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México D.F. Miércoles 17 de noviembre de 2004

 

Conacyt: privatización de la ciencia

Destacados integrantes de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), entre ellos el presidente de esa institución, Octavio Paredes, dieron a conocer ayer a la opinión pública que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) ha venido desviando recursos a grupos privados, entre los que se encuentran las empresas hospitalarias Angeles y Médica Sur, corporaciones industriales trasnacionales como General Motors, IBM, Hitachi, Motorola, DuPont y Hewlett Packard, productores de comida chatarra como Barcel y Bimbo, e incluso establecimientos financieros como Banco Inbursa, y compañías de entretenimiento, como la disquera BMG, cuya vinculación con la investigación científica y tecnológica dista mucho de ser evidente. Las transferencias de recursos se habrían realizado en el marco de "estímulos fiscales" -una exención impositiva de 30 por ciento a empresas que realizan proyectos de investigación- y, en el caso de los hospitales mencionados, Conacyt financió, en parte, equipos de tomografía por emisión de positrones (PET) con un costo unitario de entre 2 y medio y 5 millones de dólares, además de contratos de mantenimiento anual equivalentes a entre 5 y 10 por ciento del valor de los equipos.

No está claro en lo inmediato si los subsidios a esas y otras empresas privadas se ajustan a la legalidad y a la reglamentación vigentes. Si la respuesta a esa duda es afirmativa, el asunto amerita un esclarecimiento pronto y profundo ante la opinión pública por parte de la dirección del Conacyt, y si es negativa, resulta obligada la inmediata intervención de las autoridades encargadas de fiscalizar el buen uso de los recursos públicos y de la institución responsable de perseguir delitos y procurar justicia.

Pero incluso si la transferencia de fondos públicos a empresas privadas fuera legal en todos los casos, ello no impide que sea indignante y escandalosa, habida cuenta de la aguda carencia de recursos que enfrentan las instituciones públicas que realizan la mayor parte de la investigación y el desarrollo científico y tecnológicos del país -la UNAM y el IPN en primer lugar, así como los diversos institutos especializados, y muchas otras entidades que durante décadas han sacado adelante el grueso de la actividad científica y tecnológica de México- y, por ello, el señalamiento público de los integrantes de la AMC resulta por demás oportuno, justificado y atendible.

Ha de considerarse que, a diferencia del trabajo de investigación que se realiza en las entidades públicas, el que llevan a cabo las corporaciones privadas no está orientado por el interés de beneficiar al conjunto de la sociedad, sino por el afán de lucro y que, en consecuencia, los objetivos de su actividad son pragmáticos, estrechos y más dirigidos por la mercadotecnia que por un verdadero espíritu científico. No es el caso, ciertamente, satanizar las investigaciones y el desarrollo que efectúan las empresas particulares, pero es por demás cuestionable el que lo hagan con dinero público. Como lo señaló el investigador de la UNAM Rafael Loyola, "no veo que General Motors, DuPont o Hewlett Packard necesiten dinero para investigación".

Sea legal o simplemente inmoral, la transferencia de dineros del Conacyt a compañías privadas encaja perfectamente en la tendencia -que marca una notoria continuidad entre los sucesivos gobiernos que van del de Miguel de la Madrid hasta el de Vicente Fox, por más que a este último le guste denominarse el del "cambio"- de transferir a manos privadas toda suerte de bienes públicos, desde aeropuertos hasta dinero en efectivo. Para hacer posible el desmantelamiento de la propiedad pública, los gobernantes de las últimas dos décadas han alterado la Constitución, han reformado las leyes o simplemente las han violado, como lo hicieron reiteradamente Carlos Salinas y Ernesto Zedillo al contratar deuda pública sin autorización del Congreso de la Unión, o como lo sigue haciendo Vicente Fox al entregar jugosas porciones de los sectores eléctrico y petrolero a manos privadas mediante los anticonstitucionales contratos de servicios múltiples. Resulta exasperante, pues, pero no extraño, que ahora el Conacyt se dedique a subsidiar trasnacionales mientras estrecha los presupuestos destinados a la comunidad científica y académica nacional; a ésta le asiste la razón, hay que reiterarlo, en un reclamo que merece el respaldo de toda la sociedad.
 

 
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