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México D.F. Sábado 5 de junio de 2004

Immanuel Wallerstein

Escándalo tras escándalo

El 26 de mayo rugió Al Gore: "Cómo se atreven a humillar a nuestra na-ción y a nuestro pueblo, ante los ojos del mundo y ante la conciencia de nuestra propia gente, los incompetentes y solícitos miembros del go-bierno de Bush y Cheney. Cómo se atreven a someternos a tal deshonor y vergüenza. Cómo se atreven a arrastrar el buen nombre de Estados Unidos por el fango de la prisión de tortura de Saddam Hussein". La furia de Gore ante los crecientes escándalos en Irak (y Afganistán) es moneda corriente en casi todo el mundo. Y cobra fuerza aun en Estados Unidos.

Nadie, o casi nadie, defiende las prácticas expuestas en las múltiples prisiones militares estadunidenses. Pero hay tres diferentes puntos de vista de lo ocurrido. Está la posición oficial del gobierno de Bush: los abusos fueron perpetrados por manzanas podridas, todos los cuales son soldados de baja estofa que violaron los valores estadunidenses y serán castigados por ello. Está la visión de Al Gore y de una proporción creciente del sólido centro de la política estadunidense: esto es obra del gobierno de Bush y sus miembros deben ser castigados. Gore hizo un llamado a que renuncien de inmediato el secretario de Defensa Rumsfeld, sus tres principales colegas (Wolfowitz, Feith y Cambone), la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y el director de la CIA, George Tenet. Y se quedó corto, pues estuvo a punto de pedir el enjuiciamiento del presidente Bush. Hay una tercera posición, minoritaria, que argumenta que los abusos en las prisiones tienen un largo historial en la cultura política estadunidense y que los escándalos militares son, simplemente, más de lo mismo. Supongo que de esta postura se deriva que Estados Unidos, así emparejado, debe ser castigado. Esta posición no tiene mucho arrastre en Estados Unidos, pero es bien recibida en otras partes del mundo.

Si todo lo demás fuera bien en Irak, prevalecería la postura de Bush, que implica barrer los escándalos ("unas cuantas manzanas podridas"). En abril, las fuerzas estadunidenses lanzaron dos importantes acciones militares en Irak: una en Fallujah, bastión de las fuerzas leales a Saddam; otra en contra de Moqtada Sadr, el religiosos chiíta que a diario denuncia a Estados Unidos.

Hasta donde uno entiende, la potencia militar más fuerte del mundo perdió ambas batallas. En Fallujah esta potencia se vio forzada a pactar una tregua, durante la cual evacuó la ciudad y puso en el poder a algunos de los antiguos guardias republicanos del régimen de Saddam, maquillándolos un po-co. En Najaf, la batalla entre Sadr y el ejército estadunidense parece culminar, de nue-vo, en una tregua, durante la cual Estados Unidos y el chiíta vaciarán la ciudad, pero sin arrestar a Sadr y sin desbandar su milicia.

Entre tanto, la supuesta transferencia del poder del 30 de junio a un gobierno iraquí que sea "soberano" no parece ir muy bien o, al menos, no transcurre muy ágilmente, y sólo falta un mes para que ocurra. Por una razón: no es cualquier cosa debatir lo que significa "soberanía". Estados Unidos parece asumir la postura de que se puede ser "soberano" en el papel, pero limitando esa soberanía en la práctica. Washington no desea limitar de ningún modo importante la posibilidad de que, después del 30 de junio, las fuerzas de ocupación continúen con sus tareas -definidas por ellas mismas- en la forma que mejor les parezca. Eso me recuerda el torpe e infame pronunciamiento del general Janssens, quien dirigiera las fuerzas armadas del Congo Belga, justo días antes de que el país se hiciera independiente (también un 30 de junio, pero de 1960). El general Janssens reunió a las fuerzas africanas y escribió en el tablero de los boletines: "Después de la independencia = antes de la independencia". Esto no resultó muy bueno, pues desencadenó un motín que culminó en una guerra civil de cinco años con crisis nacional e internacional.

De cualquier modo, muy pocos más comparten la definición estadunidense de "soberanía". El 25 de mayo Tony Blair, el aliado más cercano de Estados Unidos en Irak, dijo del periodo posterior al 30 de junio: "Si hay que tomar la decisión política de entrar en un sitio como Fallujah, de algún modo particular, ésta deberá tomarse con el consentimiento del gobierno iraquí, y el control político final deberá recaer en el gobierno iraquí". Colin Powell protestó de inmediato, y públicamente, diciendo que las fuerzas estadunidenses (y de la coalición) permanecerían bajo el mando de Estados Unidos. Al día siguiente Blair negó que esto significara un distanciamiento, aunque es difícil entender cómo reconciliar ambas posturas. En cuanto al resto del mundo, por el momento Francia, Alemania, Rusia y China sostienen que hay que especificar más la soberanía iraquí antes de votar una resolución de Naciones Unidas, que Estados Unidos mucho desea y necesita. El consejo de gobierno iraquí en funciones también demanda mucho más poder real después del 30 de junio. Uno de sus miembros llegó al punto de decir que, después del 30 de junio, las fuerzas estadunidenses debían marcharse en el lapso de meses, no de años.

Bush ha estado haciendo un llamamiento al pueblo estadunidense: "mantengan el rumbo". Zinni, general de la armada y antiguo comandante de las tropas estadunidenses en Medio Oriente, replicó incrédulo: "Este rumbo va directo a las cataratas del Niágara". Así que el desencanto no lo muestran únicamente los oponentes de siempre, sino aun los neoconservadores que desde el principio apoyaron la invasión. Algunos de los propios correligionarios de Bush llaman hoy a "virar hacia un rumbo intermedio". Pero qué puede realmente hacer Bush.

Fareed Zakaria es el comentarista político en jefe de la revista Newsweek. Apoyó la decisión estadunidense de entrar en Irak. En el número del 17 de mayo, su artículo se intitula "El precio de la arrogancia". En el texto denuncia al presidente Bush y al secretario Rumsfeld de manera inmisericorde: "Las suposiciones y políticas de Washington han sido equivocadas en prácticamente todos los asuntos relativos al Irak posterior a la guerra, en cuanto al fortalecimiento de tropas, el respaldo internacional, la credibilidad de los exiliados, el desmantelamiento del partido Baaz, las maneras de manejar al ayatola Alí Sistani. Y, aunque la mayor parte de estas políticas se revirtió, se tardaron mucho en hacerlo, por lo cual no tuvo mucho efecto". Zakaria llama a esto "una extraña mezcla de arrogancia e incompetencia" y dice que, sea cual fuere el resultado de las elecciones, "el legado de George W. Bush es claro ahora: la creación de una atmósfera envenenada de antiamericanismo por todo el globo. Estoy seguro de que asume toda la responsabilidad".

The Economist, encarnación del conservadurismo económico mundial, publicación que respaldó desde el principio la guerra, considera que existe la posibilidad de virar hacia un rumbo intermedio, corrección que urge. En su número del 8 al 14 de mayo su portada muestra una de las infames fotografías de la prisión de Abu Ghraib con un encabezado que reza: "Renuncia, Rumsfeld". En su editorial se puede leer: "El escándalo se expande (...) es más, los abusos perpetrados contra estos prisioneros no son el único error dañino cometido y forman parte de una cultura de conductas extralegales planeadas desde el más alto nivel (...) el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, debe renunciar. Y si no renuncia, el señor Bush debe despedirlo". Así que The Economist y Al Gore coinciden en la solución inmediata ante tanto escándalo.

The Economist parece sostener que esto podría salvar a Bush. Pero, Ƒserá cierto? Si el presidente lo piensa, más vale que lo haga, ya no por sentido de honor (idea muy anticuada para el renacido cristiano Bush), sino por instinto político de supervivencia. No obstante, es muy probable que una renuncia de Rumsfeld confirme al pueblo estadunidense que algo terriblemente erróneo entrañan las políticas de este gobierno. El pueblo puede inferir que, como dijera Harry Truman, el "desbarajuste" no llega sólo a la puerta del secretario de Defensa, sino al escritorio del presidente de Estados Unidos. Bush no es muy dado a admitir sus errores. Cuando hace poco, en conferencia de prensa, se le preguntó si recordaba algunos de los errores cometidos durante su cargo, balbuceó buscando una respuesta y sugirió al reportero que preguntas tan difíciles se las debían formular con anticipación.

Así que el mundo y Bush se hallan atorados en escándalos que no van a desvanecerse. Algunos soldados de baja estofa deben ser castigados. El general Sánchez, comandante de las fuerzas de ocupación, parece haber caído, aunque nadie admite que éste sea el motivo. Rumsfeld se quedará, por lo menos, hasta las elecciones. Y Bush tendrá que encarar a los votantes y al mundo; debe andar un poco solitario estos días.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein

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