Opinión
Ver día anteriorSábado 28 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
De Grisey a Ciconia
E

n su versión de 2009, el Festival de México en el Centro Histórico tuvo dos categóricos aciertos musicales (quizá hubo otros, de los que no fui testigo) en ámbitos cronológicos, sonoros y expresivos diametralmente apartados, que no opuestos. En una de sus extensiones hacia el sur de la ciudad, el festival presentó en la Sala Nezahualcóyotl al ensamble francés Court Circuit, especializado en la música de hoy, con un programa dedicado a explorar el trabajo de dos compositores fundamentales de la corriente conocida como música espectral, Gérard Grisey y Tristan Murail, espíritus afines y colaboradores cercanos.

Talea, de Grisey, presenta entre otras cosas una particular y compleja visión del estructuralismo. El compositor obtiene de su dotación (piano, violín, cello, flautas, clarinetes) una vasta paleta tímbrica que aplica a la creación de juegos de densidades, transiciones microtonales y un eficaz reparto de materiales motívicos entre los instrumentos. Aquí, la dramaturgia de silencios y resonancias es de importancia igual a la del sonido mismo, y las interferencias sonoras creadas por Grisey desembocan en una intensa y poderosa expresividad.

La barque mystique, de Tristan Murail (para la misma dotación que Talea) propone un continuum sonoro más fluido pero no menos complejo, sin pulsos aparentes pero con una respiración interna de perfiles casi orgánicos. La obra que cerró el programa, Vortex temporum, de Gérard Grisey, es una partitura absolutamente deslumbrante, concebida para la misma dotación que Talea, con la adición de una viola. Fielmente apegada a los vocablos que le dan título, esta obra inicia su trayecto con el sustento de torbellinos sonoros exquisitamente controlados, para el ensamble completo, sus diversos subgrupos o instrumentistas individuales.

Ciertos modos de producción sonora se perciben como sutiles espejismos de lo arcaico, y se funden perfectamente con las nuevas técnicas instrumentales. Grisey plantea inicialmente sus vórtices sonoros de una manera apretada y compacta, para más tarde expandirlos y contraerlos de nuevo, creando un oleaje sonoro de trascendencia profunda. Entre los elementos mejores de esta singular obra, destaca la scordatura del piano (la desafinación intencional de algunas de sus cuerdas), especialmente efectiva en un extenso y potente episodio para el teclado solo. La expansión y contracción de los vórtices sonoros es desarrollada por Grisey con un manejo análogo del tiempo, que se alarga y se comprime de manera casi hipnótica.

A lo largo de este vertiginoso y a la vez delicado Vortex temporum, el oyente es testigo de numerosas, casi inaudibles sutilezas instrumentales. Al final, el sonido se convierte en nada, la energía del vórtice se ha consumido a sí misma, en un fascinante acto de autofagia sonora. Si las tres obras del programa de Court Circuit resultaron de altísimo nivel, las ejecuciones fueron asimismo de calidad insuperable, guiadas con una disciplina y un control indeclinables por Guillaume Bourgogne, director que demuestra una inteligencia musical superior.

Unos días después, en el Templo de Regina Coeli, el ensamble Mala Punica, bajo la conducción del legendario Pedro Memelsdorff, dio una categórica lección en el arte de interpretar la música medieval. Con los motetes de Johannes Ciconia como columna vertebral del concierto, el multinacional ensamble logró esa rara combinación de virtuosismo y sencillez, que es sin duda el mejor vehículo para la expresión del enrarecido y fascinante mundo sonoro del Ars Subtilior. La delicadeza del trabajo instrumental de Memelsdorff y sus colegas fue complementada con un formidable trío de voces. Me sigo preguntando: ¿cómo es posible que una soprano pueda emitir esos prolongados pianissimos, les aplique refinados reguladores y los mantenga en impecable concordancia con el extraño entorno armónico de la música de Ciconia?

Deliciosamente asombroso, como lo fue también el poder escuchar las cosas inverosímiles que se pueden tocar en un echequier, especie de fantástico clavicordio ambulante.