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Tomás Eloy Martínez aborda en Purgatorio las desapariciones en la dictadura argentina

El exilio me privó de afectos y me expulsó de los años más fértiles de mi vida

Hoy día las formas del totalitarismo son más curiosas, advierte el autor argentino en entrevista

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Tomás Eloy Martínez cuenta en Purgatorio la historia de Emilia y Simón, separados por la dictadura argentinaFoto Marco Peláez
 
Periódico La Jornada
Lunes 23 de marzo de 2009, p. a12

En años recientes, los totalitarismos han cambiado de forma, advierte el escritor argentino Tomás Eloy Martínez.

“Hoy la amenaza no es militar, sino totalitaria, asume otras formas: la de la codicia, del dinero, del narcotráfico, de las trampas en las inversiones, del robo, el saqueo de los ahorros de las personas.

Son otras formas de totalitarismos, impensadas antes, más curiosas, sobre las que supongo escribirá la próxima generación de narradores.

A él le toca hacerlo sobre la dictadura argentina, y lo hace en su nueva novela, Purgatorio (Alfaguara), que sirve de pretexto para una entrevista con La Jornada, vía telefónica desde New Brunswick, Nueva Jersey.

Purgatorio es la historia de Emilia y Simón; de la desaparición de él, esposo de ella, ocurrida durante la dictadura, y las tres décadas que Emilia lo espera, lo busca, permanece sola hasta que lo encuentra en un bar en Nueva Jersey. Por Simón no han pasado los años. Es el mismo de tres décadas atrás.

Esta novela, dice el escritor y periodista, significa un salto mayor hacia una imaginación, más libre, menos aferrada a los datos de la realidad concreta. Simón representa de algún modo la fatalidad de caer víctima de la opresión sin saber por qué. Emilia es la espera, la angustia de lo que no se sabe dónde está, de lo que desaparece sin razón y sin sentido.

Existe una tercera figura, la del narrador, amigo de Emilia, quien enlaza todos esos mundos e intenta imponer un principio de realidad en la irrealidad.

El tema de las desapariciones vivía en mí desde hace mucho, y había que encontrar el modo, la forma, la densidad necesaria para poder sacarlo a flote.

–¿Esa libertad no se la habría dado el periodismo?

–No, de ninguna manera, los libros nacen con una estructura, una esencia, son lo que son, son lo que están destinados a ser. Sin duda, esta libertad no tiene cabida en el periodismo. Hay una imaginación literaria muy suelta, que el periodismo no permite. Si usted ha leído el libro, dígame qué fragmentos podrían ser transcritos en términos periodísticos.

–Creo que ya lo hizo con los mendigos de Tucumán.

–Ah, bueno, sí es una historia. Escribí la historia por completo, porque el gobernador militar de Tucumán me hizo un juicio, que perdió; pero, obviamente, la historia que narra Purgatorio no es la historia real de los mendigos.

Uno puede transfigurar la realidad y darle la forma que quiere en la literatura; en el periodismo eso no es posible, hay que contar los hechos tal como fueron.

Tomás Eloy Martínez contó en 2004, lo ocurrido a los mendigos de Tucumán, en el diario La Nación: en julio de 1977 el gobernador militar de Tucumán, Antonio Domingo Bussi, expulsó a los mendigos de la región ante la visita del presidente de facto Jorge Rafael Videla. Los llevaron a la frontera con la provincia de Catamarca, una zona despoblada. Por esa historia, Bussi interpuso una demanda contra el escritor, quien ganó el caso en 2006.

En Purgatorio, el encuentro con los mendigos es el escenario donde Simón y Emilia son separados por la dictadura.

Fue otro artículo periodístico, el de los guerrilleros asesinados en la cárcel de Trelew, el que lo enfrentó con la dictadura de Emilio Eduardo Massera. Después vino el exilio.

–¿La herida en Argentina podrá cerrar algún día?

–No lo sé. Creo que la sociedad ha tomado plena conciencia de su responsabilidad y de la intensidad y profundidad de la herida. Pero las preguntas que usted me hace son: ¿pueden cerrar las heridas del nazismo?, ¿pueden cerrar las heridas del autoritarismo? Y ése no es un problema general, sino particular, de los individuos. Por ello trato de apuntar más hondo. Trato de mirar, echar una mirada sobre aquello que desaparece y que perdemos para siempre, que desaparece sin razón.

–¿Qué es lo que usted perdió?

–El exilio me privó de afectos, acaso de los años más fértiles de mi vida. Me expulsó de los años más fértiles de mi vida; cambié una realidad por otra, y no sé cómo hubiera sido la que hubiera tenido de haberme quedado en el país, pero sin duda más inquietante de la que viví fuera.

–¿Ese exilio fue su propio purgatorio?

–Sí, todos tenemos un purgatorio. El purgatorio es básicamente la espera y el momento en que se deja de esperar. En la novela, Emilia deja de esperar cuando encuentra a Simón. Yo dejé de esperar cuando regresé a mi país. De algún modo la espera acabó allí.

–¿Tras el exilio se vive con miedo?

–No es un miedo idéntico al de antes, no es como el que se tuvo en las vísperas de la expulsión. Es un miedo diferente; por los demás. No es un miedo individual, sino colectivo; por el destino del país en manos de quién sabe quién.

“Imagínese: hasta los países más prósperos, como Estados Unidos, ahora son víctimas de políticas desalmadas, rapaces, de codiciosos que sumen en la desdicha a miles y miles de personas sin ninguna conciencia del destino al que las arrojan.

Creo que vamos a atravesar años muy duros; lo que ya vivimos lo es; pero como en todo, al final se sale siempre. Al final, el ser humano prevalece por encima de la adversidad.

–Comenzó a escribir por esa necesidad de contar historias, primero en periodismo y después en la literatura. ¿Pensaba en la fama y el dinero?

–No, nunca escribí por dinero ni por fama; tampoco sé si ambas cosas llegaron. No se sabe qué significa ahora el dinero si ha volado por los aires el del mundo entero. Qué significa la fama, si lo que hoy creemos que es fama mañana volará también. Mañana no queda ni siquiera el recuerdo. Cuánta fama hay hoy, cuánta fama retienen hoy, por ejemplo, algunos de los grandes escritores mexicanos. Piense en Amado Nervo, cuyo cadáver paseó por algunos de los grandes puertos de América, y ahora ni siquiera se le evoca. La fama es perecedera, como el dinero; ahí también tenemos que hablar de desaparecidos. Fama, dinero... fatuidades del mundo que desaparecen.