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México D.F. Martes 8 de junio de 2004

José Blanco

Ensayo sobre la ceguera

Hay contradicciones alarmantes y crecientes entre nuestra democracia electoral niña y las necesidades sociales, que amenazan con lisiar los procedimientos democráticos.

Es totalmente opaco en qué se basan los creyentes de que nuestra democracia llegó para quedarse. Es probable que un segmento significativo de los electores no quiera saber nada de una vuelta de los priístas al poder del Ejecutivo, pero nada está escrito. En las semanas iniciales del régimen foxista, cualquiera habría podido apostar a que la era del priísmo había pasado para siempre: finalmente la sociedad había trascendido el infernal "más vale malo por conocido que bueno por conocer", pero hoy es claro como nunca que franjas mayoritarias persistentemente empobrecidas de la sociedad -en toda América Latina- prefieren un régimen autoritario si va acompañado de mejoras en la vida socioeconómica. La desesperación de la pobreza es un caldo de cultivo a la medida de los intentos del retorno de un régimen populista autoritario. Por otra parte, este retorno no tendría que darse necesariamente por vía priísta. El intento del retorno populista autoritario tiene posibilidades crecientes porque tiene varias vías. Ahí está, en primer lugar, el alto rating popular de López Obrador. Si sale bien librado del asunto de El Encino, saldrá fortalecido.

El populismo continúa incrustado en la necesidad histórica de este país, debido a la injusticia social sin medida, a la pobreza rampante, a la desigualdad en récord permanente. Ese desastroso estado de cosas en México mantiene en el alma colectiva la creencia en que los "líderes carismáticos", los caudillos "iluminados", los "rayitos de esperanza" son la solución a las injusticias de siglos. "A mí solamente el pueblo me quita el fuero", dice quien no reconoce más ley que "sus principios" y su muy personal sentido de la justicia. El tabasqueño no apela a la ley, sino al pueblo. "Con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley." He ahí el perfil del tabasqueño. Pero el milagro del amor se ha dado entre este hombre sencillo, del pueblo, sin ideas, y amplias franjas de las masas mexicanas, que se saben pueblo, y que adoran al pueblo como el propio López Obrador. El flechazo se ha dado.

La propuesta populista puede provenir también del PRI -que ha ido desplazando a sus "tecnócratas"- y cuenta con un aparato que aún continúa cohesionando intereses y expectativas en amplias franjas de la sociedad pobre mexicana.

No está descartado Cuauhtémoc Cárdenas, que ofrecerá su propio programa populista, aunque fuere a través de otro partido, porque por ahora los intereses perredistas parecen ya aglutinados en torno al tabasqueño. Cárdenas ofrecerá la imagen de quien nunca se alió con la corrupción.

Ha saltado a la palestra Felipe Calderón. Libre y con licencia panista para empezar su campaña electoral. Parece el favorito de los panistas. Pero su discurso no se zafará del corsé de una sociedad (neo)liberal de mercado "para el bien común", en la que "el Estado tiene autoridad, no propiedad, en la economía nacional" (principios panistas). No oiremos a los panistas hablar de desigualdad social y su combate. Calderón, dicen, es un hombre de ideas. Así se expresó de él un día Beatriz Paredes y así le ha dado la bienvenida Castañeda, que es un hombre de ideas, pero no un hombre de confianza para las mayorías. Superar el discurso populista será un reto inmenso para Calderón; superar el discurso populista y la desconfianza será un reto aún mayor para Castañeda.

Pero el probable triunfo populista se toparía ahora con nuestra democracia puerilmente caótica y haría imposible el populismo y la democracia: continuaría reinando el maremágnum.

Está crecientemente claro lo que trajo consigo la democracia mexicana: la imposibilidad de los políticos de todos los signos para comprometerse con un proyecto de largo plazo (Luis Aguilar dixit): viven, por ahora, exclusivamente en un plazo tan corto como el día de hoy, en la más estrecha coyuntura; no pueden resolver nada que tenga que ver con el futuro de la nación. Todo es perenne lucha por el poder. Todo lo impone, lo modula, lo determina la coyuntura y sus bandazos imprevisibles. Los políticos hoy se ocupan de los desaguisados en el estadio Azteca, mañana de la inseguridad de Perisur, pasado mañana del atroz estilo de los modos de tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada argentina del gobernador Francisco Ramírez Acuña de Jalisco, después del idiota show del gobernador Murat, así ad nauseam.

La perinola dice, en todas sus caras, "todos pierden", porque quien orgásmicamente pose su trasero en la silla presidencial se topará con la misma clase política dividida, con el mismo gobierno dividido, con el mismo inservible Congreso de la Unión, que viven la democracia como los chocadores carritos locos de las ferias. Todos metidos en un incesante ensayo sobre la ceguera.

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