.. | México D.F. Martes 9 de septiembre de 2003
FORO DE LA CINETECA
Carlos Bonfil
Todos los caminos llevan a casa
Malcriadez vs paciencia
Similitud con Japón, de Reygadas
UN NIÑO MALCRIADO de siete años y una anciana
con una paciencia infinita conviven varias semanas en un rincón
casi abandonado de Corea del Sur. La anécdota es mínima,
los diálogos escasos y muy contadas las peripecias. Todos los
caminos llevan a casa (Jibeuro), de la directora Jeong-hyang
Lee, es una experiencia desconcertante y placentera. Filmada con un cuidado
extremo en la ambientación y en los detalles, la película
semeja una ficción nacida de una primera idea de documental. La
realizadora descubrió, luego de investigaciones casi etnográficas,
la locación ideal, un poblado de apenas siete habitantes, donde
pudo además encontrar a una anciana de 78 años (formidable
Eul-boon Kim), sin experiencia alguna en actuación y que jamás
había visto una película. Algo muy similar sucedió
con el rodaje de la película mexicana Japón, de Carlos
Reygadas.
LA
TRAMA PLANTEA el primero de muchos contrastes, la oposición entre
la mentalidad citadina y la vida rural. Luego de una larga ausencia, una
joven de Seúl visita a su madre anciana para encargarle por unas
semanas el cuidado de Sang Woo (Seung-ho Yoo), su hijo, niño caprichoso
e insoportable. La abuela es muda, vive encorvada y realiza con vigor estoico
sus labores diarias de costura y venta ambulante. La palabra la tiene así
el niño durante toda la película, y sólo le sirve
para expresar quejas, maldiciones, insultos, reclamos, berrinches, y rara
vez un intento real de comunicación o entendimiento. En ningún
momento pierde la abuela la calma o el cariño que le inspira Sang
Woo. En poco tiempo se vuelve predecible la evolución de la historia,
el saldo agridulce de la paciente educación sentimental del niño.
CON ESTOS ANTECEDENTES uno podría fácilmente
imaginar el naufragio de Todos los caminos llevan a casa en las
aguas del sentimentalismo y el mensaje edificante. La directora evita sin
embargo la mirada compasiva y el enternecimiento excesivo. Hay estupendas
secuencias humorísticas que cancelan toda posible solemnidad, como
los delirios de una vaca loca que amenaza a la gente con hipotéticas
embestidas. Hay también la observación irónica de
los contrastes culturales, como los gustos occidentales del niño
siempre frustrados por su nueva realidad rural (pasión por el videojuego
portátil, reclamo absurdo de un Kentucky Fried Chicken), lo que
nos lleva de nuevo a la perplejidad de la abuela, y una vez más
a la furia de Sang Woo.
CON SENCILLEZ NARRATIVA, extrema economía de recursos,
y la labor de actores no profesionales, la cinta retoma el espíritu
de algunos dramas del neorrealismo italiano, en particular de películas
de Vittorio de Sica. Tan sentimental puede parecer esta película
como hace medio siglo lo pareciera Umberto D, por ejemplo, pero
ambas experiencias rehúyen la sensiblería por la pertinencia
de su observación social y, sobre todo, por la notable construcción
dramática de sus personajes. Jeong-hyang Lee consigue transmitir
en una película casi desprovista de diálogos una fuerte carga
emocional, un entretenimiento muy sólido, al tiempo que confiere
nobleza a una cautivadora educación sentimental.
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