Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de mayo de 2006 Num: 584


Portada
Presentación
La rebelión estudiantil de 1918 en Córdoba, Argentina
RAQUEL TIBOL
Autorretrato con gorra de terciopelo
AVIGDOR ARIKHA
Rembrandt y la sombra de las Pirámides
RICARDO BADA
Rembrandt y el cuerpo
JOHN BERGER
Rembrandt en su propia existencia
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
El humor en la pintura
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
Entrevista con ARTURO RIVERA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO
Bazar de asombro

Columnas:
Ana García Bergua

Javier Sicilia

Naief Yehya

Luis Tovar

Germaine Gómez Haro
Jorge Moch

(h)ojeadas:
Reseña de Jorge Moch sobre Cuerpo náufrago

Reseña de Alberto Chimal sobre Reportaje al pie de la horca


Directorio
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 R E L A T O 

EL DIARIO DEL HOMBRE MUERTO

ALBERTO CHIMAL

Julius Fucík,
Reportaje al pie de la horca,
Arsenal,
México, 2004.

Editado en numerosas ocasiones durante los últimos cincuenta años, traducido al menos a noventa idiomas, este libro es un testimonio y un texto ejemplar: el relato de la lucha larga y dolorosa de un hombre —de muchos— por mantener su dignidad en circunstancias aterradoras. Pero es una historia problemática: su actitud es impopular, y encima, para su defensa de la humanidad y de la justicia, parte de postulados e ideales deshonrados.

(Tal vez por esto, durante años, el libro escaseó en México. Recientemente, sólo Arsenal, una muy joven casa editora, ha vuelto a traernos a Fucík: héroe nacional de Checoslovaquia cuando existía Checoslovaquia; periodista, comunista y líder de la resistencia antinazi durante los primeros cuatro años de la guerra.)

Nacido en 1903, Fucík se interesó precozmente en la literatura y la política: a los doce años ya planeaba un periódico, a los dieciocho participó en la fundación del Partido Comunista de Checoslovaquia, y en los años siguientes escribió copiosamente sobre literatura, actualidad y teoría; no lo detuvieron ni las restricciones impuestas por el gobierno checoslovaco a las actividades comunistas en 1938, tras la cesión de los Sudetes a Alemania, ni la invasión nazi a su país un año más tarde, aunque a partir de entonces, y de haberse unido a la resistencia, sólo pudo seguir publicando —y viviendo— bajo seudónimo.

En 1942, gracias a una imprudencia explicada por el mismo Fucík en su Reportaje..., la Gestapo descubrió una casa de seguridad donde él se encontraba casualmente; arrestado con otros de su grupo, su identidad fue descubierta por una delación, pero ya para entonces el escritor había sufrido una sesión de tortura brutal, de la que sobrevivió por milagro. Interno de la prisión de Pankrác, en la ciudad de Praga, Fucík fue sujeto a constantes interrogatorios y torturas físicas y psicológicas. Juzgado por traición y condenado, fue ejecutado en agosto de 1943.

Hasta luego del final de la guerra se supo que Fucík se las había arreglado para seguir escribiendo en la cárcel, mientras aguardaba el traslado que sabía inevitable a su ejecución (o su muerte en un campo de exterminio), con materiales y protección que le daban algunos amigos encubiertos. Un guardia llamado Kolínsk guardó las páginas que Fucík escribía en hojas de papel de estraza —y tiraba, al parecer, por una ventana de su celda— hasta que su viuda, Gusta, pudo recuperarlas y publicarlas. El libro resultante es el Reportaje al pie de la horca: un relato central de la segunda guerra mundial desde un punto de vista reducido (como el de Ana Frank) a un espacio mínimo, que fue celebrado por décadas, en especial, en los países socialistas.

Las razones de esta preferencia son claras. Fucík, quien consiguió pese a las torturas y la angustia no delatar a nadie —y encima debía ocuparse de alentar a varios otros presos en situaciones parecidas—, es personaje de un heroísmo individual, absolutamente concreto, pero su entereza radicaba sus creencias: más que casi todos los intelectuales de su país y su tiempo, era creyente de "la fuerza invencible de la Unión Soviética" y partidario del régimen de Stalin. Tras haber vivido en la URSS durante dos años, Fucík había vuelto para polemizar con los detractores del socialismo real y pintar las bondades del gobierno soviético, de la sana teoría soviética; en Pankrác, le interesó la solidaridad humana, pero sobre todo la solidaridad entre los presos políticos, en tanto nacía, para él, precisamente de sus convicciones ideológicas.

Jan Svankmajer, el gran cineasta checo, hace un ambiguo homenaje a Fucík en su documental La muerte del estalinismo en Bohemia (1990), un montaje simbólico de collage y animación en el que una foto del escritor, que lo muestra joven y sereno, de pronto abre en verdad los ojos, que salen del papel como dos esferas de vidrio, horrorizados, totalmente abiertos. Pero muy pocos tienen la fe de Svankmajer, y muchas veces se acusa a Fucík, como a otros, de no haber querido ver los horrores del estalinismo; ciertamente podemos leer algunos de sus pasajes más exultantes con incredulidad o embarazo, como ocurre con su descripción del primero de mayo de 1943 en Pankrác, con los presos comunistas organizando un desfile triunfante pero a escala, con gestos de desafío en los patios y marchas diminutas.

Además, su fe en el triunfo final e inminente de una revolución proletaria causará, según las convicciones o la falta de ellas en quien lo lea, o tristeza, o risa, o simple confusión.

Por otra parte, sería una injusticia desdeñar a Fucík, considerarlo un mero hacedor de propaganda. Por un lado el Reportaje... no deja de ser un gran relato, hecho por un hombre agudo y gran observador de las personalidades humanas: varios capítulos, por ejemplo, se dedican a describir a presos y guardias, y son un rico catálogo de personajes, descritos en profundidad a partir de unos pocos apuntes, y también de posibilidades del comportamiento en semejante situación límite. Los celadores, guardias y torturadores, con su mezcla de apetencias cotidianas y voluntades terribles, podrían haber salido de un libro de Primo Levi o de Eli Wiesel.

La segunda es que el fervor y la humanidad de Fucík, aunque empleen los términos del marxismo —de las doctrinas y las promesas del marxismo—, no pueden interpretarse, de ningún modo, como una impostura. Más aún, podrían expresarse con palabras totalmente distintas y seguir describiendo lo mismo. Octavio Paz observó las semejanzas entre el pensamiento de José Revueltas y el de los cristianos milenaristas; ocurre lo mismo aquí, en las visiones de Fucík y de algunos más entre los suyos, conquistados por una promesa de futuro que transforma en fe un sistema filosófico; el hecho de que la suya no sea una fe en vigor pondrá en problemas, hoy, a quienes se juzguen poseedores de una verdad única, y los partidarios del nihilismo de moda no entenderán nada de lo que importa en los esfuerzos de tantos muertos, en tierra tan lejana.

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