Soledad Loaeza

In memoriam

Hace unas semanas Federico Reyes Heroles publicó un editorial que nos hablaba del otro México (Reforma, 30/3/04); del país que habitaron y construyeron distinguidos funcionarios del Estado mexicano, "mucha gente honesta, trabajadora, entregada a los asuntos públicos con pasión...", cuya memoria ha sido manchada en los últimos años por la lucha política, por la ausencia de ideas y la reducción de la vida pública a un rosario de historias truculentas y de anécdotas, algunas hilarantes.

Ha llegado el momento de detenernos y pensar si acaso esta estrategia de pulverización del pasado algo tiene de bueno para el presente y para el futuro. También cabe preguntarse si esta distorsión de nuestra historia reciente era necesaria para democratizar el país, o si por el contrario, tanto denuesto autodenigratorio no terminará por caer sobre nuestras cabezas para poner fin de una vez por todas a nuestra capacidad para formular propuestas positivas.

El actual gobierno, al igual que muchos políticos del PRD y del PRI, cree que hablar mal del adversario político es hablar bien de sí mismo. Llevando esta táctica hasta el extremo, los foxistas tienen la costumbre de justificar sus propios pecados y errores aludiendo a los de sus predecesores en el gobierno. El problema de este tipo de acción está en que los funcionarios de hoy se comparan con lo peor del pasado, aunque ni siquiera así salen ganando.

Hasta ahora ninguno se atrevería a pararse junto a alguno de los más sobresalientes funcionarios del pasado, y de muchos otros que en la discreción contribuyeron a modernizar el país. Las oposiciones no priístas -y los priístas que creen la conseja echeverrista de que la propia salvación está en la denuncia del otro- han intentado sepultar el recuerdo de una amplia y variada constelación de funcionarios públicos de notable nivel profesional, bajo el mito en construcción de la "dictadura de setenta años".

No valdría la pena siquiera mencionar esta operación de baja política, si no fuera porque pone al descubierto nuestra desmemoria y nuestra ingratitud. Los mexicanos tendríamos que recordar a esos funcionarios uno a uno, tendríamos que reconocer que muchos fueron un modelo; convendría que tanto improvisado que circula hoy por los corredores de la administración pública tratara de entender el concepto que te-nían del servicio público, y su capacidad para "descubrir el país", como dice Cosío Villegas.

Bien harían foxistas, panistas, priístas y perredistas en aprender algo de: Javier Barros Sierra, Narciso Bassols, Gustavo Baz, Ramón Beteta, Alberto Bremauntz, Eduardo Bustamante, Amalia Caballero de Castillo Ledón, Luis Cabrera, Rafael Cabrera, Pablo Campos Ortiz, Alejandro Carrillo, Antonio Carrillo Flores, Nabor Carrillo Flores, Francisco Castillo Nájera, Alfonso Castro Valle, José Angel Ceniceros, Rafael de la Colina, Daniel Cosío Villegas, Ismael Cosío Villegas, Ignacio Chávez, Antonio Espinosa de los Monteros, Genaro Estrada, Alfonso García Robles (premio Nobel de la Paz), Ignacio García Téllez, Jaime García Terrés, Marte R. Gómez, Rodrigo Gómez, Manuel Gómez Morín, Antonio Gómez Robledo, Enrique González Martínez, Celestino Gorostiza, José Gorostiza, Martín Luis Guzmán, Heriberto Jara, Adrián Lajous Martínez, Carlos Lazo, Enrique M. Loaeza, Ignacio Madrazo, Hugo Margain, Emigdio Martínez Adame, Antonio Martínez Báez, Manuel Martínez Báez, Raúl Martínez Ostos, Manuel Mesa Andraca, Luis Montes de Oca, Francisco J. Múgica, Amado Nervo, Carlos Novoa, Raúl Ortiz Mena, José Juan de Olloqui, Luis Padilla Nervo, Miguel Palacios Macedo, Alberto J. Pani, Octavio Paz (premio Nobel de Literatura), Héctor Pérez Martínez, Luis Quintanilla, Samuel Ramos, Luis Ramos Tercero, Alfonso Reyes, Jesús Reyes Heroles, Gonzalo Robles, Luis I. Rodríguez, Jesús Rodríguez y Rodríguez, Juan Rulfo, Vicente Sánchez Gavito, Moisés Sáenz, Bernardo Sepúlveda, César Sepúlveda, Andrés Serra Rojas, Manuel J. Sierra, Eduardo Suárez, Jorge Tamayo, Manuel Tello, Jaime Torres Bodet, José Vasconcelos, Octavio Véjar Vázquez, Eduardo Villaseñor, Arturo Warman, Agustín Yáñez, Ricardo J. Zevada.

Es preciso defender la memoria de estos funcionarios y de muchos, muchos más, de la embestida del foxismo y sus democratizadores porque sería una ironía que Vicente Fox resultara émulo de Justo Sierra y construyera el panteón mexicano del siglo XX.