| Portada Presentación El mono blanco de los Tuxtlas Alvar González Christen, El tucán, prodigio de la naturaleza Andrea León Ocelote, felino sagrado Yan Quirarte y Raúl Kuanenemy Tolomuco, viejo del monte Alvar González Christen El dragón del Nauhcampatépetl Luis Ernesto Alarcón Villegas y Alvar González Christen El mono aullador veracruzano Edith Carrera Sánchez Mariposa monarca, fragilidad y perseverancia Alicia Dorantes Cuéllar Oso hormiguero, brazo fuerte de la naturaleza Daniel Ruz Mariposa 88: la súper agente Martha Y. Castañeda Cuéllar Guacamaya verde: los colores del aire Isaac Michán Pájaro carpintero Amparo Albalat Correo electrónico: [email protected] | | Mariposa monarca, fragilidad y perseverancia Texto y fotos: Alicia Dorantes Cuéllar Conocer la provincia mexicana es siempre una delicia, escudriñar sus secretos y maravillas lo es todavía más... Con esto en mente, viajamos hasta Áporo, Michoacán, una de las puertas de acceso a los santuarios de las mariposas monarca. En lengua tarasca, Áporo, significa lugar donde se enciende el fuego para los dioses. En el año de 1540, por orden de Carlos V se le bautizó como San Lucas de Áporo. Se trata de un pueblecillo enclavado en la Sierra Madre Occidental. Su rostro pintoresco es similar al de los pueblos ribereños del lago de Pátzcuaro. Calles adoquinadas, casas de adobe, coronadas por techos de teja roja. Los pobladores son gente sencilla y amistosa. En el corazón de la plaza conocimos a don Diego Castro, quien amablemente nos trasladó hasta El campanario, uno de los santuarios de la mariposa monarca. Llegar no resulta fácil. Nos adentramos a través de kilómetros de empinada terracería. Esporádicamente nos cruzaba un diminuto ser alado, que parecía invitarnos a seguirlo, a perdernos con él en los oscuros bosques. Por momentos la marcha se volvía penosa, difícil. Los caseríos prendidos de valles y montañas, parecían pequeños y distantes. En ocasiones, teníamos la sensación de que con sólo estirar la mano tocaríamos las nubes o el cielo mismo. Nos imaginábamos inmersos en las páginas de cuentos infantiles. Entonces, sólo entonces, la charla de don Diego amena y fluida, y el agitado movimiento de su camioneta, nos devolvían a la realidad. Las mariposas monarca son insectos del género de los lepidópteros, cuyo esbelto cuerpo mide de 5 a 7 centímetros. A ambos lados del tórax le nacen dos hermosas alas de color marrón, adornadas con pinceladas rojas, blancas y negras. En 1938 el zoólogo canadiense Fred Urquhart, inició la búsqueda de los santuarios adonde las poblaciones migran para pasar el otoño e invierno. Por años y años, los lugareños le vieron en su desvencijado jeep subir, bajar, buscar, adentrarse en el bosque. Nunca preguntó nada a nadie. En 1975, finalmente encuentra el objetivo de su búsqueda entre bosques de oyamel y pino, a 3 mil 200 metros sobre el nivel del mar, lejos del hombre, de la civilización, del ruido y de la contaminación ambiental. Ese día, Urquhart, Michoacán y el mundo entero, conocieron el hogar invernal de la multicolor monarca. Durante el verano, las monarcas habitan en la región centro-sur del Canadá y el norte de los Estados Unidos. Para llegar a nuestro país, realizan un impresionante viaje de más de cuatro mil kilómetros hasta los santuarios, adonde arriban en los primeros días del mes de noviembre. Las mariposas vuelan sólo de día, a una velocidad de unos 20 kilómetros por hora; por las noches descansan y se alimentan. Ninguna de ellas realiza el recorrido completo, pues su efímera existencia se los impide. Así, las que arriban a los santuarios en el mes de noviembre, son en realidad descendientes de las que partieron en la primavera. ¿Por qué viajan? Lo hacen en pos de condiciones benignas que le permitan completar su ciclo vital y lograr la maduración sexual, sólo alcanzada en una temperatura ambiental óptima y tras un período de hibernación. Los machos, después del apareamiento, mueren exhaustos: han consumido sus energías en el largo viaje, en esos días de hibernación y en el supremo y último acto de su vida. Las hembras fecundadas depositan sus huevecillos en los frondosos árboles. Diez días más tarde emerge una oruga que pronto madura. Casi de inmediato se fija a una rama, y teje el fino capullo de seda que la protegerá mientras lleva a cabo la metamorfosis, al final de la cual, emerge una magnífica mariposa que iniciará el viaje de retorno en los primeros días del mes de abril. Estos procesos son un milagro. No hay un santuario único. Hasta ahora se han encontrado al menos seis: El Rosario, Sierra Chiricua, Altamirano, El Campanario, Chivati-Huacal, etc. En cada uno de ellos, se calcula que vivan unos 20 millones de insectos. En cuanto llegamos hasta el sitio permitido a los vehículos, emprendimos la caminata por una angosta y serpenteante vereda que penetra en el corazón del bosque. Luego de recorrer escasos tres kilómetros que nos parecieron interminables, alcanzamos la amplia cañada. Ahí estaban las mariposas. Las monarca bajaban por cientos, por miles, siguiendo la quebrada, con rumbo al valle. No parecían volar sino que dejaban que la suave corriente las balanceara a su antojo. Venían sedientas a tomar agua a un arroyo cercano. De pronto, el piso se cubrió por una alfombra de color naranja, en continuo movimiento; el agua del abrevadero desapareció bajo sus inquietas alas... Ahí estaban: jugaban, revoloteaban, se posaban en el pasto, en las flores, en los visitantes mismos... quizá intuyen los sentimientos que inspiran y no nos temen. Nos rodearon juguetonas, traviesas, casi parlanchinas. En el silencio sagrado del bosque, sólo percibíamos el silbar del viento entre las altas copas de las centenarias arboledas, el murmullo del agua y la sutileza del batir de las alas. Lo demás... lo demás no existía. Era un momento mágico que se antojaba fuera eterno. Un sentimiento de paz interior nos invadió. En los santuarios, si se busca el cielo, se le encuentra, se toca, se siente. Es más azul, más puro que en otros sitios. Sólo lo cruzan algunas nubes blancas y juguetonas y esos miles de moradores alados y multicolores, que entre jirones de sol y susurros del viento viven plenamente su efímera existencia. Antes del descubrimiento de Fred Urquhart ¿qué representaban las mariposas para los campesinos? Por años y años fueron una plaga. Una molesta plaga que anualmente se repetía, por lo tanto, la combatieron aguerridamente. Las frágiles mariposas fueron masacradas. Sus gigantescos nidos fabricados en la espesura del bosque, en la elevada copa de los árboles se derribaron una y otra vez. Se aniquilaron. Pero las monarca resistieron. Soportaron la intolerancia y la crueldad humana y gritaron al mundo su deseo de vivir. Clamaron su amor a la madre natura, al sol, al bosque, a las flores, al riachuelo, a la vida. La monarca dio una lección de fortaleza, de triunfo individual y grandeza colectiva; por eso es monarca... ¿Qué piensan actualmente los campesinos? Ahora, las mariposas son su orgullo, su ejemplo, su fuente de vida. De manera radical, han cambiado su conducta hacia ellas. Hoy por hoy, los lugareños han vuelto a ser, como seguramente fueron sus ancestros, amantes de la naturaleza y respetuosos de la vida en todas sus manifestaciones. Con la promesa íntima de volver, iniciamos en silencio el regreso. Nadie hablaba... ¿para qué? Los suaves murmullos del bosque se fueron apagando. Los sonidos naturales dieron paso a los ruidos que hacemos los hombres. Se escucharon voces, estrepitosas carcajadas... fragmentos de música estridente. Entre los molestos ruidos, nos lastimó profundamente el de una motosierra, que lenta y persistente cumplía su misión cotidiana de segar la vida de pinos, abetos y oyameles; asesinar el bosque y depredar el mundo, tal vez a cambio de treinta míseras monedas... Ir al inicio |