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México D.F. Jueves 4 de septiembre de 2003

El presidente fue sacrificado por Richard Nixon porque era "un ejemplo peligroso"

El derrocamiento de Allende, planeado en Washington el mismo día de su elección

Hace 33 años, por vía pacífica, Chile eligió el socialismo como una alternativa de gobierno

XIMENA ORTUZAR ENVIADA

Santiago, 3 de septiembre. El 4 de septiembre de 1970 ocurrió en Chile un hecho inédito: Salvador Allende Gossens, candidato de la Unidad Popular (UP, coalición de partidos de izquierda), ganó la elección presidencial. Nunca antes, en ningún país del mundo, un candidato decidido a alcanzar el socialismo llegó al gobierno mediante los votos.

Allende, fundador del Partido Socialista, era líder indiscutible de las fuerzas progresistas chilenas, con más de 40 años en actividad política: fue diputado, senador, ministro y cuatro veces candidato a la presidencia.

Pero el 4 de septiembre de 1970, más que por un hombre la mayoría votó por un programa de gobierno, por un proyecto de país. La "vía chilena al socialismo" planteaba una transición pacífica e institucional hacia el socialismo democrático.

Allende obtuvo 36.3 por ciento de los vo-tos válidos; Jorge Alessandri, candidato del Partido Nacional (PN, derecha), 34.9, y Ra-domiro Tomic (del Partido Demócrata Cristiano, PDC), 27.8 por ciento de la votación.

La Constitución vigente asentaba que era presidente electo el candidato que obtuviera la mayoría absoluta en las urnas: 50 por ciento más uno de los votos válidos. Si ningún candidato alcanzaba esa mayoría, era facultad del Congreso elegir a cualquiera de los dos que hubieran obtenido las primeras ma-yorías relativas.

En escasas ocasiones un candidato obtuvo la mayoría absoluta porque las elecciones fueron por lo general a tres bandas: centro, derecha e izquierda. El Congreso ratificó siempre al candidato con más votos. Y lo hizo con Allende.

El PN y el PDC no tardaron en deslegitimar esa elección tras aducir que el candidato de la UP representaba a poco más de un tercio de los electores.

Durante la encarnizada campaña electoral y advertidos de que Allende podría alcanzar la primera mayoría relativa, el PN y el PDC intentaron convencer a los congresistas de sus partidos de que si él obtenía la primera mayoría relativa, ratificaran a Alessandri.

Esto nunca había ocurrido, pero era posible por la composición del Congreso, elegido con anterioridad, mayoritariamente PDC.

Alessandri se opuso a esa maniobra. De-claró de antemano reconocer ganador a quien obtuviera más votos y advirtió que si el Congreso lo elegía tras alcanzar el segundo lugar, renunciaría de inmediato a la Presidencia de la República.

Con él o contra él

El primer efecto del triunfo de Allende fue la unificación de la derecha y el centro en un solo frente, polarizando desde ese mismo momento a la opinión pública y a las fuerzas vivas: se estaba con Allende o contra él.

El Congreso decidió ratificar a Allende. Lo haría el 24 de octubre. Fracasados en su intento por impedir la asunción del líder socialista, el PN y el PDC dejaron el tema en manos de la ultraderecha que, con asesoría del Departamento de Estado estadunidense y de la CIA, trataron de persuadir al ejército chileno de dar un golpe militar que impidiera a Allende asumir la presidencia.

Este plan abortó por la rotunda lealtad del general René Schneider, comandante en jefe del ejército, a la institucionalidad. Esa lealtad le costó la vida: el 22 de octubre un comando paramilitar de ultraderecha lo asesinó.

Dos días después, en un país profundamente conmocionado, el Congreso ratificó a Salvador Allende como presidente electo.

El PDC, partido mayoritario en el país y en el Congreso, condicionó sus votos a la firma previa por parte de Allende de un "estatuto de garantías constitucionales", que él firmó no como una concesión para acceder al gobierno, sino como la confirmación ante el país de su proyecto democrático, pluralista y estrictamente apegado a la legalidad vigente.mvd71-150844-pih

La copiosa movilización de recursos destinados a impedir que Allende asumiera se volcó entonces a entregarle un país previamente desvalijado mediante el sabotaje económico y el pánico financiero; la campaña del terror, iniciada meses antes, siguió en marcha: se hablaba de tanques rusos rodeando La Moneda y la subsecuente "sovietización" del país; de hijos arrancados a sus madres para someterlos a adoctrinamiento, de la instauración, a corto plazo, de un régimen comunista "ateo y perverso", además de la eliminación física de los disidentes.

La desestabilización del gobierno del presidente socialista comenzó antes de que ganara la elección, y sólo terminó con su derrocamiento.

Que el gobierno de Estados Unidos, encabezado por Richard Nixon -asesorado por Henry Kissinger-, planificó, financió y puso en práctica "acciones encubiertas" para impedir que Allende asumiera y, una vez en funciones, derrocarlo, es una verdad documentada, hecha pública tras la desclasificación de documentos secretos de la CIA.

El programa básico de gobierno de la Unidad Popular, publicado en diciembre de 1969, propuso construir "la nueva economía". Piedra angular de tal proyecto era la nacionalización de la gran minería del cobre, que el entonces candidato de la UP definió como "el sueldo de Chile".

La estatización de la banca y de las empresas estratégicas y la extensión y profundización de la reforma agraria, también fueron anunciadas; en política internacional el programa de la UP proponía promover "un fuerte sentido latinoamericanista y antimperialista, entre pueblos más que entre cancillerías".

Incluía la decidida defensa de la autodeterminación de los pueblos y el principio de no intervención, así como "rechazar todo intento de discriminación, presión, invasión o bloqueo por parte de los países imperialistas".

El programa tocó todos los temas. Todo fue dicho antes de la elección. Ese programa fue aceptado por el voto de la mayoría el 4 de septiembre de 1970. Pero a medida que Allende cumplía sus promesas, la oposición lo acusaba de salirse del marco constitucional.

El sordo complot, entre tanto, sumía al país en un desabastecimiento de satisfactores bá-sicos. Faltaba todo... pero todo se conseguía en el mercado negro a precios muy superiores a los fijados por el gobierno.

La calumnia y el agravio fueron las armas con que la prensa opositora, encabezada por el periódico El Mercurio y financiada directamente por el gobierno de Richard Nixon -también esto está documentado-, acribillaron a diario la gestión de la UP.

Los paros patronales y gremiales -el de octubre de 1972 duró un mes- y los atentados terroristas a las líneas férreas, a los oleoductos y gasoductos, a las redes de energía eléctrica y los ataques personales -un edecán de Allende fue asesinado- completaban el plan.

Pese a todo, en la elección parlamentaria de marzo de 1973 la UP obtuvo 44.3 por ciento de los votos. Por primera vez un presidente en ejercicio lograba más apoyo que al comienzo de su mandato.

La desestabilización se recrudeció. Todo se hizo sistemáticamente. Todo, hasta culminar con la profecía cumplida: los tanques rodeando La Moneda.

Mucho se ha dicho -incluso por parte de algunos colaboradores del presidente socialista, hoy otra vez en el gobierno- acerca de los llamados "errores de la UP".

Sin duda los hubo, pero también innumerables aciertos: la nacionalización de la mi-nería del cobre, el medio litro de leche diario gratis para todos los niños de Chile, la nueva legislación laboral, el impulso a la cultura, la redistribución del ingreso.

El cardenal Raúl Silva Henríquez, quien medió entre el gobierno y el PDC para alcanzar un acuerdo político que impidiera una virtual guerra civil, dijo en su momento al ex presidente Eduardo Frei Montalva, también democristiano, acérrimo opositor: "El go-bierno de Allende ha sido más cristiano que el suyo", recuerda hoy el sacerdote Baldo Santi, testigo presencial de ese episodio.

El abogado chileno Roberto Garretón, representante en América Latina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, quien fue opositor a Allende, de filiación democristiana, es enfático: "Tomando estándares de derechos hu-manos internacionales vigentes entonces y ahora, puedo afirmar que en el gobierno de Allende se respetaron esos derechos".

Y algo es definitivo: hay una diferencia ética entre equivocarse y mentir. Salvador Allende creyó inclaudicablemente en su proyecto. Por defenderlo entregó todo. Propuso a los chilenos un programa; acorde con él gobernó hasta el último día de su vida.

Y cumplió su palabra de respetar la Constitución y la ley. Los "salvadores de la patria" que lo derrocaron, con Augusto Pinochet a la cabeza, no pueden jactarse de lo mismo.

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