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México D.F. Domingo 11 de mayo de 2003

Rolando Cordera Campos

La pobreza de la pobreza

El miércoles en Los Pinos se inició un seminario internacional para examinar las "mejores prácticas" en política social. José Antonio Ocampo (Cepal), De Ferranti (Banco Mundial) y Enrique Iglesias (presidente del BID) dieron cuenta del regreso masivo de una pobreza que nunca se fue, a pesar de las ilusiones de los primeros años 90, cuando se imaginaba que la década perdida había quedado atrás. América Latina vive en la pobreza y, junto con un crecimiento lento y esquivo, "(son) los irritantes e incluso crecientes niveles de desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza que caracterizan a América Latina los que dan origen a niveles de pobreza excesivos para nuestro nivel de desarrollo" (José Antonio Ocampo, La Jornada, 8 de mayo, p. 5).

Nada de panegíricos esa mañana, ni de montajes para la prédica "neoliberal", como lamentablemente dijo el investigador Julio Boltvinik en su más reciente entrega de moral numérica en La Jornada. La claridad de las exposiciones inaugurales, ciertamente, no impidió a los visitantes hablar del interés y la importancia de los programas sociales de México. No sólo de los actuales, sino de los que a lo largo de décadas se han intentado para el desarrollo rural, las zonas marginadas, las comunidades campesinas y urbanas asediadas por las agresivas crisis de los años 80 y después. Nadie pretendió con ello, no podría, borrar el hecho abrumador de que la pobreza sigue con nosotros, y afecta a más de la mitad de la población. Sólo una lectura aviesa de lo dicho puede llevar a sugerir que fue la ideología o la manipulación de las cifras y las evaluaciones lo que primó en esa y las siguientes sesiones del seminario. Qué triste es atestiguar que la pobreza también se apodera de la ética intelectual, en el menor descuido del ego.

No hubo, pues, propaganda ni autohomenajes en esa sesión inaugural, y ahí están las notas periodísticas que sobrevivieron al traspiés presidencial para documentarlo (véase La Jornada, 8 de mayo, p. 5; nota de Juan Manuel Venegas). Pero al Presidente le ganaron las ganas, anunció el "paquete alcance" y la nota se hizo: que les van a dar dos pesos a los más pobres, que no, que serán cinco. Ya por la tarde, en radio, televisión y prensa, lo previsible: "mira Bartola, ahí te dejo esos dos pesos, pagas la renta, el teléfono y la luz".

Las palabras presidenciales partían de un reconocimiento importante: hay 5 o más millones de compatriotas que no reciben apoyo oficial alguno, por su dispersión, el mínimo tamaño de sus localidades, la inexistencia de escuelas o clínicas, por el olvido burocrático; y es entre ellos donde se da el máximo e impresentable grado de desnutrición infantil y, seguramente, el mínimo, innombrable, nivel de esperanza de vida. Ahí la muerte no pide permiso y la pobreza mata, como diría Kapuscinski. Pero la nota, ni modo, fue otra, y expertos y aprendices de análisis de contenido, Solones de la justicia social y exorcistas del populismo borraron a plumazos esa realidad inicua y se dieron al mejor de los deportes de nuestra poco alentadora vida urbana: el chiste y el chascarrillo sobre el último, no, el más reciente, desliz presidencial.

Por fortuna, lo dicho por Ocampo, Iglesias, De Ferranti y Vázquez Mota quedó consignado para quien quiera acordarse, y los seminaristas se dedicaron a preguntarse qué hacer y cómo hacerlo mejor frente al flagelo de la pobreza. Ese fue, en lo fundamental, el contenido y la retórica del seminario, y sugerir que se trató sobre todo de un acto publicitario es abrir paso a otra pobreza: la mental, que de la mano de la mezquindad de muchos de los que pujan por la fama instantánea o la curul en la próxima Legislatura sólo nos ofrece miseria política y horizontes cerrados para pensar y actuar contra lo que es ya una auténtica epidemia social que no deja a nadie al margen.

El esfuerzo que la sociedad debe hacer para superar la pobreza es mayúsculo y no debe simplificarse con fórmulas hueras o guerras floridas sobre cifras o conceptos, siempre relativos e inexactos. El compromiso tiene que empezar en las ciudades y despejar el terrible sesgo urbano que domina la política, la estrategia, los medios, la cultura, como pudo comprobarse con el Acuerdo Nacional para el Campo, tan sometido al chiste y la condena a priori, como lo ha sido ahora el tema de la pobreza más olvidada. Reconocido ese lamentable sesgo, que quisiera ser símbolo de victoria del desarrollo pero no es más que muestra bizarra de subdesarrollo cultural, tenemos que ir rápidamente a ajustar cuentas con la escasez y la vergonzosa arrebatiña por un presupuesto miserable. Y, sin remedio, tendremos que admitir que lo dicho por la Cepal, el BID y el Banco Mundial tiene validez plena en esta tierra de indios: no hay salida con una concentración de la riqueza como la que hoy nos define como nación y Estado, la hora llegó de repartir y no hay excusa, mucho menos aquella de que hay que darle a los ricos para que produzcan, innoven y repartan. El chorreo no opera más, mucho menos en el estiaje.

Este esfuerzo tiene que arrancar de la voluntad y de la mente, y es por eso que nuestros partidos, medios y academia tienen que dejar atrás el gusto por lo epidérmico y por hacer de la pobreza y de su estudio y combate una mercancía más, a ser cambiada en el mercado de la consultoría o el mérito. Ganar posiciones sobre la base del desprestigio del colega, del poner en duda la probidad intelectual de los demás, como se ha querido hacer con el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza, por ejemplo, es "peor práctica" siempre, pero sobre todo en el tema que nos ocupa, cruzado y marcado por el compromiso ético y la convicción moral. Salvo que de lo que se trate es de ser ungido como el contador mayor... de pobres en la Legislatura que viene. Eso sí que sería miseria absoluta.

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