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México D.F. Jueves 3 de junio de 2004

Olga Harmony

Vela Sandunga

La melodía española Sandunga, que quiere decir gracia o donaire, fue acogida hace 151 años por la gente del Istmo de Tehuantepec para calificar a sus mujeres -es casi el himno de ellas- y por extensión a una fiesta en donde las airosas tehuanas, con sus acompañantes varones de guayabera y el sombrero, casi en desuso, llamado charro 24, realizan algún jolgorio. Las velas, desde los tiempos prehispánicos, eran danzas que propiciaban la lluvia y por uno de esos sincretismos tan frecuentes en nuestro país, ambas se fusionan en una fiesta en varias partes, pero sobre todo en Santo Domingo Tehuantepec en donde se elige a una reina por su conocimiento de las costumbres locales, y acuden embajadoras de todos los barrios, muchachas que heredan esta posición de sus madres que han sido embajadoras, como heredan las relucientes alhajas de oro que se van acrecentando en cada generación. Se sigue la tradición de bailar todo tipo de bailes no sólo los regionales y dice la gente de allí que en cada vela, hecha el último sábado de mayo, llueve en la madrugada. Este año fui invitada con otras personas de teatro (Marta Aura, Mauricio Jiménez, Ramón Barragán y otros que no pudieron asistir) por el ayuntamiento gracias a las gestiones de Marco Petriz, el talentoso teatrista istmeño, y su mujer, la actriz Gabriela Martínez, teniendo el privilegio de vestir a la usanza tehuana, con ropa y alhajas prestadas por supuesto, y presenciar la fiesta hasta que un torrencial y temprano aguacero terminó con la festividad: la vela tuvo inmediatos y empapadores resultados.

Las mujeres con sus increíbles vestidos y joyas, el desfile de embajadoras y de las reinas entrante y saliente tuvieron mucho de teatral. Pero en esta nota yo quería resaltar un par de cosas. Una, la labor del presidente municipal, Martín Vázquez Villanueva, un médico joven y entusiasta, que perteneció al Movimiento artístico y cultural del Istmo de Tehuantepec, y que a contracorriente de lo que ocurre en el resto del país pone gran énfasis en la cultura artística. Piensa que la gente merece bienes culturales y que su municipio puede prosperar gracias al turismo que llegue, tanto para ver los vestigios zapotecas, como el arte vivo, y a él se debe un remozamiento -en realidad mucho más que eso- de la biblioteca que antes era un lugar casi olvidado y a la que añadió una audioteca, la creación de la banda infantil a la que dotó de instrumentos y la adquisición de un piano de media cola para acompañar algunos espectáculos no populares como el concierto que realizó el fin de año pasado con dos cantantes extranjeros y en que se escuchó desde Mozart hasta la entrañable Sandunga. Vale la pena subrayar esto que resulta casi un oasis en un país en donde el arte está perdiendo espacios con los gobernantes gerenciales que realizan brutales recortes a los presupuestos de cultura.

Lo otro que me gustaría destacar es el regreso de Marco Petriz no sólo a su terruño, sino a los modos de construir sus escenificaciones que le son propios. Marco parte del espacio para planear su texto, que va desarrollando mediante improvisaciones de los actores, y que organiza por las noches escribiendo lo que será la obra definitiva, por lo que confiesa que escribe emocionalmente, va escribiendo sobre el espacio. Cuando intentó escribir un texto a la manera tradicional, Dónde están las mariposas, escenificada en Querétaro, no logró la magia que imparte a la mayoría de sus montajes. Tiene proyectos de largo plazo, como es narrar la rebelión de las mujeres zapotecas en 1660, pero el que le ocupa ahora es Tras de la puerta, nombre provisional de una obra ''de espantos" según consejas locales, para la que hace una investigación y que será producida por el municipio en este año, posiblemente para el Día de Muertos.

Convencido de que no debe abandonar más su terruño, planea fortalecer al Grupo Teatral Tehuantepec con diseñadores locales y quizás formar una pequeña escuela, de donde vayan saliendo los actores que necesita tanto para las escenificaciones más ambiciosas como para algunas, posiblemente más rentables -no hay que olvidar que el municipio carece de cines- y más pequeñas, estrenadas cada dos meses. No queda más que alegrarse de que el artista istmeño haya regresado a sus raíces y sus maneras personales de encarar el hecho escénico y esperar que el apoyo que ahora tiene no se le quite, porque también sus montajes, a la larga, pueden atraer gente de fuera.

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