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México D.F. Jueves 8 de mayo de 2003

Montaje dirigido por Stefan Pucher dentro de la versión 40 de la Theatertreffen

Ricardo III mostró un laberinto de espejos shakespeareanos en Berlín

Schauspiel Haus, compañía de Zurich, recreó una espléndida conjunción de la poesía

PABLO ESPINOSA ENVIADO

Berlin, 7 de mayo. En un juego de espejos multiplicado, el noble Richard von Gloucester despliega sus canalladas entre los años 1472 y 2003 en un territorio que abarca vuelos de avión, aeropuertos, paradas de autobuses en París, en Londres, en Zurich y en Berlín mientras una cámara de video muestra a Ricardo, cualquier ciudadano europeo, y el público tiene frente a sus narices a Ricardo III, uno de los personajes de William Shakespeare que han recibido y soportado tantas lecturas como la novedosa puesta en escena del director Stefan Pucher, al frente de la compañía Schauspiel Haus de Zurich, que se presentó en la capital alemana como parte del programa de la versión 40 del Theatertreffen.

El actor suizo Robert Hunger-Buhler representa al mismo tiempo a Ricardo, ese ciudadano europeo, y a Ricardo III, ese personaje shakespeareano. Ambos visten a la usanza del siglo XXI con la diferencia de que Ricardo III, a lo largo de dos horas y media de representación, impostará la voz de manera intermitente y se ceñirá una corona para marcar la frontera, que de otra forma todo el tiempo es imperceptible, entre 1472 y 2003, y al mismo tiempo entre cuatro capitales de Europa, donde se esparce esa mezcla de nitroglicerina, vísceras, emociones y poesía que constituyen esta obra maestra de William Shakespeare.

''Eso fue un sueño''

El juego de espejos está construido, también, en el juego del teatro dentro del teatro que se multiplica hacia el cine dentro del cine y a su vez, a la manera de La rosa púrpura de El Cairo, en una serie de proposiciones/preposiciones en la que los personajes saltan de la pantalla de cine al teatro y de ahí a la realidad. Tal procedimiento lo cumplen los actores con el simple hecho de traspasar el proscenio, arrastrar ese umbral o bien simplemente declamar en alemán a Shakespeare mientras una cinta cinematográfica los muestra en otras situaciones, otras épocas, otros ámbitos, otras voces.

Esos procedimientos, empero, llegan al punto de la saturación en cuanto superan en número las posibilidades de un discurso coherente y esa desmesura da al traste con las buenas intenciones del director, Stefan Pucher (pronunciado pújer) y el todo de pronto se convierte en un material pesado como el plomo, las atmósferas tan densas que muchos de los espectadores terminan dormidos en sus butacas, sin pujar siquiera, dadas las dos horas y media de duración de este laberinto de espejos shakespeareanos. Casi a la medianoche, los sobrevivientes en las butacas (pues muchos de plano se salieron y no llegaron siquiera al tercer acto) tuvieron como premio un final afortunado como un intento de rescatar la planicie en la que había incurrido durante los 150 minutos restantes este tabique suizo.

Los aciertos, sin embargo, equilibran el asunto. A la complicada parafernalia que estructura la estupenda y robótica escenografía se añade un elemento sorprendente que crece en ironía. Por ejemplo, al terminar una escena desmedida en su bizarrismo por combinar los vestuarios de quienes conviven en escena, algunos vistiendo armaduras de guerra medievales y otros con atuendos del siglo XXI, Ricardo III culmina la secuencia con este estruendoso parlamento: ''Das war ein Traum'' (Eso fue un sueño), lo cual convierte la catarata de carcajadas de toda la escena anterior en un verdadero cataclismo de espejos hilarantes.

La mayor virtud de este montaje, en tanto, consiste en lograr el canto máximo del teatro shakespeareano: la conjunción espléndida de la poesía en todas sus formas.

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