye llover y no se moja, mientras sus compañeros de debate se señalan mutuamente con el dedo, Ortega increpa, Martínez acusa mirando al público; pese a su carita de hartazgo, la dirigente priísta parece dispuesta a zapear al más necio con el micrófono que tiene en las manos, ¿o es un abanico? Tercera y última, Paredes se levanta, liberada por fin de la tortura de cuatro patas en la que había estado confinada, y juguetona, desenfadada y hasta coqueta, se toma la falda y dice: Si se fijan, no tengo cola que me pisen. Ortega tiene cara de enojado, la broma no le cae en gracia, si es que la escuchó, pero Martínez mira con atención el punto al que señala su contraparte del PRI, como quien se cerciora de lo dicho.

Las actitudes de los dirigentes partidistas que recogió la cámara de González parecen reflejar los resultados de las encuestas recientes de preferencias electorales: el PRD y el PAN se disputan el segundo lugar, mientras el PRI espera tranquilamente los resultados que se anuncian muy buenos para el partidazo de antaño, con o sin cola. De hecho, con esta actitud Paredes desmiente su propia afirmación de que nunca eché las campanas al vuelo, a propósito de los pronósticos optimistas respecto a los resultados de su partido en las elecciones de julio. Las imágenes también rinden cuenta de la dinámica que se ha instalado entre las tres fuerzas políticas, que es la misma que se impone al debate electoral: el PAN ha optado por la estrategia de la mejor defensa es el ataque, en la que Martínez se siente muy ducho; al PRD le toca defenderse, como lo ha estado haciendo durante meses y, en primer lugar, de sí mismo; y el PRI, aunque molesto con los arponazos del PAN, ha adoptado la actitud del viejo sabio que está de regreso de todo, y que responde con mesura, llama a la prudencia, y –como aconseja un dicho árabe– se sienta a la puerta de su casa a esperar que pase el cadáver de su enemigo.

Nadie habrá de regatear a los tres grandes partidos nacionales su contribución al desmantelamiento del autoritarismo. El PRI no sólo aceptó la derrota en 2000, sino que antes apoyó las reformas electorales que condujeron a la transformación del votante y de los partidos; el PAN impulsó en forma decidida la movilización electoral que fue el corazón de la embestida antiautoritaria de los años 80, y el PRD ha formado un electorado propio, ha canalizado descontentos que de otra manera no podrían expresarse, y ha tratado, a veces, de ofrecer una alternativa de izquierda. Sin embargo, a casi 10 años del triunfo de la oposición en la elección presidencial, esos mismos partidos, tratando de preservar sus privilegios, se han encadenado unos a otros, ya no avanzan, sino que se mueven sólo después de mirar al otro, indiferentes a los ciudadanos, a los que también encadenan.