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Premios Nacionales 2008

Se entregó al académico el máximo reconocimiento que otorga el Estado mexicano

Hacemos historia a migajas; debemos volver los ojos a un público amplio: Álvaro Matute
 
Periódico La Jornada
Jueves 5 de marzo de 2009, p. 6

Entre las muchas actividades que desempeñó Amado Aguirre (1863-1949), destacan la de diputado constitucionalista en 1917, militar simpatizante de Álvaro Obregón a cuyo lado combatió, gobernador y embajador.

Al paso del tiempo, su vida y obra pesaron de manera decisiva para que su nieto Álvaro Matute Aguirre estudiara historia, disciplina en la que ha recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008.

Así lo reconoce el nieto de Aguirre, entrevistado en su cubículo del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): Convivir con él en mi infancia era estar cerca de un personaje ya del pasado, rodeado de muchos objetos del pasado, que me hicieron sentir que el pasado tenía sentido y valía la pena estudiarlo.

La otra circunstancia que pesó en la vocación de Matute Aguirre fue que durante su infancia vivió muy cerca del convento de Churubusco, donde cada año se celebraba la efeméride de la mítica batalla librada en 1847 entre las tropas mexicanas y el ejército invasor estadunidense: “Esto me hizo estar cerca de un ámbito histórico importante que tenía mucho sentido para mí.

“No digo –añade el entrevistado– que esas dos situaciones me hayan hecho inscribirme conscientemente en la carrera de historia, pero pesaron muchísimo; me empujaron sin duda, pero fue a la postre que me hice consciente de ellas.”

Álvaro Matute ha dedicado más de 40 años al estudio, enseñanza y difusión de la historia, lo que se ha canalizado en una obra extensa y una labor docente muy intensa. Ahora estoy en un momento en que siento mi madurez y todavía con mucho ánimo para seguir adelante, seguir ejemplos como el del recientemente desaparecido Ernesto de la Torre, que hasta el final estuvo al pie del cañón.

En la historia encontró la posibilidad de conjugar el interés que también tenía por la literatura y la filosofía: el terreno donde estas dos manifestaciones del espíritu se dan es la historia. Luego me incliné más por la historia del pensamiento, sin dejar de lado la historia más práctica, más social, más cotidiana inclusive.

Así fue que se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, institución con la que se siente muy agradecido: “Me permitió tener maestros como Edmundo O’Gorman, Miguel León-Portilla, el mismo De la Torre y de muchísimos más, espléndidos”.

Historia oficial y disidencia

–¿Cuál es la situación actual de la historia?, ¿qué pasa con esta disciplina en México?

–Pasan muchas cosas, principalmente que el gremio se haya constreñido por la evaluación de nuestro trabajo con parámetros muy cercanos a los de las llamadas ciencias exactas, duras, naturales. Eso nos empuja a la escritura de artículos para publicar en revistas internacionales. En la práctica esto nos ha llevado a hacer algo que un colega francés llama migajas: hacemos historia a migajas, se han dejado de escribir libros grandes de historia.

“También tenemos 60, 70 años de práctica profesional que por un lado ha sido muy buena porque hay rigor, seriedad ética, pero también escribimos mucho para nosotros mismos, una especie de autoconsumo: escribimos para que otros historiadores nos lean, pero nos olvidamos del público en general, de la sociedad a la que nos debemos y a la que debemos dar lo que hacemos.

No se estimula lo suficiente el trabajo de divulgación, se premia a quien publica en revistas especializadas, aun cuando el radio de lectores sea muy pequeño. Es importantísimo volver los ojos a un público amplio y también echar mano de otros recursos, no nada más de la pluma, sino también la cámara y el micrófono.

–Actualmente parece haber muchos escritores haciendo novela histórica, transmitiendo la historia a un público más amplio. ¿Están supliendo a los historiadores en ese sentido?

–En algún sentido podría decirse que lo suplen, pero en otro estimo que la calidad del trabajo de los escritores obedece al canon literario, no al histórico.

Hay quienes hacen muy bien las cosas, que evocan el pasado de una manera muy lograda, pero a otros los siento más improvisados o que no tienen una preocupación propiamente histórica, sino que el pasado es un pretexto para sus propósitos literarios.

–El cambio de régimen, la llegada del PAN a la presidencia. ha traído en consecuencia una especie de disputa por la historia. ¿Está usted de acuerdo con esta percepción?

–Bueno, sí. Tengo un artículo que se llama La historia como ideología, lo que implica que el discurso histórico trae consigo factores ideológicos muy claros. No es que el historiador esté exento de una manifestación ideológica, todos la tenemos, pero los acentos son los que saltan a la vista. Y desde luego que en el toma y daca de las conmemoraciones se ponen los acentos de un lado y otro.

–¿En el contexto mexicano ya es anacrónica la idea de una historia oficial?

–Digamos que fue concomitante con los gobiernos del PRI, pero inclusive ellos mismos la terminaron abandonando. Al final del régimen priísta ya casi no había pautas de acuerdo básicas, pero digamos que sí privó una historia oficial sobre todo en el sector de la enseñanza, pero en la historia oficial mexicana siempre hubo disidencia: libros, editoriales, señalando los prietitos en el arroz o de plano enfrentándose a un tipo de interpretación de la historia.