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México D.F. Jueves 8 de abril de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

Echar a andar a la nación

De gran relevancia resulta el acuerdo para dar a los mexicanos en el extranjero la posibilidad de votar en las próximas elecciones de 2006. Poner manos a la obra para que eso sea factible no será tarea sencilla, pero es un hecho saludable que los partidos dejen de lado viejos prejuicios y dificultades doctrinarias para atender las aspiraciones de numerosos ciudadanos cuya ausencia del país no debería entenderese como abandono de sus derechos y deberes ciudadanos, sobre todo cuando cruzan las fronteras en busca de medios de vida que por desgracia no hallan en su propia tierra. Tal vez por ello, con razón, el secretario de Gobernación habló de pagar la deuda histórica hacia quienes se ven obligados a abandonar su hogar y ahora contribuyen en altísima proporción al ingreso de la República: terrible paradoja que sean los migrantes, considerados ilegales por sus empleadores, los que sostengan los difíciles equilibrios de nuestra economía, la misma que alienta la reproducción de la desigualdad y la miseria. En fin.

Como sea, más allá de los cálculos partidistas, es especialmente positivo que México demuestre capacidad y disposición para asumir una idea de nación y ciudadanía que esta hora de globalización subordinada al imperio parecía condenada al rincón de los trastos viejo.

Los mexicanos en el extranjero están, por así decirlo, aprisionados entre dos realidades que los despojan de identidad y derechos. Por un lado, el viejo Estado-nación los rechaza como ciudadanos. Por el contrario, la realidad del país-huésped los condena a perder su propia identidad, cuando no todos sus derechos. En ambos casos se les condena a una suerte de inferioridad jurídica que se extiende a otros ámbitos de la existencia.

El liberalismo fomenta las corrientes migratorias, es decir, el traslado masivo de poblaciones de un extremo a otro, pero hasta hoy no ha conseguido (ni se lo propone) crear una comunidad capaz de sustentarse en el reconocimiento universal de la dignidad humana.

Contra las previsiones de los globalifilicos, las naciones persisten y, a pesar de las enormes transformaciones en el sentido de la mundialización, los declinantes estados nacionales se ven obligados a repensarse a sí mismos como piezas de un rompecabezas que el imperio no consigue borrar por completo.

Los problemas que la globalización plantea a la noción de soberanía (y a la vigencia de la nación) no deberían convertirse en la rendición del Estado ante la pura marcha de la objetividad del mercado o, peor, en el sometimiento de la política internacional a los poderes políticos y militares que representan esos intereses.

Esos cambios, con toda su extraordinaria importancia transformadora, no son suficientes todavía para declarar la muerte del Estado nacional, que es y seguirá siendo mucho tiempo el escenario de los procesos políticos en todo el mundo.

La nación, ha dicho Rusconi, es necesaria, pues se está volviendo "un medium, un punto de pasaje para tener todo junto". La parálisis del Estado nacional frente a los desafíos de la globalización, ha dicho este autor, "no se supera liquidando la nación, sino echándola de nuevo a andar" como medium para algo que va más allá.

Me parece que el reconocimiento de los derechos de los mexicanos ausentes a votar en las próximas elecciones es una forma de "echar a andar a la nación". No es poca cosa.

Termino este breve texto con un recuerdo a mi gran Juan Saldaña. Amigo, hermano, mexicano ilustrado que supo vivir y cambiar. De su festiva generosidad doy testimonio.

A Isabel y José Ignacio Saldaña

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