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México D.F. Lunes 30 de agosto de 2004

Carlos Fazio

Monseñor Sandoval, lo sucio y lo pulcro

De modo tácito, el arzobispo de Guadalajara, cardenal Juan Sando-val Iñiguez, justificó el 23 de agosto los tratos crueles y degradantes, así como las torturas físicas y sicológicas aplicadas por las autoridades estatales y municipales de Jalisco contra un grupo de altermundistas detenidos en el marco de la Cumbre de América Latina, el Caribe y la Unión Europea el 28 de mayo pasado. Con el argumento de que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sólo defiende a "delincuentes", el prelado católico acreditó el desacato del gobernador Francisco Ramírez Acuña y el presidente municipal de Guadalajara, Emilio González Márquez, a las recomendaciones de ese organismo para que se investigue y sancione a los elementos de las fuerzas del orden que hayan participado en violaciones a la dignidad humana y otros actos ilícitos cometidos en contra de los prisioneros. Es decir, abogó por la impunidad de servidores públicos que recurrieron a la brutalidad, la humillación y la práctica de la tortura para combatir presuntas actividades delictivas de los detenidos. Como señaló la CNDH, no se puede hacer cumplir la ley violándola. Además de un problema ético, moral -áreas en las que el prelado debería ser competente-, la violación del Estado de derecho en nombre del propio Estado y las instituciones es un ataque al pensamiento y la cultura del pueblo gobernado.

Según el Diccionario ideológico de la lengua castellana, de María Moliner, tortura viene del latín "tortura", derivado de torquere. "Cualidad del tuerto (torcido). Tormento. Padecimiento físico o moral de alguien intenso y continuado. Padeci-miento muy intenso que le es infligido a alguien como castigo o para hacerle confesar algo." La CNDH comprobó que en Jalisco se aplicó la tortura para arrancar confesiones a hombres y mujeres jóvenes inermes ante sus interrogadores. Y no se puede pasar por alto el contexto en que se dieron los hechos: cuando la Fiscalía Especial para Movimientos Políticos del Pasado impulsaba el ejercicio de la acción penal contra los responsables directos de las matanzas de Tlatelolco, Jueves de Corpus y la guerra sucia de los años 70.

Al igual que en otros países de la región, la institucionalización de la tortura en México fue una pieza clave del poder autoritario; el polo más abyecto de una lógica de gobierno que, incapaz de suscitar la participación y la adhesión, promovió la sumisión, la rebelión, la huida o la resistencia. Los sistemas que promueven o solapan la tortura, como ocurre ahora en Jalisco, lo hacen con conciencia lúcida. Como estrategia de poder. Como engranaje o eslabón imprescindible de un sistema de gobierno. La causa del mal es de origen humano, intencional y calculado. Y poco importa aquí la cuantificación del fenómeno: 100 o 10 mil torturados valen un torturado. Porque en cada tortura institucionalizada hay un ataque a la pertenencia a la especie humana.

Tal como señaló Adolfo Sánchez Rebolledo, "se empieza por negar la calidad humana de los 'delincuentes' y se termina justificando el asesinato en nombre del orden y la tranquilidad de las buenas conciencias" (La Jornada, 26/8/04). Todo eso tiene un componente ideológico. "La tortura -dice Michel de Certeau- se sitúa en el campo de un proceso ideológico que sustituye a la polifonía social vivaz, por una dicotomía totalitaria entre 'lo pulcro' (ético, político o social) y el carácter de exclusión de lo 'sucio' que marca la diferencia (...) una denominación organiza el actuar: judío, subversivo o no importa qué otro mote son suficientes para designar a alguien al suplicio." "Delincuente", según la expresión utilizada por el cardenal Sandoval.

En la tecnocracia contemporánea, la tortura se sitúa en la bisagra de lo que es necesario eliminar para que reine el orden. Hay que excluir "lo sucio" para que "lo pulcro" pueda seguir funcionando. Salvando las distancias, por el camino sugerido por el arzobispo de Guadalajara se podría llegar a justificar la represión, como en la época de la dictadura de Jorge Rafael Videla, cuando monseñor Tórtolo, vicario castrense y presidente de la Conferencia del Episcopado Argentino, justificó en un documento pastoral las desapariciones, torturas y muertes perpetradas por el ejército en el marco del Operativo Independencia en la provincia de Tucumán, como parte de "un proceso de purificación". El obispo Tórtolo llegó a comparar a Videla... con "Cristo resucitado". Otro prelado, el provicario general castrense de las fuerzas armadas, monseñor Bonamín, afirmó que "esta lucha (se refería a las acciones clandestinas de los grupos de tarea del ejército) es una lucha por la República Argentina, por su integridad, pero también por sus altares (...) esta lucha es en defensa de la moral, de la dignidad del hombre, en definitiva es una lucha en defensa de Dios. Por ello pido la protección divina en esta guerra sucia en la que estamos empeñados" (La Nación, 10/10/76).

En México vivimos un proceso larvado de derechización. Si no se frena a tiempo a los yunquistas y otras expresiones vernáculas de la renovada ultraderecha mexicana -ésa que abreva en algunas iglesias conservadoras locales, como la que pastorea el cardenal Sandoval en Guadalajara-, el país podría entrar en un nuevo proceso represivo de signo incierto. Entonces se correría el riesgo de que los "delincuentes" se convirtieran de nuevo en el "enemigo interno" y de que algunos eclesiásticos asuman, como en el pasado, el papel legitimador de la fuerza bruta del Estado. šDios no lo quiera!

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