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México D.F. Viernes 30 de julio de 2004

José Cueli

Lo imperdonable se escapa

Luis Echeverría, ex presidente de México, fue absuelto por el juez encargado de su caso de los delitos que se le imputaban. Y es que en la historia de la globalización los espacios son abolidos por dilatación. Los espacios son sin fin, es decir, sin sentido; pasadizos que conducen a otros pasadizos que se bifurcan incesantemente en laberintos sin fin, en los cuales se busca quién es quién y quién el amo de los secretos de otros; en perpetua mutación de percepciones poco fiables, enmarañadas en una sucesión de máscaras y disfraces que pretenden abolir el tiempo fijo en la conquista de una identidad fija (prescripción de los delitos en función del tiempo transcurrido) en que el abolir el tiempo es encontrar el enlace entre la impresión huidiza y fugaz del ahora mismo y el recuerdo de una huella imagen y la experiencia del tiempo ilusoriamente recobrado.

Igual que Echeverría, algunos líderes son condenados o no por el juez, porque no pueden ser lo que creían ser, juzgados desde el doble juicio que es simultáneamente juicio de atribución y juicio de inexistencia.

Estos juicios están en línea con la desmentida freudiana de la abolición en el adentro y el forzoso retorno desde el afuera. Construcción delirante en un desesperado intento de recomposición de un mundo resquebrajado, en un intento de apresar la imagen en el espejo que no refleja más que una alucinación negativa. Intento de superar el dolor de perder la identidad y dejar de ser uno mismo incesantemente.

Los jueces en este escenario están condenados porque no pueden ser lo que decían ser. Condenas que van más allá, de las sentencias judiciales, que son veredictos otorgados desde el juicio de condenación, transformación de la negación que lleva implícita la contribución inherente al juicio mismo, negación sucesora. Secretos kafkianos sin fin que anticipándose a otros secretos tienden a querer hacer emerger un sentido.

La palabra que se pierde, se muere y lo que intenta vivir es un ajustamiento repetitivo e indagador detrás del cual se adivina otro ajustamiento que abre paso a nuevos ajustamientos en laberínticos desplazamientos de sinsentidos de doble faz que se interrumpen bajo la presión del mismo ajustamiento y sólo se pueden expresar por la compulsión a la repetición de esa búsqueda interminable.

Repetición tras la que se oculta el silencioso trabajo del instinto de muerte freudiano. Encuentro con la mismidad en la que el secreto sirve de disfraz a la muerte. Secreto que implica el poder y el afán de invulnerabilidad y manía de sobrevivir; es decir, deseo de llegar a ser el único, omnipotente. Pasadizos que conducen a otros pasadizos que disuelven el sentido asegurado de la vida que da, ilusoriamente, el poder y constituye la creencia que acaba en decepción.

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