Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de abril de 2008 Num: 684

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Christopher Something
MARCO ANTONIO CAMPOS

Viaje
PANOS K. THASITÍS

Un mundo hermenéutico
ADRIANA CORTÉS COLOFÓN Entrevista con ANGELINA MUÑIZ HUBERMANN

Saint John Neumann
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

Carlos Pellicer, cantor perdurable
GUILLERMO LANDA

La “ciencia” contra el cambio climático
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Angélica Abelleyra

Naomi Siegmann: crear naturalezas gozosas

Sus manos hablan con la madera, el bronce, el ónix. Y crea piezas tan similares a la cotidianidad que nos resultan asombrosas por el mimetismo que logra con una magnolia, una jacaranda, la tela que da cuerpo a un saco o la estructura de una maleta viajera. Pero, sobre todo, Naomi Siegmann (EU, 1933) platica con los árboles. Dice que ha escuchado llorar a más de uno cuando alguien osa herir su superficie, y por eso invita, mediante sus esculturas, a cuestionar nuestra percepción de la realidad y, muy especialmente, nos lleva a reflexionar sobre la indispensable presencia de estos habitantes arbóreos, siempre tan generosos, pero también tan agredidos por obra del ser humano y para desgracia del entorno viviente que llamamos naturaleza.

Se hizo escultora en México, ya adulta, a los treinta años de edad. Antes, en Nueva York (donde nació), era ama de casa hecha y derecha. El panorama cambió cuando vino con su familia a Múzquiz (Coahuila) por el trabajo administrativo de su esposo en una compañía minera. Nada del entorno le interesaba como posibilidad de oficio, así que primero empezó a leer con pasión durante la estancia norteña de dos años. Zambullirse en las páginas de 250 libros durante ese período la enriqueció, pero añoraba una ocupación manual. Trató de organizar a un grupo de señoras para clases de pintura y el plan fracasó a las dos semanas. Sin embargo, el encuentro fortuito con una caja de barro en un viaje a Texas le señaló otro camino: la posibilidad de jugar con ese material que le permitió moldear objetos para ella inimaginables.

Ante esa posibilidad creativa, le surgió una especie de hambre insaciable, por lo que, al arribar a la ciudad de México en 1963, buscó a un profesor que le encaminara por el sendero profesional de la tercera dimensión. Encontró primero al francés Gulben Elías, después a Tosia y finalmente al hondureño Enrique Miralda. Pero fue la escultora Tosia quien le demostró la fortaleza física que adquieren las mujeres en el trabajo rudo con los materiales. Eso lo ha experimentado Naomi en carne propia. A los setenta y cinco años tiene una energía envidiable y un espíritu muy fresco, no sólo en sus piezas sino en su propia naturaleza. Tanto, que al verse en el espejo no reconoce sus arrugas. Eso sí, acepta que la obsesión por tallar la madera tanto tiempo le provocó problemas en las manos, al grado de requerir cinco operaciones y muchas dosis de cortisona con la consecuente angustia ante la posible incapacidad manual.


Foto: Angélica Abelleyra

Por fortuna no ha sido así. Ella continúa hablando con la madera, el acrílico, el bronce, aunque su ritmo ha cambiado. De aquella ansiedad poco queda, pues hoy se siente como un mar en calma del cual surgirán piezas más pequeñas, íntimas, luego de sus bosques de sombras, sus alcatraces y las semillas de parota distribuidos lo mismo en las salas del Museo Federico Silva (San Luis Potosí) que en el Centro Cultural Indianilla del df . O piezas que humanizan a la naturaleza y dan vida a los objetos inanimados en exhibiciones por Dinamarca, Alemania, Francia y España, así como en colecciones de museos de Israel, eu , Monterrey y Zacatecas.

También la calma llegó a su estudio en el Pedregal tras su liderazgo en la organización de la colectiva donde la conciencia ecológica fue primicia: El bosque, exhibición que de 2001 a 2006 presentó en cuatro ciudades de México y cuatro de eu para reunir a quince artistas de ambos países con sus visiones escultóricas de árboles, que son y pueden dejar de ser por la acción depredadora del hombre.

Bien a bien, ella no sabe qué grado de concientización pudo generar una muestra así entre los habitantes de la defeña colonia Doctores, o en un espacio abierto de San Francisco, que fueron los sitios donde se distribuyeron árboles, troncos y ramas hechos de hierro y llantas, aluminio, cerámica y bronce, de artistas como Helen Escobedo, Pedro Friedeberg, Beverly Pepper, Steve Tobin, Yolanda Gutiérrez y la propia Siegmann. Pero lo que ésta última sí intuye es que quizás la risa y la cara de pregunta de niños en un barrio mexicano y otro de eu ante tantos clones de árbol, bastaron para generar(les) cierta esperanza ante el previsible desastre ecológico del planeta.

En tanto sigue de la mano con sus inquietudes ante la naturaleza, transita entre lo hiperrealista y lo abstracto para “traducir un fragmento del mundo”, como dice el crítico Luis Rius Caso, y para ofrecernos un trabajo de una “sofisticación insólita” (Mathias Goeritz dixit) que puede generar múltiples reacciones, pero donde siempre anida la continua sorpresa.