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México D.F. Jueves 4 de septiembre de 2003

Los servicios de inteligencia cubanos habrían aparentado un falso plan de deserción

Luis Posada, víctima de "una diabólica trampa del marxismo internacional"

Comenzó ayer juicio contra implicados en un plan para asesinar a Fidel Castro

BLANCHE PETRICH ENVIADA

Panama, 3 de septiembre. Con cuatro décadas de experiencia en cruentos sabotajes contra objetivos cubanos en todo el continente y su participación en varias de las cerca de 600 conspiraciones que se han fraguado en la historia para matar al presidente Fidel Castro, el septuagenario Luis Posada Carriles mordió el anzuelo lanzado en julio de 2000 por sus enemigos históricos, los "castrocomunistas" y cayó preso por segunda vez.

O por lo menos eso es lo que sostienen en su defensa los cuatro militantes del anticastrismo violento que esperan juicio en el penal El Renacer de esta ciudad. Hoy, durante la vista preliminar del proceso, celebrada en el tribunal marítimo de lo que fuera la antigua zona del Canal, la defensa de los acusados de intentar matar a Castro durante la 10 Cumbre Iberoamericana, el 17 de noviembre de 2000, dio a conocer con gran detalle su versión de los hechos, una complicada trama que el empresario cubanoamericano César Matamoros Chacón, también involucrado en los hechos, calificó en el más puro lenguaje de Miami: "una diabólica trampa del marxismo internacional, característica de regímenes totalitarios y sin escrúpulos".

Según esta trama, los servicios de inteligencia cubanos habrían aparentado un falso plan de deserción del más alto nivel en el contexto de la reunión de jefes de Estado iberoamericanos, nada menos que la del general Eduardo Delgado, jefe de la Dirección de Inteligencia. Para ello, algunos "contactos demócatas" infiltrados en las fuerzas armadas de Cuba habían puesto como condición que el anciano Posada Carriles, figura emblemática de lo más duro y sangriento del anticastrismo, recibiera personalmente al militar desertor.

Pero esta fantástica defección no resultaba ser tal, sino una celada que incluía la siembra de un maletín cargado con 15 kilos del letal explosivo C-4 y la convocatoria de cuatro de los terroristas cubanos más peligrosos en un solo sitio. Puesta la trampa -siempre según la versión de la defensa- Fidel Castro sólo habría jalado la red para lograr la captura de los conspiradores justo en el momento en el que los reflectores de la prensa latinoamericana se centraban en la ciudad de Panamá.

Si este golpe magistral es fantasía o no, al menos es presentado hoy con toda seriedad por el equipo de abogados que encabeza Rogelio Cruz, antiguo procurador de justicia que fue cesado por acusaciones de corrupción de la propia embajada estadunidense durante el gobierno de Guillermo Endara.

Con las manos en la masa

La parte acusadora y el fiscal del caso, Arquímides Sáenz, refieren una historia diferente que reúne todos los elementos necesarios para configurar los delitos de asociación ilícita para delinquir contra la fe pública (algo cercano a un cargo por terrorismo), posesión de explosivos y amenaza contra la seguridad colectiva que implica peligro común.

Según esta versión, tres de los presuntos autores materiales -Gaspar Jiménez Escobedo (detenido en Nuevo Laredo en 1976, sentenciado a 12 años de prisión por homicidio y tentativa de homicidio en Mérida y prófugo de una cárcel mexicana), Guillermo Novo Sampoll y Pedro Crispín Remón, se reunieron inicialmente en Miami para los primeros preparativos. Armado el plan, se echó a andar.

Cabe recordar que atentados similares fueron abortados durante la cumbre iberoamericana en Cartagena, Colombia, en 1994, y en Isla Margarita, Venezuela, en 1997.

Dos de ellos, Posada Carriles (residente desde su fuga de Venezuela en El Salvador) y Gaspar Jiménez, se dotaron de identidades y pasaportes falsos, a nombre de Franco Rodríguez Mena y Manuel Díaz, respectivamente. Volaron a Costa Rica y de ahí ingresaron por tierra a Panamá, por el fronterizo punto de Paso Canoa, en zona selvática. Mientras, Novo y Remón (este último procedente de Atlanta) llegaron también a San José, pero de ahí abordaron un vuelo local hacia la zona fronteriza, en una pista aérea llamada Coto 47.

Ahí los esperaba un vehículo -un Lancer Mitsubishi rojo- y un chofer, José Manuel Hurtado, un joven panameño, de origen humilde, contratado por Posada para internarlos a Panamá. A seis kilómetros de la frontera ticopanameña, otro cubano combatiente de organizaciones violentas, Pepe Valladares, poseía la finca El Jacú. Ahí ocurrió otro cónclave con los cinco conspiradores. Valladares, enrolado en el ejército estadunidense en su juventud y participante como hombre rana en el desembarco de Girón, mercenario contrainsurgente en Guatemala y El Salvador, declaró posteriormente -consta en actas- que él no estaba de acuerdo con el plan de matar a Castro con una carga explosiva, sino que debía ser ultimado con un fusil con mira telescópica. Este testigo ya murió.

Los cuatro viajaron la noche del 16 a Panamá y se hospedaron en habitaciones del Aparthotel Coral Suites reservadas por Posadas. Al día siguiente, el chofer llevó a Novo y a Jiménez a un reconocimiento por los sitios donde estaría el mandatario cubano: el hotel Ceasar Park, el centro de convenciones Atlapa y la Universidad Nacional. Ahí Novo le ordenó a Hurtado manejar "al suave" para reconocer con cuidado el espacio. Más tarde, en ese vehículo, Posada salió a hacer unas diligencias y antes del mediodía el chofer lo dejó en la puerta del hotel. En su testimonio, este joven se percató que Posada dejó un maletín que siempre cargaba. Quiso devolverlo pero al ver que la calle estaba cerrada por la policía decidió llevar el auto a lavar para después pasar al hotel a devolverlo.

Cuando volvió al Coral Suites por la tarde, la Policía Técnica de Panamá yapty009-112122-pih cercaba la cuadra y emprendía el arresto de los conspiradores. Sólo entonces entendió que el maletín que aún estaba en el coche rentado por Posadas tenía que ver con la acción policiaca. Asustado, devolvió el auto a la arrendadora y después llevó la maleta a casa de su abuela. Más tarde a casa de su madre, donde la escondió debajo de su cama. Finalmente solicitó a un vecino ayuda para enterrar la prueba del delito, que era un equipaje vistoso, color verde claro y negro, con inscripciones de los Dolphins de Miami y The Miami Herald, una petaca promocional que suelen regalar los patrocinadores de futbol americano en Florida. Adentro había una bomba hecha con avanzada tecnología, envuelta en bolsas de plástico con gráficos de Costa Rica.

Al día siguiente Hurtado y su vecino Concepción Figueroa, ambos trabajadores, fueron arrestados. A la fecha, la defensa de Posada y su grupo asegura que aunque está acreditada la existencia del maletín y su contenido letal, no se ha comprobado su pertenencia y su finalidad. En este maletín, en la bomba, fueron encontrados cabellos. Pero los cubanos detenidos no han permitido que se les tomen muestras de sangre o cabello para la prueba del ADN. Afirman que el auto rojo no siempre estuvo "bajo control" de sus arrendatarios, lo cual deja en los hombros del chofer todo el peso de la evidencia.

En la habitación de Remón fue encontrado otro maletín color vino, de su propiedad, que contenía un documento: una proclama firmada por el hasta ahora desconocido Grupo Militar de Acción y Justicia-Comando Cubano y titulada David contra Goliath. Ahí se reivindica una acción para "la liberación de nuestra patria" mediante "una pronta y terminante solución al problema que nos afecta a todos los cubanos".

La coartada

Según la declaración ministerial de Remón, que hoy se leyó en la audiencia pública, un día a mediados de 2000, en San Salvador, Luis Posada recibió en un teléfono celular muy compartimentado que posee una llamada de un hombre que se identificó como Emilio, quien decía hablar de parte de Rodrigo, un supuesto infiltrado en el ejército cubano. Emilio pronunció la contraseña: "Sin patria pero sin amo" y Posada -dice la versión de los anticastristas- se ablandó, olvidó los peligros de su oficio y tragó el anzuelo: "šCaramba! -dicen que dijo- Vamos a vernos ahora mismo".

Días después se reunió con Emilio en un restaurante en San Salvador. El plan era buenísimo: el jefe de seguridad de Castro quería desertar durante la cumbre iberoamericana de Panamá y sólo pedía como condición que Posada, personalmente, fuera a recibirlo. A cambio, Delgado -que a la fecha sigue firme en su puesto al frente de la inteligencia militar cubana- ofrecía revelar toda una red de espionaje castrista en Centroamérica y Nueva York, además de los prestanombres de los negocios de Fidel Castro en Panamá.

Fue por eso, se dice, que los cuatro veteranos terroristas confluyeron en casa de su paisano Valladares en El Jacú, y después en Panamá. Remón y Novo habían previsto dos rutas de escape, una "legal", en un vuelo Panamá-Miami y otra "clandestina", por Paso Canoa. Incluso, según consta en las indagatorias, ya habían arreglado "con sus contactos en Estados Unidos" el asilo político para el general cubano.

La señal que indicaría luz verde para el plan sería una fotografía publicada en un periódico panameño en la que Delgado aparecería, no detrás de Castro, como suele aparecer, sino adelante o a un lado. Una fotografía con esas características apareció en el diario Crítica, de Panamá. Entonces los veteranos saboteadores cayeron en el engaño -dicen- y procedieron conforme lo planeado. No se olían que todo era una trampa.

Por eso, concluye en su declaración Remón, "nos duele que nos señalen con la dura e injusta diatriba de terroristas en lugar de asignarnos el áurea de héroes".

Esas son las dos versiones que hoy el juez Eduardo Paniza tiene enfrente.

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