México D.F. Viernes 8 de agosto de 2003
Exito de Harnoncourt con ópera de Mozart
escenificada en el Festival de Salzburgo
Kusej explora la fuerza destructiva de la clemencia
DPA
Salzburgo,
7 de agosto. No es la revolución sino el orden el que consume
a la humanidad. Tal parece ser el mensaje de la puesta en escena de La
clemenza di Tito, ópera de Mozart adaptada por Martin Kusej,
que se presentó la noche del miércoles en esta ciudad. El
esperado segundo estreno de Mozart en la presente versión del Festival
de Salzburgo fue un éxito para el elenco, el director y el director
musical, Nikolaus Harnoncourt.
En el montaje, Kusej ofrece una mirada escéptica
sobre la clemencia del emperador romano y desarrolla una sombría
visión de la fuerza destructiva de la clemencia sin clemencia.
La perturbadora imagen final muestra una sociedad que
perdió su individualidad y sus valores. Unificadas, unas parejas
refinadas están sentadas a la mesa de un restaurante de lujo. Les
sirven niños pequeños preparados como si fuesen corderos.
El director Kusej centra su puesta en la crueldad que subyace en la aparencia
humana.
El director, que el año pasado presentó
también en colaboración con Harnoncourt una discutida nueva
versión de Don Giovanni, considera que La clemenza di
Tito es "el compañero sombrío de La flauta mágica":
el optimismo de la Ilustración y el humanismo retroceden ante el
oscuro presentimiento de la regresión de los valores.
Tito (Michael Schade) es un emperador solitario que vestido
en traje de samurai se pasea por su palacio en construcción. Mientras,
Vitellia (Dorothea Roeschmann) incita a Sesto (Vesselina Kasarova) a asesinar
al emperador. Como si no pudiera creer que alguien se pueda levantar en
su contra, Tito ríe ante la lista de conjurados que sostiene Publio
(Luca Pisaroni).
Su supuesta clemencia como sutil estrategia de poder queda
de manifiesto cuando se quita el traje de samurai, juega con el cinturón
y forma con él unas esposas. Tampoco al final, cuando la conjura
se disuelve y Vitellia se le presenta como la verdadera culpable del atentado,
no es la grandeza interna y la disposición a reconciliarse lo que
lo llevan a perdonar al antiguo amigo Sesto, sino la lógica del
poder.
La frase final es el texto de Vitellia: "Temo su clemencia".
Con la bondad egoísta de Tito se abre camino la decadencia del orden.
La catástrofe externa que se avecina ya alcanzó hace tiempo
el interior de los personajes: las parejas se pierden en las amplias habitaciones
del palacio sin terminar, el erotismo se convierte en un gesto sin sentido,
la sexualidad es un instrumento de poder y la amistad una maldición.
Cuando el Capitalio se incendia con una explosión,
las sirenas y las personas se mueven confundidas en medio del humo, la
imagen recuerda los atentados de Nueva York o los más recientes
en Indonesia.
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