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Obama tiene la palabra
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Barack Obama, durante un discurso en la Casa Blanca, el viernes pasadoFoto Reuters
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Periódico La Jornada
Martes 17 de febrero de 2009, p. 23

Para manejar una crisis tan compleja como ésta se ha requerido de cierto pragmatismo, dejando de lado la estridencia. ¿Los gobiernos deben ofrecer garantías o crear bancos malos para apuntalar los mercados crediticios? Quizás ambas cosas. ¿Cuál paquete de estímulos fiscales sería más eficaz? Varía de un país a otro. ¿Debe nacionalizarse la banca? Sí, en algunas circunstancias. Sólo los necios y los militantes han rechazado (o adoptado) algunas soluciones en forma categórica.

Pero el resurgimiento de un fantasma que viene del periodo más oscuro de la historia moderna exige una respuesta diferente. El nacionalismo económico –el impulso de mantener empleos y capital en casa– convierte la crisis económica en una crisis política y amenaza al mundo con una depresión. Si no se le sepulta de nuevo y de manera inmediata, las consecuencias serán espantosas.

El puño del nacionalismo es más apretado en la banca. En Francia y Gran Bretaña, los políticos exigen que se preste efectivo dentro del país. Puesto que los bancos reducen los préstamos en general, eso significa repatriar el efectivo. Los reguladores piensan en el ámbito interno. Suiza favorece ahora los préstamos domésticos.

Los gobiernos protegen bienes y capitales, en gran parte, para proteger empleos. En todo el mundo, con pánico creciente, los trabajadores exigen la ayuda del Estado. Huelguistas británicos devuelven las desafortunadas palabras de Gordon Brown para exigirle empleos británicos para trabajadores británicos. En Francia, más de un millón de personas hicieron un paro nacional el 29 de enero y marcharon para exigir empleos y salarios. En Grecia, la policía utilizó gas lacrimógeno para controlar a agricultores que piden más subsidios.

Tres argumentos se esgrimen en defensa del nacionalismo económico: que se justifica comercialmente; que se justifica políticamente; y que no durará mucho. En relación con el primero, a algunos bancos dañados les podría parecer más seguro emprender la retirada a sus mercados nacionales, donde entienden los riesgos y se benefician de la escala; pero es una tendencia que los gobiernos deben neutralizar, no fomentar. Respecto del segundo, es razonable que los políticos deseen gastar el dinero de los contribuyentes en el país, mientras el costo no sea tan alto que se vuelva inaceptable. Sin embargo, los costos podrían ser enormes.

El tercer argumento –que el proteccionismo no durará mucho– es complaciente al grado de ser peligroso. En efecto, las personas sensatas se burlan de Reed Smoot y Willis Hawley, los legisladores que en 1930 exacerbaron la depresión al elevar los aranceles estadunidenses. Pero las personas razonables se opusieron entonces y no pudieron detenerlos: mil 28 economistas votaron contra su proyecto de ley. Sin duda las cadenas de suministro globales son ahora más complejas y más difíciles de aislar que en aquel tiempo. Pero, cuando el nacionalismo se pone en marcha, aun la lógica comercial acaba pisoteada.

Los vínculos que unen a las economías de los diversos países están bajo tensión. El comercio mundial tal vez se reduzca este año por primera vez desde 1982. Es probable que los flujos netos de capital del sector privado bajen a 65 mil mdd, de un máximo de 929 mil mdd en 2007. Aun cuando no hubiera políticas que la socavaran, la globalización sufre su mayor revés en la era moderna.

Los políticos saben que, como cada vez hay menos apoyo para los mercados abiertos, se debe ver que hacen algo, y las políticas diseñadas para corregir algo en casa pueden destruir en forma inadvertida el sistema global. El año pasado, una tentativa de apoyar a los bancos de Irlanda agotó los depósitos británicos. Los planes estadunidenses de supervisar el crédito bancario doméstico mes a mes propiciarán préstamos locales más que en el extranjero. Conforme los países tratan de salvarse, se ponen en peligro uno a otro.

La gran pregunta es qué hará Estados Unidos. En algunos momentos de esta crisis ha señalado el camino, al suministrar dólares a países que los necesitaban y al garantizar contratos de los bancos europeos cuando rescataba a una gran aseguradora. Pero proposiciones como compre lo estadunidense (Buy American) son alarmantemente nacionalistas. Y ni siquiera impulsarían el empleo estadunidense a corto plazo, porque –igual que la ley Smoot-Hawley– la inevitable represalia destruiría más empleos en las empresas exportadoras. Y las consecuencias políticas serían muchísimo peores que las económicas. Enviarían una señal desastrosa al resto del mundo: el defensor de los mercados abiertos se lanza por su cuenta.

Tiempo de actuar

Barack Obama dice que no le agrada el Buy American (y las cláusulas se suavizaron en la versión del Senado del plan de estímulo). Está bien; pero no es suficiente. Obama debe defender tres principios.

El primer principio es coordinación; en especial en los paquetes de rescate, como el que auxilió a los bancos del mundo rico el año pasado. Los planes de estímulos de los países deben construirse alrededor de principios comunes, aunque difieran en los detalles. Coordinación es economía saludable, y buena política: los proyectos conjuntos son económicamente más potentes que los nacionales.

El segundo principio es paciencia. El plan de estímulos de cada nación debe considerar mercados abiertos, aun cuando algunos extranjeros se beneficien. Los reguladores financieros deben dejar la nueva regulación de la banca transfronteriza para más tarde, y ahora trazar reglas con consecuencias a largo plazo, en vez de arruinar a sus vecinos apoderándose del escaso capital y fijando metas de crédito doméstico.

El tercer principio es el multilateralismo. El FMI y los bancos de desarrollo deben ayudar a enfrentar los déficit de capital de los mercados emergentes. La Organización Mundial de Comercio puede ayudar a apuntalar el sistema de comercio si sus miembros se comprometen a completar la ronda de Doha y cumplen su promesa, emitida en la reunión del G-20 del año pasado, de dejar a un lado el arsenal de sanciones comerciales.

Cuando parece más probable que nunca que haya conflictos económicos, ¿qué puede persuadir a los países de abandonar sus armas comerciales? El liderazgo estadunidense es la única posibilidad. El sistema económico internacional depende de un garante, preparado para respaldarlo durante la crisis. En el siglo XIX Gran Bretaña tomó ese papel. Nadie lo hizo entreguerras, y las consecuencias fueron desastrosas. En parte debido a ese error, EU promovió con valentía un nuevo orden económico después de la Segunda Guerra Mundial.

Una vez más, la labor de salvar la economía mundial recae en EU. Obama tiene que demostrar que está preparado para eso. Si lo está, debe destruir cualquier cláusula de compre lo estadunidense. Si no lo está, EU y el resto del mundo están en graves problemas.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya