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Se exponen 78 obras como homenaje en el año de su centenario

Sucumbe el Museo del Prado a la filosofía pictórica de Bacon

Su calidad artística y la relevancia de su trabajo en la historia del arte le abren un lugar en el recinto, señala la curadora Manuela Mena

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La muestra incluye gran parte del material recuperado del estudio del artista irlandés tras su fallecimiento, en 1992, como recortes de periódicos, retratos y collages
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 16 de marzo de 2009, p. a13

Madrid. Francis Bacon fue para muchos uno de los grandes filósofos de su tiempo. Un artista que plasmó con su pintura desgarrada y doliente un estado emocional e intelectual de los males del mundo: guerras intestinas, hambre, perversión y dolor. Mucho dolor.

La vida atribulada del artista nacido en Dublín en 1909 y muerto en Madrid en 1992, quedó reflejada en una obra pictórica que recorre con crudeza los males más íntimos del humano, y cuestiona, también con crudeza, los cimientos de la civilización occidental.

Por primera vez en su historia, el Museo del Prado expone 78 cuadros del célebre pintor irlandés, que no sólo era visitante habitual de la pinacoteca española, sino tenía como grandes referentes de su obra a dos de los grandes emblemas del Prado: Diego Velázquez y Francisco de Goya. De ahí la pertinencia de la exposición en un museo que por tradición y por su patrimonio ha incursionado en muy pocas ocasiones en la obra de artistas posteriores al siglo XIX. Después de Picasso es el segundo artista del siglo XX que goza de la consideración de clásico para que la pinacoteca acoja en sus salas una retrospectiva –recién llegada de la Tate de Londres, y antes de viajar al Metropolitan de Nueva York–, como homenaje en el año de su centenario y a unos meses de cumplirse 17 años de su muerte.

Pero el caso de Bacon es singular, al menos en su relación directa, íntima e intensa con los grandes maestros españoles del Museo del Prado, después de horas y horas de visitas, de encuentros periódicos a lo largo de su vida.

De Velázquez captó la finura del trazado, la elegancia en el manejo del pincel, la intensidad del color y su explosión más vibrante. De Goya comprendió, como pocos, su alegato contra la barbarie de la guerra y de la insaciable capacidad de autodestrucción del ser humano.

La muestra está compuesta por 78 obras que hablan del cuestionamiento incesante, del desasosiego y la violencia, incluso intrafamiliar, que fueron constantes en su vida y que hicieron de él uno de los artistas más representativos del siglo XX.

La exposición, organizada mediante préstamos de colecciones públicas y privadas, recorre toda la vida artística de Bacon: desde sus inicios, a mediados de los años 40, hasta el final de su vida, y se estructura en varios capítulos que definen las obsesiones de su creación: animalidad, aprensiones, crucifixión, crisis, retrato o épica.

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El cuadro de la izquierda, Retrato de John Edwards (1998)
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Retrato de Isabel Rawsthorne de pie en una calle del Soho (1967)

Una de las salas reúne gran parte del material que se encontró en su estudio tras su muerte, que le sirvió de inspiración para sus óleos. Se trata de fotografías de sus parejas y amigos, collages y cientos de recortes de prensa y publicaciones. Entre los 16 trípticos reunidos por el Prado, destaca uno de 1984 que no ha viajado a Londres ni lo hará a Nueva York.

Manuela Mena, curadora de la exposición, explicó que la elección del artista irlandés está sustentada en su calidad artística y en su relevancia para la historia del arte.

“Bacon captaba en toda su desolación el mensaje intemporal de Macbeth, y veía en las imágenes de intenso realismo de Velázquez, el pintor filósofo –según se referían a él en su siglo–, ese fluir rápido del tiempo, simbolizado, como en sus propias obras, en los espejos. O, también, lo inestable de la vida y la vanidad de todas las cosas, como en su cínico Menipo, cuya filosofía invadía la cultura española, vanidad que incluía asimismo al más alto poder en la tierra”, señaló.

Una de las obras más importantes de Bacon –que forma parte de la exposición– fue el retrato de Isabel Rawsthorne en una calle de Soho. Fue uno de esos intentos evidentes de Bacon por pintar la imagen perfecta, por elevar el cuadro a otro nivel no sólo por su grandeza monumental, sino también, como Velázquez, por la belleza y la nobleza de la factura pictórica. Es uno de esos cuadros en los que se entiende la utilización del marco dorado, escogido por Bacon para sus obras, y del cristal, que lo aísla del mundo real, explicó Mena.

El crítico de arte Matthew Gale, experto en la obra de Bacon, explicó la relación del artista con la fotografía, que le sirvió en muchas ocasiones de soporte e inspiración. Sin ser original, el empleo de fotografías es central en la obra de Bacon. Al tomar, transformar y llevar al lienzo las figuras de Muybridge, Bacon traslada y realza la emoción que produce el cuerpo aislado en el movimiento. El momento fugaz que capta la cámara está cargado de patetismo en términos barthesianos, porque la congelación instaura una nota de mortalidad.

La exposición de Bacon en el Museo del Prado estará hasta el próximo 19 de abril; posteriormente viajará a Nueva York.