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México D.F. Jueves 11 de noviembre de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

Democracia sin ideas

La sucesión presidencial ya está a la vuelta de la esquina. Al sexenio de la alternancia se le fueron como agua entre los dedos estos años y con ellos la oportunidad de hacer un verdadero cambio. Descubrimos el abc: que el mundo electoral está suspendido sobre las espinas de los intereses materiales, que los actores actúan y reaccionan conforme a ellos, que los valores y las ideologías no son remansos quietos sino laboratorios donde se procesan sustancias volátiles; que desigualdad y pobreza son problemas esenciales que merecen soluciones de Estado igualmente integrales y complejas, no mero filantropismo. No obstante, el presidente Fox, tan proclive a las frases sencillas, ha dicho que en México todo va bien y, de verdad, lo cree.

Si se reconoce que lo más importante es mantener incólume la política económica en boga, entonces este gobierno es casi un éxito. Y digo "casi" porque aún no ha conseguido la cereza del pastel, es decir, las reformas a las que sin pudor hizo referencia el señor Rato, del Fondo Monetario Internacional, cuya aprobación sin mayores modificaciones haría del gobierno mexicano un modelo a seguir por la atribulada Latinoamérica, ahora que la izquierda avanza en su laberinto.

Sin embargo, además de los problemas ya seculares, hoy nos enfrentamos a una situación inédita de cinismo y desmoralización, cuyo destino final es imprevisible. En muy poco tiempo, la sociedad pasó del entusiasmo a la desilusión, de la esperanza en la ley a la tan temida judialización de la vida pública, cuyos efectos anulan de raíz la verdadera competencia democrática y retuercen al propio estado de derecho.

Los indiscutibles avances en cuanto a la libertad de expresión tampoco se han traducido en una opinión pública más consistente, no al menos en el sentido de realzar la conciencia crítica que proviene del conocimiento y no sólo de la "información".

Y quienes debían asumir la mayor responsabilidad para dar peso y densidad a la cultura democrática, los partidos políticos nacionales, no lo hacen, pues se han convertido en los principales sujetos del escándalo y la trivialización de sus propias ideas.

Puede ser que para nuestra tartajeante democracia estos partidos sean suficientes e inclusive algunos salgan sobrando, pero si de verdad es necesario un cambio, hay que hacer algo para que la democracia funcione como un régimen político superior y no sólo como el ejercicio electoral de algunos grupos privilegiados por la ley y las finanzas del Estado.

Un nuevo curso democrático no surgirá por arte de magia, sin poner en juego numerosos factores sociales y políticos, pero es obvio que hace falta revisar la actitud de los partidos hacia los "bienes culturales".

No es posible que nuestra clase política subsista tocando de oído, sin profesionalizar su conducta pública, como si el sentido común sirviera para resolver los problemas de una situación compleja que no cesa de transformarse. A pesar de los tics verbales adquiridos durante la transición, del léxico "bobbiano" convertido en lugar común, nuestros políticos parecen comportarse según los dictados del instinto, más por olfato y experiencia que por conocimiento.

Dan grima las publicaciones de los grandes partidos, por ejemplo. Gastan dinero en revistas (exigidas por ley), cuyo contenido suele ser parroquial e intrascendente, casi siempre alejado del debate nacional. Editorialmente dan menos de lo que prometen y al final resultan mero desperdicio de tinta y papel. Por lo visto, la investigación, la misma difusión de planteamientos programáticos o doctrinarios les resultan tareas irrelevantes a los partidos, toda vez que en democracia -parecen decirnos- las ideologías no cuentan o son insignificantes ante el poder de las imágenes regenteadas por la mercadotecnia.

Los trabajos de las fundaciones, importantes por sí mismos, parecen discurrir por cauces paralelos, sin influir directamente en la elaboración de las estrategias partidarias, si bien unas realizan sus tareas con niveles de profesionalismo y otras son simples membretes.

En consecuencia, el horizonte ideológico se achata. Campañas van y campañas vienen sin que se adviertan diferencias de fondo entre los candidatos. Se eligen personas, individuos maquillados por la propaganda, pero se excluyen las ideas: el "estilo", es decir, la presencia retocada por los publicistas prevalece sobre los programas. Si se comparan los discursos y las propuestas de los candidatos que en varios estados acudirán el fin de semana a la urnas no se hallarán diferencias significativas. ƑQué distingue las ofertas de candidatos troquelados por la misma matriz política, como en Tlaxcala?

En estas condiciones, y aunque sólo fuera por ir a contracorriente, es saludable que los políticos pongan en blanco y negro sus ideas y salgan a debatirlas. Es grave, no obstante, que sean los aspirantes, no los partidos, los que hagan el esfuerzo principal. México necesita de la inteligencia.

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