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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Miércoles 7 de julio de 2004

Arnoldo Kraus

Hablar de los muertos

Tengo que hablar de los muertos. De los muertos que alguna vez fueron "un poco" míos porque los caminos se cruzaron o porque el mío anduvo por el de ellos. De aquellos con quienes coincidí motu proprio en alguno de los rincones del tiempo o en alguna de las esquinas de la vida. De las personas que hablaron de la salud, de la enfermedad, de la muerte y de la imperiosa necesidad de otorgarle cuerpo al lenguaje y lenguaje al cuerpo. Como aquel viejo inolvidable que por haber estado lleno de vida conocía los límites de ésta y el significado de la palabra dignidad. Ese viejo, cuando descubrió que su existencia estaba invadida por cáncer, dijo: "Cuando el dolor sea insoportable quiero que me eche un veneno activo".

Tengo que hablar de los muertos. Sobre todo de quienes del presente hicieron vida y del mañana tan sólo un lugar lejano. De esos muertos que primero se llamaron pacientes, después amigos y con frecuencia escucha. De esas personas que habitaron fragmentos de mi discurso y que transformaron muchas de mis ideas. De los muertos que por fortuna atentaron contra las costumbres de mantener la distancia, que lucharon contra la deshumanización y contra las normas que demarcan las reglas a seguir cuando quien muere "debe ser", no más que un paciente, un expediente, un caso interesante o un puñado de momentos. Quiero escribir de esos seres que dejaron un cúmulo de notas e incontables letras cuyas ideas y palabras tañen la atmósfera vital tan sólo por hablar. Por hablar después de escuchar y por escuchar después de mirar. Hablar y escuchar: Ƒqué más puede hacerse cuando dos personas se ven de frente y uno sabe que pronto ha de morir?

Uno debe contar de sus muertos. En ocasiones a solas, en ocasiones con otros. Debe nombrarlos cuando las caras se apersonan; cuando el recuerdo es más importante que el tiempo efímero y cuando se aprende que sólo una parte pequeña de nuestro ser es propia y el resto de nuestros huesos herencia de los muertos. El tiempo enseña: se viaja con el equipaje propio pero se vive con el legado de quienes se fueron. No en balde los guiños, los ademanes, los temores y las certezas de los otros son con frecuencia la parte fundamental del bagaje de uno mismo. Uno debe hablar con sus muertos cuando lo que se vive ya fue escrito o cuando lo escuchado fue dicho por alguno de esos interlocutores. Cuando la soledad no atemoriza o cuando las respuestas se encuentran en las bocas de quienes se fueron es también tiempo de conversar con los muertos.

Uno debe hablar con sus muertos cuando el túmulo de quienes se fueron alberga frases incompletas o respuestas nunca satisfechas. Como aquella joven paciente, tapizada por depresión y cubierta por tristeza, cuya vida fue suma de desencuentros, de miedos y de ideas suicidas. En su caso, el suicidio no era buena opción. Fracasar era sepultar la mínima esperanza de vida. Nunca supe si le temía más a la vida o a la muerte. Su comentario -"suelo acostarme a las cuatro de la la mañana y despertarme tan tarde como sea posible porque dormida vivo menos"- ilustra la imposibilidad de penetrar su persona. Uno tiene que seguir caminando, a pesar de esas frases que asfixian; uno tiene que construirse con esas ideas, aunque su dureza lacere.

Los muertos nunca suelen ser iguales. Por eso no finalizan los diálogos ni se agotan las preguntas. Al escribir "tengo que hablar con los muertos" me escribo: tengo que hablar conmigo. Con frecuencia evoco sus rostros y sus palabras con más fuerza que las caras que suelo ver a diario. No sólo porque creemos equivocadamente que el presente y el día a día inmunizan contra la muerte, sino porque buena parte de lo vivido ya fue vivido con antelación por esos otros, por esos muertos nuestros. Disecar la muerte de otros es penetrar la vida propia. Hurgar en el pasado de quienes fallecieron permite explorar el cuerpo. Aprehender la voz de los muertos es escuchar la propia voz.

No recuerdo cuántos pacientes han fallecido. Creo que son muchos, aunque ignoro qué significa muchos. De la mayoría rememoro algo, de muchos conservo sus palabras. De otros, su sonrisa; de los más, sus manos. En ocasiones escribo lo que dicen y en otros momentos cavilo en lo que comentaron y en lo que supongo quisieron decir, pero nunca lo dijeron. Uno puede elaborar historias de sus muertos con lo dicho y con lo no dicho. Uno puede construirse en esas oraciones y en esas lecciones. Hablar de los muertos permite hablar con los vivos.

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