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México D.F. Sábado 5 de junio de 2004

lán Semo

Historia y escritura

Siempre es asombroso observar cómo un texto cobra vida propia más allá de las necesidades y necedades que impone la industria editorial, hoy otro ramo del supermercado que llamamos sociedad. El mundo de la escritura tiene esa rara peculiaridad de procurar objetos, los textos, que de vez en cuando escapan a la molienda del reciclaje cotidiano. En realidad son pocos los que sortean el rigor del tiempo y las pruebas del destino, es decir, las esclusas del mercado, pero con los libros sucede acaso lo que con los seres humanos: sólo uno cruza el desierto, dice Lao-Tse, y con ello justifica a los demás. La Visión de los vencidos, esa antología de crónicas indígenas sobre la conquista española compilada por Miguel León-Portilla hace varias décadas, pertenece a esa extraña y necia familia. Generación tras generación se redita puntualmente, los docentes de secundaria y preparatoria lo siguen incluyendo en sus sugerencias de lecturas, lo lee quien se aproxima por primera vez a la cultura mexicana y quien busca informarse sobre la caída de Tenochtitlán. En suma, una suerte de clásico que todavía aguarda un estudio en tanto que objeto cultural en sí, un sitio desde el cual la cultura contemporánea se asomó a la tragedia de los aztecas.

La precisión del título ha sido objeto de múltiples debates. Los cronistas que incluye la antología derivaron sus relatos de los que contaron o redactaron los españoles, y tenían el cometido de ampliar y reinterpretar la visión de los vencedores. No obstante, el puñado de crónicas de los informantes de Sahagún o de los misteriosos narradores anónimos desdibujan efectivamente el horizonte de una parcela de los vencidos, o al menos de aquellos vencidos que, viviendo entre los vencedores, no se resignaron a aceptar la historia contada por los conquistadores sin antes volverla más compleja, más dudosa, menos verosímil. Pero si el título de esa dispersa compilación guarda cierta lógica, su éxito en tanto que icono cultural es, por decirlo de alguna manera, paradójico. Es fama que la historia la escriben los vencedores, que "el ángel de la victoria no deja más que ruinas a su paso", y he aquí una extraña, modesta y burlona demostración de lo complejo que puede llegar a ser esta afirmación.

El encanto por la Visión de los vencidos puede ser explicado de múltiples maneras: la tenacidad de la historiografía liberal, que hizo de la época colonial objeto de denostación; el populismo historiográfico de la Revolución Mexicana que quiso representar a los vencidos de ayer y hoy como los vencedores del mañana; el sentimiento de culpa propiciado por los endebles andamiajes de la retórica del mestizaje; o simplemente el culto a la cultura de la resignación. Siempre explicaciones de orden local que evocan alguna particularidad de la cultura nacional. Pero un texto de Reinhart Koselleck, que finalmente ha reunido sus ensayos en tres firmes volúmenes (editados por Suhrkamp), especula con una hipótesis más perturbadora y más general.

Por su complejidad, escepticismo, distanciamiento y, sobre todo, por su ironía, las historias más perdurables son las que escriben no los vencedores, sino los vencidos. Los vencedores precisan de relatos contundentes, libres de ambigüedades, cargados de propaganda y retóricas de la salvación y destinos manifiestos. Los vencidos, en cambio, no tienen más remedio que hacerse preguntas complejas y difíciles: Ƒpor qué resultó todo así y no de otra manera?; Ƒexistirán fuerzas en la historia que compensen o que expliquen la caída?; teorizar ha sido para los historiadores vencidos una manera de enfrentar ciertas angustias; explicar, su arma esencial. Lo que para los primeros resultó un éxito, para los vencidos es una "historia". La hipótesis de Koselleck aparece ciertamente como falible, pero los casos que evoca son realmente convincentes. Enumero sólo algunos.

Herodoto. La primera experiencia política del fundador de la historiografía helénica fue la deportación de su familia entera por el tirano Ligdamis. El mismo fue finalmente deportado a la colonia de Turioi. Prefirió la soledad de sus viajes a la del exilio. Se consideró hacia el final de su vida hombre vencido, fracasado. Incrédulo de los mitos atenienses, dedicó su obra entera a criticarlos rigurosamente.

Tucídides. Llegó varias horas tarde al sitio Antipolis, lo cual fue interpretado como alta traición. Fue deportado y vivió en la miseria y en el exilio durante 20 años. Su obra es el anuncio más severo y certero sobre el posible fin del Imperio Romano.

San Agustín. Un vencido absoluto. Ciudadano romano, fue testigo tanto de la derrota de Roma como del proceso de cristianización en Africa del norte. Su teoría sobre la naturaleza doble del mundo, el sacerdotium y el imperium, resultado de la decepción política, se convirtió en el territorio narrativo de la emergencia de la Iglesia occidental.

Maquiavelo. Deportado y torturado por Lorenzo de Medici, perdió absolutamente todo, poder, fama y fortuna. Su historiografía funda el pensamiento que convierte a la política en un objeto "más allá del bien y el mal". Un vencido absoluto.

Tocqueville. Aristócrata que asistió al hundimiento de su clase causado por la Revolución Francesa. Su réplica a la aristocracia por un lado, y al autoritarismo revolucionario por el otro, fue la vindicación más perdurable que se ha hecho de la democracia. Otro vencido.

León Trotsky, que escribió una historia dramática de la Revolución Rusa y murió bajo el hacha de Stalin.

Dos más. Francisco Javier Clavijero y José Vasconcelos. El primero, jesuita, fue expulsado de Nueva España y recluido en Roma hasta la muerte. Redactó una defensa conmovedora y fundacional del protonacionalismo criollo que dio pie a la Independencia en 1810. Aunque pasó tres años por la Secretaría de Educación Pública, la vida de Vasconcelos es la de un vencido. Primero en la convención de Aguascalientes, después en su oposición tanto al callismo como al cardenismo. Pero Vasconcelos es, ante todo, su escritura.

Si la tesis de Reinhart Koselleck es correcta, los vencedores imponen el ritmo de la historia, pero no el de la memoria. ƑY qué es la historia, entendida como la experiencia del tiempo, si no memoria y más memoria? ƑAlguien pensaría por un instante en colocarse al lado de los vencidos? Es contranatura. Herodoto y San Agustín no tuvieron otro remedio. Maquiavelo, Trotsky y Vasconcelos vivieron y padecieron al ángel de la victoria, pero a la hora de la derrota intuyeron que la historia tiene otra magia

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