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México D.F. Lunes 5 de abril de 2004

Jorge Santibáñez Romellón*

Héroes del desierto

Si recientemente ha tomado un avión hacia Hermosillo, viniendo del sur, seguramente habrá notado, como ocurre desde hace años con los vuelos a Tijuana, que no solamente está muy lleno o sobrevendido, sino que además hay pasajeros con características particulares. Se trata del pasaje "étnico" como lo llaman con racismo los empleados de las líneas aéreas, refiriéndose a migrantes internacionales, que con frecuencia son pequeños de estatura, de tez morena, con una gorra deportiva y una pequeña maleta de las que se acomodan en la espalda.

Para usted se trata muy probablemente de un viaje de negocios o placer. Para ellos, es mucho más que eso: la aventura apenas comienza, están iniciando un desplazamiento migratorio hacia Estados Unidos, dándole un giro a su vida, pensando que todos los riesgos que van a correr bien valen la pena porque van a ganar diez veces más de lo que ganaban en México.

Bien a bien no saben qué les espera, y si lo supieran de cualquier forma lo seguirían intentando. Precisa-mente por eso fallan todas las campañas de información o de regreso de los migrantes a sus lugares de origen. Cuando ya se decidieron a migrar, nada los va a detener, a algunos sólo la muerte, un accidente muy grave o una de esas experiencias que ni siquiera nos imaginamos. La decisión es tan firme que por más campañas que se realicen, de cualquier forma intentarán cruzar a Estados Unidos. Si por desgracia son capturados, no aceptarán que los regresen a sus lugares de origen, sería tanto como aceptar el fracaso.

Quienes han propuesto este tipo de programas, llamados de "repatriación segura", en el fondo no conocen de qué están hechos los migrantes. Seguramente no los han visto caminar durante horas en el desierto, con temperaturas de 50 grados o no los han visto dormir en el piso en la plaza central de Altar en el estado de Sonora.

Una vez que llegan a Hermosillo se trasladan hacinados a la ciudad de Altar, en lujosas camionetas del aeropuerto, pagando cada uno 400 pesos. Claro, los propietarios de ese transporte han hecho un gran negocio con estos migrantes, no tan bueno como el de las líneas aé-reas, pero lo suficientemente rentable como para cambiar de vehículo cada año y ya hasta están dispuestos a hacerles algunas ofertas, como las de "12x10", que quiere decir que en un vehículo con cupo de ocho personas pueden ir doce y pagar sólo diez; total, son pequeños de estatura y "se hacen bolas", como me dijo uno de esos taxistas recientemente.

Altar es un pequeño poblado del desierto en el norte de Sonora, a unas dos horas de la frontera, que en los últimos cinco años se ha transformado en virtud de la migración. Aquel pequeño y tranquilo lugar se ha convertido en sitio de concentración de los migrantes que el Operativo Guardián de control rígido de la frontera, alejó de la ruta tradicional de Tijuana. Han surgido hoteles y los cuartuchos miserables son anunciados como casas de huéspedes, los comercios del lugar expenden agua, mochilas, gorras para la travesía en el desierto y hasta se han transformado en oficinas receptoras de dinero para los migrantes o los polleros, dinero que los migrantes no se atreven a traer consigo.

El banco y la oficina de TeleCom son los lugares más concurridos del pueblo. Hay una compañía de camionetas que los transporta de ahí a la frontera, por una carretera de terracería que está concesionada a un particular y por cuyo uso hay que pagar. En síntesis, todos hacen negocio, todos menos los migrantes. El negocio es tan rentable que en la reciente campaña electoral del actual gobernador de Sonora los habitantes de Altar le pidieron que asumiera el compromiso de no pavimentar esa carretera, ya que de hacerlo las camionetas del aeropuerto de Hermosillo llevarían a los migrantes directamente a la frontera y entonces todos estos negocios perderían a sus principales clientes.

En El Sásabe, pequeño poblado de mil habitantes y un estadio de baseball alumbrado, la situación no es mejor, de ahí los migrantes intentarán cruzar, con cada vez menos probabilidades de éxito en virtud de los recientes operativos en la frontera con Arizona. Ahí, los polleros son obvios y visibles, incluso son objeto de apología. Hay una cafetería que se llama El Coyote.

Seguramente a usted como a mí nos sorprenderá no encontrar en este relato la presencia de alguna autoridad que brinde protección a los migrantes, de algún programa de ayuda para que estos "héroes del desierto" no duerman en el piso o sean objeto de abusos impunes, legales e ilegales. La razón es muy sencilla: no hago mención a ninguno de esos factores porque simplemente no hay tales autoridades ni programas. Lo que está ocurriendo en esa región de México es la muestra más clara del desorden en el que se desenvuelve el proceso migratorio, al margen de las autoridades, en una clara tensión en la que los actores locales quieren hacer algo, pero no pueden ni tienen los recursos y los que pueden y deben hacer algo no lo hacen. Probablemente porque no lo han visto, si lo hubieran hecho no se podrían mantener al margen, pasivos, pensando que las cosas se resuelven en foros o en sus oficinas de la ciudad de México.

Con todo, es importante hacer un reconocimiento, en este escenario de desorden, al Grupo Beta de El Sásabe, que siguen ayudando a los migrantes con lo mejor de ellos mismos y sí... a 40 grados centígrados, en pleno desierto.

*Presidente de El Colegio de la Frontera Norte

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