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México D.F. Jueves 27 de noviembre de 2003

LA MUESTRA

Carlos Bonfil

Carandiru

El ámbito carcelario como microcosmos de la sociedad brasileña

LA PENITENCIARIA DEL barrio de Carandiru, en Sao Paulo, Brasil, fue demolida recientemente por ser un símbolo de la miseria y del trato inhumano a los reclusos, hacinados durante años 7 mil de ellos en un espacio diseñado para albergar a poco más de cuatro mil. El realizador argentino Héctor Babenco, naturalizado brasileño en los años 60, y autor de dos éxitos de taquilla, Pixote, en 1980, y El beso de la mujer araña, en 1985, regresa en Carandiru a lo que parece ser una obsesión temática y una profesión de estilo: la recreación del ámbito carcelario como un microcosmos de la sociedad brasileña, con todas sus lacras (la corrupción, en primer término), su instinto de supervivencia, y la respuesta de solidaridad entre los oprimidos. La cinta inicia justamente con una vista aérea de la ciudad paulista, y un acercamiento a Carandiru, conjunto de búnkers carcelarios, suerte de multifamiliares menesterosos, donde tuvo lugar en 1992 una de las matanzas más despiadadas en la historia reciente brasileña. El tono oscila entre el documental y la ficción de horror, entre el melodrama tremendista tras las rejas (Cárcel, casos de la vida real) y la indignación documentada.

NO HAY EN Carandiru señalamientos políticos precisos. Babenco prefiere el papel de un narrador de historias que ilustra su denuncia con metáforas y alegorías, revelaciones oníricas y simbolismos. No hay en Carandiru una filiación directa con el relato memorable que hace Nelson Pereira dos Santos en Memorias de la cárcel, de 1984, clara denuncia política, basada en la novela autobiográfica de Craciliano Ramos. Babenco se atiene a lo que consignan en tono costumbrista otras memorias, las del médico Dráuzio Varella en su libro Estación Carandiru, visión panorámica del penitenciario, reunión de testimonios e historias fragmentadas, como en la novela Ciudad de Dios, del carioca Paulo Lins, que también inspira una película homónima. La cinta de Babenco elige los historiales más pintorescos, historias de traición, vendettas pasionales, reparo criminal de agravios como el del joven justiciero que persigue y mata a los violadores de su hermana, y un largo etcétera. Lo interesante es la minuciosa descripción de la organización social intramuros. Una verdadera ciudad bazar, con vendedor ambulante lisiado y proveedores de drogas y visitas conyugales, que son un festejo dominical, y con el simulacro tolerado de una boda entre un travesti y su enamorado, con atribulada anuencia paterna y cuadro de reos conmovidos.

UN ASPECTO CAPITAL en la cinta es el trabajo que realiza el médico infectólogo (Luiz Carlos Vasconcelos) para prevenir la diseminación del sida en las prisiones -ilustración de una política pública en Brasil, país a la vanguardia en salud preventiva. Carandiru construye eficazmente su narración polifónica en este falansterio carcelario, pero no evita multiplicar innecesariamente las situaciones sensacionalistas, ilustrando, por ejemplo, la degradación humana con el detalle de una rata que desde el fondo de un excusado captura el dedo de un reo sólo para que éste pueda librarse de ella a dentelladas. Las escenas de la matanza prolongan el espectáculo de sordidez y de sadismo, y los aciertos de escenificación (sometimiento en un patio de todos los presos vencidos, fotografía de Walter Carvalho), contrastan con una incesante ronda de miserias humanas. Carandiru, más cerca de El apando, de Felipe Cazals, que de la sobriedad dramática del maestro Pereira dos Santos.

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