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México D.F. Jueves 11 de noviembre de 2004

Olga Harmony

Blod

Con Blod se completa la trilogía ''La mirada que acecha" del dramaturgo sueco Lars Norén que el grupo Línea de sombra, dirigido por Jorge A. Vargas nos ha hecho conocer a lo largo de pocos años. Los otros dos dramas son De Munich a Atenas -su primera escenificación capitalina con la que Vargas se aleja un tanto del teatro corporal en que es maestro- y Demonios de más reciente estreno. Considerado en su país heredero de Strindberg, con esta obra escrita en 1999 Norén muestra un tránsito, como muy bien apunta Vargas y que resulta muy obvio para quien haya visto los anteriores montajes, del problema de pareja al ámbito social sin abandonar la propuesta de las relaciones íntimas. Se dice que Blod -sangre, en el idioma original, lo que remite tanto a la violencia como a los lazos entre padres e hijos- habla de cualquier guerra, pero a mi entender esto es de una gran liviandad política, porque no en todas las guerras se da el infame secuestro de niños de prisioneras como ocurrió en Chile y en los países del cono sur que sufrieron sus respectivas dictaduras. Todavía heroicas asociaciones de madres y abuelas están rescatando a algunos de esos pequeños, hoy adultos.

Esta actualización del mito de Edipo es muy inteligente aunque muy previsible, lo que no importa porque no es una indagación. Aquí Yocasta-Rosa es una corresponsal de guerra, Laertes-Eric es un siquiatra y Edipo-Luca un desconcertado joven bisexual y enfermo de sida, mientras que la entrevistadora Madeleine hace las veces de coro ante la que se aclara la historia. Quizás el final -que recuerda la entrevista del principio- sea demasiado explícito, pero la tragedia es perfecta en cuanto a que la anagnóresis o reconocimiento de la situación da pie al cambio de fortuna.

Hay que detenerse en la escenografía, porque Alejandro Luna, en evidente acuerdo con el director, logra dar con su concepción del espacio la interioridad de los personajes así como la enunciación de las ligas ente ellos. La casa de Rosa y Eric aparece como muy convencional, la televisión prendida repite de manera discontinuada (y videograbada por Lavandería producciones) la entrevista que se le hace a Rosa en una zona trasera y que Eric contempla con desasosiego, aunque ese mismo espacio aparece después vacío, excepto el retrato de Luca niño que permanece siempre, lo que nos remite a la soledad en compañía de ambos cónyuges. El cuarto de Luca da idea de un joven intelectual (lo que se refuerza con la alusión en un diálogo a una novela de Thomas Bernhard) con sus carteles de Marilyn Monroe y de Sin aliento, la película emblemática de Godard, posteriormente el cuarto del muchacho, sin la pared que lo limita, se corresponde con el espacio de la casa de los padres, ya casi desnudo, la cama representada por un hacinamiento de sábanas y cobijas, como lazo que une a los tres. Al final, el sitio de la entrevista se limita a un par de sillas. Los diferentes lugares cambian tras una pesada cortina de cuadrángulos de metal que cae al final de cada escena y que se levanta a medias en la retrospectiva de tortura, dando una impresión de confinamiento.

En este escenario, Vargas mueve a sus actores -vestidos con diseño de Tolita y María Figueroa- con gran rigor y trazo muy limpio incluso en las escenas eróticas y de alguna violencia, que contrastan con la rígida actitud de Rosa y Eric cuando están solos y con la confusión de la primera escena en que se mezclan las palabras dichas en la entrevista, las discontinuadas de la televisión y llamadas telefónicas tanto de Marco como de voces del pasado, según el diseño sonoro de Gonzalo Macías. Es una de las mejores direcciones que le conozco a Jorge A. Vargas.

Los actores también hacen una labor de primera, lo que se acredita a ellos y a su director. Rosa María Bianchi transita de la muy contenida del principio a una timidez casi adolescente cuando va a ver a Marco, para culminar con el espléndido momento de su anagnóresis. Enrique Singer logra transmitir el desasosiego de la pasión culpable tanto en sus escenas con Rosa como con Luca y es notable su grito silencioso cuando le llega la revelación. El joven Rodrigo Espinosa hace un Luca muy verosímil con ese encanto desenfadado que oculta el sufrimiento interior que sólo se hará palpable al final. Alicia Laguna fría y distante como pide su papel de entrevistadora que aúna al morbo de los medios masivos ciertas ínfulas de intelectualidad.

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