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México D.F. Jueves 8 de mayo de 2003

Olga Harmony

DeSazón

En mi artículo anterior hice referencia a la publicación de El saludador, texto de Roberto Cossa publicado en una antología de Tablado Iberoamericano de Puebla (diálogos dramatúrgicos México-Argentina, Felipe Galván antologador, 2000). Ahora quisiera hacer hincapié en la tarea editorial del Centro de Artes Escénicas del Noroeste, con sede en Tijuana, y su excelente colección Los inéditos, que en 2001 publicó dos obras de Víctor Hugo Rascón Banda, con un muy documentado prólogo de la directora costarricense María Bonilla, quien estrenó en su país Sazón de mujer, que conforma el volumen junto a Table dance. Sería del todo deseable que las publicaciones de los estados tuvieran mayor difusión en la capital -y en los otros estados del país- para que los interesados contáramos con un buen acervo de la producción dramatúrgica que en ellos se encuentra.

Sazón de mujer se estrenó en nuestro país con el título DeSazón, bajo la dirección de José Caballero. Rascón Banda apunta, en el volumen mencionado, que la idea de su obra nació de un libro de cocina de Perla Gómez Caballero y que las tres mujeres de su texto se basan en personajes de la vida real. Y si el título de Sazón de mujer nos remite en primera instancia a la preparación de platillos -en las acotaciones del autor las mujeres los cocinan y aun en la versión no realista de María Bonilla en algo se respeta- el nuevo título hace hincapié en la conflictiva situación de estos personajes femeninos, tan diferentes entre sí, que a través de sus monólogos, en los que se supone sólo darán recetas, narran sus historias imbricadas en la realidad política y social de México. La dirección de Caballero, sobre la que volveré más adelante, apunta a esto.

En varios lugares he escrito acerca de la dimensión ética de la obra de Víctor Hugo, que se refleja en su preocupación por lo que ocurre en este sufrido país y las diferencias entre lo legal y lo justo. Aquí también se hace presente en la historia de la menonita María y en la de Amanda, la mujer con traje tarahumara, no exenta de violencia, como la de Consuelo. Esa violencia que es otra tónica del autor y que en el relato de María es soterrada, tanto por las costumbres de su grupo como por las exacciones de una banca a la que todo parece estarle permitido y que el dramaturgo critica con dureza. Desde sus primeras obras, Rascón Banda refleja la sociedad de su originaria Chihuahua -aunque no limita su escalpelo a esa región- con incidencia en el narcotráfico y en el mundo tarahumara, a lo que ahora añade a los grupos menonitas. Hay que señalar el notable manejo del lenguaje que utiliza, de manera muy diferente, en esos tres monólogos, titubeante en su recién aprendido español en el caso de María, exuberante en el de Consuelo, seco y austero en el de Amanda. Añadir más equivaldría a reducir el placer del posible lector que acuda a una representación, de ir descubriendo las historias que se esconden tras las recetas de cocina.

José Caballero hace su propuesta eliminando las acotaciones de cocina. En un paisaje pedregoso creado por Alejandro Luna, con pantallas en las que se proyectan videos -de Alemania a México, en los más logrados, que son los de la primera historia- y con sillas que ocuparán las mujeres, a los lados, una al frente que utilizará la actriz que monologa. Un ayudante las hace pasar y les coloca micrófonos en lo que podría ser una grabación, sustituto de las cocinas pedidas por el autor. Vestuario -de Tolita y María Figueroa- y actitud definirán sus características. A cada una le pide un ritmo y un tono especial, casi inmóviles o con economía de movimientos. Asimismo, prescinde de apoyo sonoro o musical.

Julieta Egurrola, como María Müller la menonita, realiza una actuación memorable, logrando proyectar un inmenso dolor y una gran soledad sin aspavientos en un dificultoso español con acento extranjero, Angelina Peláez irrumpe como Consuelo Armenta con gran desparpajo, aun cuando narra pobrezas pasadas y horrores interfamiliares, que irá convirtiendo en el temor a la violencia de José María, en otra de sus excelentes actuaciones. Luisa Huertas en el monólogo de Amanda Campos, utiliza un tono apagado de mujer vencida.

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