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Felipe Garrido
Duelo
Cuando supo que don Pedro había muerto en la sierra y habían tenido que enterrarlo y no lo volvería a ver, hizo doña Beatriz tales extremos, sufrió tales desmayos, dijo tantas y tales cosas, que la tuvieron por loca. No comía ni dormía. Días y noches lloraba a gritos. Por dentro y por fuera pisos, muros, cielos, muebles, cortinas, candiles, todo lo tiñó de negro. No admitió consuelo ni dejó que nadie mencionara siquiera el nombre de Dios:
–¡Ya qué mal me puede hacer!
Comenzó a llover en septiembre, día de Nuestra Señora, y llovió recio aquel y los días siguientes y muchos otros, y una noche bajó del volcán una avenida tan recia que derribó casas. Al ruido despertó doña Beatriz; con once criadas se encerró en sus aposentos, pues no quiso ir al oratorio, que no era de tan firme construcción. Fue muy grande la desdicha, sin embargo, pues la fuerza del agua arrasó toda la casa, si no es por la capilla que, dicen quienes lo recuerdan, quedó firme en pie.
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