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México D.F. Martes 1 de junio de 2004

David Byrne/ I

Nostalgia por lo real, o lo malo es bueno

El mal diseño es buen diseño. Así como el diseño de buen gusto es malo. Hoy que el diseño ''perfecto" es posible con el click de un mouse, el mundo industrializado ha empezado a sentir nostalgia por el diseño ''imperfecto". Ahora que los artefactos computarizados dominan nuestras vidas comenzamos a darnos cuenta, poco a poco, de lo que falta en el mundo altamente tecnificado.

Advertimos que a veces una línea chueca tiene más vitalidad que una irreprochablemente trazada y que una grabación que tiene la cantidad exacta de distorsión y color que le añaden los equipos antiguos muchas veces resulta preferible a una copia perfecta.

šAy de nosotros cuando la profesión médica perfeccione sus novedosas técnicas genéticas y de clonación! Tal vez acabaríamos por darnos cuenta de que son nuestras imperfecciones las que nos hacen humanos. Perfeccionar la tipografía, eliminar las máquinas pesadas y dirigir un taller de tipografía es una cosa, pero suponer que hay que perfeccionar el organismo que realmente crea y consume esa tipografía es algo muy distinto. El resultado final de una visión mecanicista del mundo es convertir el mundo en una máquina.

A medida que se vuelve más fácil producir perfección, ya sea en diseño, en gramática, ritmo y tono de voz, quienes pueden acceder a ella de manera pronta y fácil sienten un creciente deseo de abandonarla. En una especie de esnobismo al revés, los diseñadores de la red cibernética utilizan los programas de computación más recientes para imitar el trabajo de diseñadores y artistas anónimos -trabajos como los que aparecen en este libro-. Utilizan computadoras muy refinadas para imitar el trabajo de gente que ni siquiera puede comprar una computadora. Los artistas no alabados son las fuentes de inspiración pero nunca en su vida han tenido acceso -o siquiera soñado con tenerlo- a programas como PhotoShop, Illustrator, Quark o ProTools. Si esos patéticos héroes apenas pueden dibujar una cara de modo más o menos realista o seguir una tonada, cómo van a tener acceso a un programa para corregir automáticamente su ortografía o modificar sus fuentes tipográficas.

Cuando la auténtica perfección despunta en el horizonte, cuando los frutos de la Ilustración y de siglos de progreso científico parecen estar a nuestro alcance, le damos una mordida al jitomate mejorado o a la enorme e impecable fresa y nos damos cuenta de que algo se ha perdido. Sabor. Vitalidad. Humor. Cachondería.

La nostalgia por el diseño que se muestra en este libro es una tentativa conmovedora por parte de desencantados como yo que buscan recuperar el alma perdida. Creemos que con imitar la apariencia de algo ''real" podremos adquirir en verdad nuestra identidad más real. Pero la mayoría ya ha hecho el pacto fáustico.

En realidad nunca podremos ser ese hombre o aquella mujer que dibujan los zapatos o los tacos en los muros de un negocio, aunque sin duda hemos aprendido a apreciar a quien los dibuja. Podemos experimentar esa extraña pero típica sensación del siglo XXI: la de amar algo y burlarnos de ello al mismo tiempo. El refinado diseñador apoya las espaldas en su silla Aeron y utiliza una versión ligeramente alterada de estos dibujos para realizar su diseño. También puede emplear una variante de alguno de los tipos de letra que aparecen aquí, a sabiendas de que su público, el consumidor educado y refinado, sabrá que -posiblemente con la ayuda de uno u otro de los programas de cómputo- el diseñador sabe dibujar de manera fácil, realista y perfecta una cara, un zapato o un automóvil.

Pero al utilizar deliberadamente una letra mal dibujada se da un guiño de complicidad entre el productor y el consumidor. Un pacto conspiracional que dice: ''Sé que puedo hacer cosas mejores que ésta, y tú sabes que puedo hacer cosas mejores que ésta, Ƒpero no es cierto que por alguna extraña razón nos gusta esto a los dos?"

Este tono conspiracional permite al consumidor sentir que es parte de una elite -una elite a la que, paradójicamente, el pintor original del rótulo jamás podrá pertenecer-. Y la razón por la que tanto al productor como al consumidor les gusta cómo se ve eso es que denota un contenido lleno de vitalidad. Ello implica que el trabajo tiene el ánimo y la vida de la que carecen los bienes producidos por las corporaciones multinacionales.

En el siglo XIX, a medida que la tecnología de la fotografía se hizo cada vez más ubicua, la gran mayoría de los artistas abandonó el retrato y el paisaje ''realistas". ƑPara qué competir con una máquina que puede hacerlos más pronta y fácilmente, y a un costo menor que el que tendrían para uno? Tenían que apurarse a olvidar sus lecciones de dibujo y abandonar su técnica. Aprendieron a dibujar como un niño, como un ''primitivo", un loco o un bocetista innato.

Querían capturar el espíritu, el sentimiento y la sensación que la cámara no conseguía. Hicieron arte africano virtual, arte primitivo virtual e incluso, a la postre, arte publicitario virtual -una forma que muchas veces ha imitado los esfuerzos de esos excelentes artistas.

A veces los artistas incorporaban todos esos estilos virtuales al mismo tiempo. Producían gran arte que parecía hecho por gente que no tenía idea de lo que estaba haciendo. O que lo hacía por razones absolutamente distintas.

En pos de que las cosas parecieran reales, hicieron costosas y lujosas casas que parecían fábricas, bodegas o cobertizos producidos en gran escala. Con el tiempo, quienes sabían dibujar, imprimir o rotular a mano dejaron de hacerlo y las escuelas de arte incluso dejaron de enseñar tales cosas. šEl ''buen" diseño era tan fácil que hasta un programa de cómputo podía hacerlo! El ''mal" diseño requería destreza y corazón. O por lo menos corazón virtual.

Con el tiempo los artistas y los diseñadores empezaron a coleccionar ejemplos de ese diseño ''auténtico" para luego inspirarse en ellos. Pequeños iconos. Pequeños altares en homenaje de aquellos menos educados que ellos.

Los muros de sus estudios estaban llenos de fotografías y recortes de anuncios y de rótulos como los que aparecen aquí. Su propio trabajo era bueno, pero esto era lo ''auténtico". Obra de gente ignorante, no corrupta, que en su mayor parte no recibía pago.

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