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México D.F. Viernes 3 de octubre de 2003

Jaime Martínez Veloz

Identidad tormentosa en Baja California

Una característica de la identidad fronteriza es su ausencia de coincidencias con los patrones culturales más homogéneos del centro y el sur del país. De la franja fronteriza, al menos en Baja California, la identidad es discordante de una pauta centralista que se antoja distante, impositiva y autoritaria.

Baja California es una entidad que se ha formado más en función de factores exógenos que por un proyecto propio. Es obvio que su colindancia con California, la quinta economía del mundo, tiene una influencia decisiva en la evolución del estado.

Las dos urbes más importantes, Mexicali y Tijuana, tienen un escaso siglo de existencia. Su modesto origen es haber sido lugares de paso al tráfico regional y fronterizo. Tijuana ha sido permanentemente una ciudad de migrantes. Su dinámica poblacional y su ubicación le han dado esa condición eterna. Esa permanente peculiaridad demográfica ha impedido la construcción de una identidad distinta a la del migrante reiterado. Su identidad es, entonces, la del nómada.

Esa condición traumática se refleja por necesidad en todos los aspectos de la vida fronteriza. Si a ese caldo de cultivo añadimos la gradual devaluación de arquetipos como el nacionalismo y el patriotismo, que algunos consideran lastres del complejo y del resentimiento mexicanos, la mezcla resultante nos ayuda a comprender el fenómenos de conservadurismo de sociedades como la bajacaliforniana.

Van ganando terreno, en consecuencia, conductas y comportamientos alimentados por un sentimiento anticentralista, xenófobo y reivindicatorio de una identidad, contradictoriamente, etérea y difusa.

No es casual, entonces, la emergencia y consolidación de cacicazgos políticos amparados en partidos retrógradas como Acción Nacional. No podía ser de otra forma, ya que la implícita orfandad de ideas y proyectos políticos serios encuentra en el PAN su expresión más nítida.

Por su parte, la inmadurez de la izquierda y su incapacidad para desarrollar alternativas democráticas han contribuido a la consolidación de la extrema derecha en Baja California, y a sus manifestaciones: autoritarismo, racismo disimulado, conservadurismo.

Así, en Baja California pueden presentarse fenómenos como el de Paulina, la niña violada e impedida por el Estado a abortar, entre la indiferencia y el silencio cómplice, cuando no la franca animadversión por la intromisión de "fuereños". No deja de ser contradictorio tampoco que entre la pequeña pero activa clase intelectual del estado abunden los simpatizantes de los gobiernos panistas.

En ese entorno, sucede que en homenajes a historiadores bajacalifornianos, quien se lleve las palmas sea Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, cuya presencia en el acto fue circunstancial. En su descargo, debemos decir que se negó a firmar autógrafos o a "robarse el show". Su asistencia a Tijuana obedecía a la promoción de su libro de poemas.

La frivolización de la vida política nos ayuda a entender cómo el Centro Cultural Tijuana (Cecut), equivalente norteño al Palacio de Bellas Artes, fue rentado a Jaime Maussán, con todo y ovnis, en jornadas que agotaron el boletaje.

Tijuana ha soportado la mala fama y la leyenda negra como zona de desfogue a los vicios estadunidenses. Al Capone, por ejemplo, frecuentaba el casino de Agua Caliente. Hace días se derogó la ley seca en el estado, entre el júbilo generalizado; sin embargo, las quejas empresariales, más que la vocación libertaria, fueron las causas que más pesaron para eliminar la absurda prohibición.

Al mismo tiempo, tomaba carta de naturalización un fenómeno: jovencitas que de forma espontánea bailan "lascivamente" en bares para alcoholizados adolescentes ganosos, ante el escándalo de las buenas conciencias. Las mismas buenas conciencias que callaron ante el pase de charola en bares y cantinas tijuanenses para financiar la campaña electoral panista de 2001.

Es lógico, entonces, que gaseras estadunidenses se confabulen en Baja California con la mafia panista para construir la sucia infraestructura que surtirá energía a California, donde les prohíben instalarse. Y todo ello ocurre ante la fatalidad y la desesperanza de la ciudadanía, desgarrada luego de 13 años de oscuridad blanquiazul. Pero si Baja California ha sido patio trasero de los estadunidenses, Ƒqué de extraño es que se convierta, gracias al PAN, en grasoso taller mecánico? Y a pesar de todo, la entidad anhela construir una identidad propia, digna, mexicana. Ayudémosla. Por cierto, y aunque les pese a los sicópatas defensores del mandril: Dos de octubre no se olvida.

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