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México D.F. Jueves 8 de abril de 2004

Samuel Ponce de León R.

Investigación, negligencia y desarrollo

En estos días ha ocurrido en Francia un acontecimiento que debería ser guía para el resto de la comunidad internacional: los científicos decidieron renunciar en masa.

Ante la aprobación de un presupuesto insuficiente para mantener el nivel de desarrollo en la investigación -esto es, tan sólo se aprobó 2.2 por ciento del PIB-, los investigadores suspendieron actividades. Después de días de negociación el gobierno galo aceptó incrementar el presupuesto.

He optado por no calcular el contraste entre lo que es 2.2 por ciento del PIB en Francia con lo que en México se asigna a la investigación (menos de uno por ciento del PIB). En las pancartas de protesta se leía: No investigación-No futuro; mejor no puede describirse.

También, muy recientemente, Miguel Martín ha analizado en El País el futuro de la investigación clínica independiente, a la que da una muy pobre esperanza de vida, consecuencia de una propuesta de legislación europea que impedirá a los clínicos realizar ensayos controlados, lo cual sienta las condiciones para que la industria farmacéutica sea la única capacitada para realizar investigación clínica.

En diversos foros del más reciente congreso internacional de Enfermedades Infecciosas, realizado en días pasados en Cancún, Quintana Roo, se esbozó cómo la industria farmacéutica no encuentra mayor interés en continuar investigando en el desarrollo de nuevos antibióticos.

Las ganancias potenciales en la investigación de estos compuestos no son lo suficientemente grandes para seguir invirtiendo en medicamentos, ya que hoy por hoy una cápsula diaria resuelve en tan sólo siete días la mayoría de las infecciones bacterianas o en cursos cortos curan al enfermo.

Si a esto se agrega la desigual competencia de los fabricantes de genéricos y hasta de "similares", el margen de ganancia disminuye aún más. El éxito terapéutico así definido no es buen negocio para la industria que mayores ganancias genera anualmente.

Desde luego, se seguirán investigando tratamientos contra el cáncer que mejoren unas semanas la sobrevida, en nuevas combinaciones de los antirretrovirales que han de usarse indefinidamente mientras quede ánimo de respirar, en tratamientos contra la alopecía, la impotencia (real e inducida), las estrías y las arrugas y, desde luego, contra la hipertensión, las hiperlipidemias, la obesidad y otros gravísimos problemas que frente al envejecimiento de la población y la mayor esperanza de vida representan excelentes áreas de inversión.

La industria farmacéutica cumple bien su objetivo. Lo escrito aquí no pretende ser un juicio crítico desfavorable, ya que sólo describo la tendencia.

Es esta industria la que hoy hace realidad precisamente poder resolver enfermedades infecciosas, controlar el asma y curar una no corta lista de neoplasias, efectuar trasplantes y más. Sin la inversión multimillonaria de las grandes compañías farmacéuticas no tendríamos hoy tratamientos contra el sida, el cáncer y la diabetes, pero los vacíos que deje la industria deberían ser asumidos por los estados; empero, éstos no parecen verlo de ninguna manera.

Un claro ejemplo de este vacío en investigación lo dan todos esos padecimientos propios del subdesarrollo: paludismo, tuberculosis y esquistosomiasis, por citar algunos, que, a pesar de causar enfermedad en millones de individuos, lo que podría representar un gran mercado, ocurren en personas sin ninguna capacidad adquisitiva y no hay negocio. En el caso de la tuberculosis se sigue utilizando en esencia lo mismo que se descubrió hace 50 años y se hacen malabares tratando de mejorar su eficiencia con muy pobres resultados.

Mientras en México, como en la gran mayoría de países (con economías menores), no hay financiamiento para la investigación, se crean sistemas que obligan a presentar informes y llenar formatos que justifiquen un complemento salarial exiguo y que llevan no rara vez a la elaboración de investigación chatarra, útil sólo para aumentar el número de publicaciones redundantes e inútiles y a justificar su estructura burocrática.

En nuestro país pagamos multimillonarios rescates bancarios y carreteros que siguen enriqueciendo astronómicamente a unos pocos; pagamos la corrupción y la ineficiencia, una y otra vez, y en cambio se niega el financiamiento para la investigación, y negarla es impedirnos un futuro mejor: es cancelar nuestra historia, darla por terminada.

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