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México D.F. Viernes 8 de agosto de 2003

Leonardo García Tsao

De la vida de las marionetas

Si en junio comentaba en esta columna que la décima edición del Festival de Verano ha sido una de las más sólidas, ahora debo añadir que también ha sido un desmadre total. Desorganizado por la Filmoteca de la UNAM, el programa se ha dividido entre películas estrenadas de manera oficial -por ejemplo, la hispano-mexicana Volverás, ya desaparecida de cartelera- y otras que continúan haciendo sus rondas por las escasas salas de arte del DF y anexas. Menos mal que en el segundo grupo se incluyó Muñecas, el penúltimo largometraje del japonés Takeshi Kitano, ahora exhibida en una sola sala al sur de la ciudad.

Si bien el cine japonés no se ve con frecuencia en nuestras pantallas -ni ninguna otra cinematografía asiática, de hecho-, Kitano ha sido beneficiado por una rara regularidad. Desde El regreso (1996) todas sus realizaciones se han difundido en México. Ahora, el singular cineasta ensaya un cambio de registro después de haber enfocado la lealtad y amistad masculinas, sobre todo en el medio del gángster japonés o yakuza.

El relato entrelaza tres melancólicas historias sobre los infortunios del amor, cada una representativa de una época específica de la narrativa japonesa. Un prólogo teatral establece el tono: una representación de marionetas en la tradición bunraku narra una de esas tragedias amorosas clásicas, como las que nutrieron la obra de Mizoguchi en los años 50. Esa sensibilidad es adaptada a tiempos contemporáneos para el episodio primero y central: presionado por sus padres, el joven Matsumoto (Hidetoshi Nishijima) abandona a su novia Sawako (Miho Kanno) para casarse con la hija del jefe. El día de la boda la chica despechada intenta suicidarse pero sobrevive, trastornada de su mente. Abrumado por la culpa, Matsumoto deja todo para dedicarse al cuidado de Sawako; una cuerda roja los mantendrá literalmente unidos mientras los dos llevan una vida errante de pordioseros.

La segunda historia se sitúa en el género predilecto de Kitano, el yakuza, pues Hiro (Tatsuya Mihashi) es un veterano jefe de la mafia japonesa que, cuando joven, también dejó a su novia motivado por su ambición profesional. Treinta años después, el hombre se da cuenta que la mujer ha acudido diariamente a la misma banca de un parque para llevarle el almuerzo. Y esta a su vez se liga de manera casual con el tercer episodio: el joven Nukui (Tsutomi Tageshige) admira con tanta devoción a la cantante pop Haruna Yamaguchi (Kyoko Fukada), que cuando ella se retira tras sufrir un accidente automovilístico él decide sacarse los ojos.

El cambio más significativo en la obra de Kitano es la importancia del personaje femenino, antes relegado a funciones secundarias cuando no inexistentes. Aquí la mujer significa, en dos de las historias, un amor absoluto cuya traición conduce a la locura. Y sus correspondientes masculinos se verán alcanzados por promesas hechas en el pasado. En cambio, el tercer episodio refiere a la actual tendencia de mostrar a una juventud alienada: la obsesión de Nukui por Haruna no está anclada en la realidad, su único contacto ha sido en la firma de autógrafos. Y ambos son incapaces de enfrentar el presente; las consecuencias del accidente son insoportables para una y otro.

El propio Kitano ha señalado que Muñecas está contada desde la perspectiva de unas marionetas. Por ello, la película no puede ser considerada realista y ostenta una resolución formal de una extrema pero bella estilización. Referida al ciclo de las cuatro estaciones, la narrativa obedece a una llamativa estrategia cromática. Así, la historia de Matsumoto y Sawako inicia con el blanco de los cerezos en flor y concluye en un nevado paisaje invernal. Mientras que el rojo domina a lo largo de la película, alcanzando una saturación dramática en el otoño: una hoja roja será el signo común en la muerte sangrienta de dos personajes.

Por otro lado, el realizador abunda en su gran sentido elíptico: no vemos las acciones sino sus consecuencias. Los cristales rotos y ensangrentados de la ventanilla de un auto serán suficientes para informarnos del accidente de Haruna. No obstante esos recursos distanciadores, la película acumula una sensible carga emotiva, una de las constantes más apreciables del cine de Kitano.

Para el cinéfilo intoxicado de comedias inanes, secuelas de churros que no debieron existir en primer lugar y aventuras pueriles de héroes improbables, la cartelera no ofrece mejor antídoto que Muñecas.

MUÑECAS

(Dooruzu/ Dolls)

D, G y Ed: Takeshi Kitano/ F. en C: Katsumi Yanagijima/ M: Joe Hisaishi/ I: Miho Kanno, Hidetoshi Nishijima, Tatsuya Mihashi, Chieko Matsubara, Kyoko Fukada/ P: Bandai Visual - Tokio FM - Office Kitano. Japón, 2002.

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