Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 19 de marzo de 2003
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Cultura

Pickett dudó entre dirigir la orquesta o el coro de celulares, en Bellas Artes

El relumbrón desconcentró a los músicos

La noche del domingo, en la sala Nezahualcóyotl, sí sonó la majestuosidad de Bach

PABLO ESPINOSA

London_Consort_2Las cuatro Suites orquestales, que constituyen la mitad de la producción instrumental de Bach, sonaron durante dos noches consecutivas con la majestuosidad de un grano de arena cuyo sonido atronador explaya la playa entera. Apenas seis músicos y eso se escuchaba como un ejército. La textura tímbrica de los instrumentos de época, además, dotó a la atmósfera de una lluvia de esferas sonoras de efectos totalizantes, desde la más delicada aura de intimidad en un cuarteto de cuerdas (el Aire de la Suite 3) hasta la más electrizante, enardecedora sensación de plenitud (la Réjouissance, el finale de la Cuarta Suite) con tres oboes d'amore y tres trompetas barrocas, es decir seis instrumentos de aliento madera y metal en tutti atronador con el resto de la breve pero intensa orquesta. Espectacular.

Tan impresionante como su rendimiento artístico resulta constatar que en la visita de la New London Consort, para inaugurar la versión 19 Festival del Centro Histórico, sucedió que el mismo concierto sonó por completo diferente en cada una de las dos veladas programadas. El contraste es absoluto, radical, pues, además de las condiciones acústicas, de manera notable el tipo de público hizo que el concierto de la Sala Nezahualcóyotl, la noche del domingo, fuera todo un acontecimiento dotado de gran nobleza artística y pureza musical.

Espectadores de coctel

En cambio, el público groserón de Bellas Artes, más afecto al socialito y al relumbrón, desconcentró a tal punto a los músicos visitantes que el sonido, además rebotando lastimosamente en el grueso muro de cristal y acero -el telón majestuoso de Bellas Artes pintado por el Doctor Atl-, resultaba del todo como un acertijo: en lugar de un si bemol en un oboe de amor sonaba un naquísimo timbre de teléfono celular con una versión a lo Richard Clayderman de una sonata de Beethoven; en vez de un pedal señero en el trío de trompetas, sonaba un remedo de trompetilla en las fosas nasales contra el pañuelo de alguno de los adinerados que ocupaban las primeras filas. El director de la New Consort, Philip Pickett, lo tomó con filosofía (y letras) y mejor le sonreía al destino manifiesto. Es más, estuvo a punto de tomarlo a broma y ponerse a dirigir alternadamente a su orquesta y a la orquestucha de celulares que se había formado entre perfumes caros en el público. Por su parecido físico, además, con su paisano Eric Clapton, muy bien pudo haber pronunciado allí, en el mismísimo escenario de Bellas Artes, la frase de John Lennon: los de adelante, hagan sonar sus joyas, y los de las localidades baratas, solamente aplaudan.

Lo que no sabía era que muy pocos compraron boletos para oír música, pues la mayoría entendió que recibían invitaciones a un coctel. Al contrario del lleno registrado el domingo en la Sala Nezahualcóyotl, con precios universitarios en los boletos (cinco veces más baratos que las costosísimas localidades en Bellas Artes) con una acústica de reyes y de reinas y un regalo del azar o de la suerte: sucede que sonaba el segundo movimiento, la Courante, de la Primera Suite, apenas comenzado el concierto, y se fue la luz, pero siguió sonando, en la total oscuridad de ese gran útero que es la Sala Nezahualcóyotl, durante unos siete compases la gloriosa música de Bach.

Una experiencia alucinante. Como en Barry Lyndon, el filme de Kubrick hecho con pura luz natural y de velas, la belleza primigenia de la música inundó, una vez retornada la energía eléctrica, toda la sala como una lluvia flotante de copos de nieve que tomaban la forma de lenguas livianas de fuego. La concentración, la alquimia, el milagro de la música sucedió en dos horas de dicha, 120 minutos de placer extremo con la mitad de la producción instrumental (la otra mitad son los Conciertos de Brandeburgo) de Bach en todo su esplendor. En la Sala Nezahualcóyotl, el domingo, se abrieron entonces, como las alas de un colibrí, las ventanas de la dicha con un verso de Sabines a manera de motor: la música de Bach mueve cortinas.

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