Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de mayo de 2007 Num: 638

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Un Hegel explicado
a los niños

Orlando, una novela
del andrógino

SERGIO FERNÁNDEZ

Martin Heidegger, el hombre
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ Entrevista con HERMANNN HEIDEGGER

El ser y el tiempo de Heidegger
ÁNGEL XOLOCOTZI YÁÑEZ

María Callas: divina voz
ALEJANDRO MICHELENA

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Columnas:
Jornada de Poesía
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Hugo Gutiérrez Vega

PITA Y PITA Y SIN ANDAR

Para Luis Tovar

Casi 600 kilómetros por hora alcanza el ferrocarril francés que, hace unos días, cubrió, en un tiempo récord, la ruta de París a Estrasburgo. España mejora sus ferrocarriles y hacen lo mismo la mayor parte de los países europeos. Nosotros, gracias a Zedillo y a Fox, nos hemos olvidado de ellos convirtiendo a nuestras carreteras en interminables filas de trailers que avanzan pesadamente (y, a veces, a velocidad criminal) convirtiéndose en los propietarios de las carreteras al aplicar la máxima de que el pez grande se come al chico. Da angustia ver cómo juegan carreras esos monstruos en los tres carriles (uno está casi siempre en reparación) de la carretera de pago a Querétaro. Por cierto, debo decir que los ingenieros que arreglan los últimos tramos antes de llegar a Palmillas están a punto de recibir el premio Ramses ii, pues llevan ya trabajando en esos quince o dieciséis kilómetros casi tres años. No se si sea por perfeccionismo o por negocio de contratistas y funcionarios. La segunda hipótesis me parece la más acertada, pues en eso de los negocitos los panistas están a punto de hacernos olvidar los cochupos corruptelas y sinvergüenzadas de sus ahora cómplices revolucionarios e institucionales que, a pesar de sus apabullantes derrotas, siguen manteniendo un número considerable de gobernadores y de autoridades municipales ("más le queda al rico cuando empobrece", decían los viejos dueños de la llamada sabiduría popular).

López Obrador propuso en su campaña la construcción de trenes de alta velocidad para comunicar eficazmente a la capital con las ciudades fronterizas y con otras ciudades que se encuentran en pleno proceso de expansión. La idea es excelente y el proyecto conserva toda su vigencia. Además, esto permitiría el mejoramiento de los trenes de mercancías y nos convertiría en un país moderno, pues bien sabido es que las buenas comunicaciones propician los intercambios y son necesarios para alcanzar las metas de progreso a las que aspirábamos los mexicanos que, ahora, después de los crueles calderonazos, sólo pertenecen a unos cuantos. No olvidemos que en este país de miserables, de vejados, humillados y ofendidos, crece sin parar la botarga inicua del tercer hombre más rico del mundo. Hacer hora y media a Guadalajara, veinte minutos a Querétaro, tres horas a Nuevo Laredo, tres horas y media a Mérida, parecen sueños guajiros, pero son posibles en este momento de la humanidad. Lo que nos impide acceder a los primeros peldaños de la modernidad es la ineficacia y la corrupción de una clase política que, salvo contadas excepciones, es una de las peores de este planeta cada vez más enloquecido por los que se han negado a firmar los protocolos de Kyoto y por los empresarios voraces de los países que sí los firmaron, pero, en la práctica, hacen caso omiso de sus lineamientos. Día a día aumentan los extraños cambios de clima. Hoy, por ejemplo, en esta ciudad de todos nuestros pecados, granizó, llovió y salió el sol en el plazo de una hora. Huelga decir que el maldito granizo que cayó en el centro del país acabó en las cosechas de invierno. Cambio climático y panistas en el poder. He aquí nuestro momento actual. Los dos elementos se combinan para hacer mayor nuestra desgracia y menor nuestra esperanza.

Recuerdo con nostalgia mis viajes en ferrocarril, tanto en México como en el extranjero. Creo que es la forma más civilizada de viajar. Treparse a un tubo con alas que se desprende de la tierra es cosa que me sigue produciendo temores multiformes (hace unos días, en un viaje de Zacatecas a México, DF, supe lo que es subirse a una montaña rusa. Quise echarle la culpa al piloto, pero el pobre no tenía para dónde hacerse y bastante hizo con depositarnos vivos y temblando en un punto remoto del apretujado, mercachifle y ampliado aeropuerto de Ciudad de México). A veces pienso en las estaciones ferroviarias ("y en el barullo de las estaciones,/ con tu mirada de mestiza pones,/ la inmensidad sobre los corazones", decía nuestro padre soltero) y me veo asomado a la ventana comprando limas en Silao, cajetas en Celaya, camotes en Querétaro y hermosas gardenias en Fortín de las Flores. "Cualquiera tiempo pasado fue mejor", decía Manrique, pero esta ausencia podría ser llenada por un gobierno con imaginación y honestidad. Si se cumpliera ese anhelo, ya no podríamos comer un plato de enchiladas en Lagos y devolverlo, vacío y bien rebañado, antes de que el tren reanudara su camino, pero el país encontraría una nueva imagen que tendría raíces en el pasado y le permitiría ingresar a una modernidad a la que renunció hace dos sexenios y unos meses calderonianos llenos de aumentos, privatizaciones, torpezas y complicidades con priístas, empresarios, dueños de trailers, curas y frailes de las distintas layas y patrones del imperio de arriba que, como el General Gasca, "en todo se mete y en todo se atasca" (Panzón Soto ditix).

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